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Tribuna:HUMOR
Tribuna
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Los chistes repetidos de Eugenio

El humorista catalán Eugenio vuelve, por una larga temporada, al escenario madrileño donde tan sólo hace tres meses hizo su celebrada aparición primera: Florida Park. Y vuelve como vino, conservando su imagen tan doméstica, tan de gracioso oficinista que les alegra la vida a sus colegas, tan de hermano mayor dotado para la gamberrada inofensiva y tan de fraile muy atraído por las cosquillas bajo el púlpito.Aunque ha pasado por 625 líneas y anuncia ahora pastelitos, conserva el luto existencialista que le sienta tan bien. Y repite los mismos chistes, hasta el punto de hacernos recordar las preguntas que formulara Constantino Constantius, uno de los seudónimos de Kierkegaard, al comienzo de La repetición: «¿Es posible la repetición? ¿Qué significa? Una cosa, ¿gana o pierde al ser repetida?».

Tal vez valga la pena repetir, por si las moscas, una historia narrada por Constantino y que puede servir de máscara-homenaje para retratar oblícuamente a Eugenio. Un día, por la calle, una criada empujaba un cochecito en el que había dos niños. Uno de ellos tenía apenas un año. Dormía a pierna suelta y no daba ninguna señal de vida. La otra criatura era una niña de unos dos años, gordezuela, maciza, de brazos cortos, una verdadera señora en miniatura. Se había repantigado en el cochecito y ocupaba más de sus dos terceras partes; a su lado, el otro niño parecía un bolso que la señora hubiese tomado para salir de paseo... (Larga pausa. Eugenio diría: «Si hablo demasiado rápido,. díganmelo»).

Sobrevino un carro cuyo caballo se había desbocado . Los niños, en su cochecito, corrían un gran peligro; la gente acudía; ton un brusco movimiento, el ama se refugió bajo un portal; todos los presentes estaban acongojados. Sin embargo, aquella diminuta señora seguía tan tranquila y, sin cambiar de aspecto, continuaba hurgándose la nariz con los dedos. Parecía pensar: «Todo esto me da igual. ¡Es asunto del ama!». Y Constantino remata así la historia: « ¡A ver si se encuentra un heroísmo parecido en un adulto! ».

En Eugenio se encuentra, desde luego, cuando enfrenta a dos locos. Loco primero: «Yo soy rey, porque me lo ha dicho Dios». Loco segundo: «Oye, yo no te he dicho nada». El problema de Eugenio brota cuando nos lanza su pregunta mágica: «¿Saben aquél que dice?». Puede encontrarse pronto con un público capaz de responder aunadamente: «Sí».

El humorista, con fuerte acento de su lengua madre, evoca ese problema fuera del escenario: «Trataré de no estancarme. El estancamiento, precisamente, es el drama básico del humor español. Gila fue lo más original que hubo. Esa gracia sólo fue heredada por Tip y Coll. Pedro Ruiz es, por encima de todo, un imitador; al igual que yo, no hace nada original. Yo me he limitado a contar en público los mismos chistes que siempre he contado en las reuniones con los amigos».

Pero los amigos son más tolerantes que los espectadores noctámbulos; entre otras cosas, porque no tienen que pagar la entrada. De ahí que Eugenio pueda conservar su imagen de hombre desganado, titubeante y oscuro, pero no un frágil repertorio alimentado por la repetición.

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