Retrato con paisaje al fondo
En primer término se halla Ana Magnani; detrás, al fondo, un tiempo de Italia que va desde su debú en revistas y espectáculo hasta el final de los años sesenta Una y otro se compaginan bien quizá porque la actriz presta al país su voz, su gesto, su personalidad desmesurada y también porque, a su vez, el país se reconoce retratado en ella. Tal es lo que se llama un mito, un nombre con profundas raíces en la tierra una actriz resumen y arquetipo de toda una tradición meridional dedicada al viejo oficio de la es cena.Iniciada en su carrera artística desde muy joven, mimada tanto como querida o admirada, la mayoría de sus películas valen bastante menos que ella. Sólo a las órdenes de algún buen realizador daba de sí cuanto tenía interpretándose a sí misma en secuencias que la improvisación elevaba al rango de maestras. A través de autores tan diferentes como O'Neill, Anouilh o Verga, alcanzará la fama junto a Rosellini en Roma, ciudad abierta. Su muerte en ella quedará para siempre en las pantallas como la culminación del neorrealismo.
Yo soy Ana Magnani
Dirección: Chris Verniorcken. Con la participación de Franco Zeffirelli, Marcello Mastroianni, Federico Fellini, Marco Bellochio, Claude A utant Lara, Luchino Visconfl, Vittorio de Sica, Roberto Rosellini, Suzo Cechi d'Amico, Giulietta Masina. Documental. 1980. Estreno en Cinema Palace.
Más tarde, otros directores, que son nombres ya en la aventura del cine, sacarán a la luz su imagen popular, esa que asoma en La honorable Angelina, Bellísima o La carroza de oro, antes que el éxito la arrastre, bien a su pesar, a las playas de América. Tan sólo Passolini puso digno final a un personaje que por encima de otros intentos comerciales supo ser fiel a sí mismo sin ceder nada de su corazón a aquello que le dictaba la cabeza.
Final gratuito y montaje confuso
Realizadores, amigos, documentos sobre su vida y muerte han sido utilizados en esta ocasión por Chris Vermorcken con torpeza evidente. El final gratuito tras del verdadero, con la multitud asistiendo al entierro de la actriz, es propio de un mal aficionado. Y, sin embargo, es tal la fuerza de su rostro, de sus manos tan vivas y dramáticas, que, por encima de un montaje confuso, su personalidad se salva.Cuando Fellini quiso buscar un rostro capaz de retratar a Roma, la eligió sin dudar, y el día en que Yuri Gagarin lanzó a la tierra su primer mensaje, éste fue: «Saludo a la Humanidad. a todos los países y, en especial, a Ana Magnani». Quizá porque en su soledad, lejos del universo cinematográfico, rodeado de estrellas, sólo una recordaba sobre todas en los vagos confines del mundo de la escena.
Babelia
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