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El alcohol, causa del 40% de los delitos, produce 10.000 muertos anuales

El alcohol, omnipresente droga nacional, se cobra al año más vidas que el resto de las drogas duras. El año pasado, al menos, treinta personas murieron de sobredosis etílica, una muerte súbita que acontece antes de que el paladar pierda su embriagante sabor a etanol. Menos apresuradas, pero igualmente ciertas, otras diez mil muertes producidas por la droga más barata y asequible del mercado engrosaron las estadísticas necrológicas del año anterior. Cada media hora muere un adicto al alcohol en España. Algunos, tras batir su récord en un concurso; otros, en la cama de un hospital.

Convertido ya en la tercera causa de mortalidad en nuestro país, la crónica negra distribuye así las maneras más frecuentes de sucumbir a causa del alcohol: 4.000 muertes anuales por cirrosis hepática de origen alcohólico; 2.000 por accidentes de tráfico de consecuencias mortales; 400 por accidentes de trabajo; 400 más, por suicicio; otros 3.000 restantes, por causas varias (homicidios, reyertas, neumonías, accidentes domésticos, delirium tremens, caídas, etcétera). Más tóxico pro porcionalmente que la heroína y mucho menos placentero que la cocaína y los diversos derivados del opio, el alcohol produce una euforia personal y social de bajo coste, pero su abuso crea mayor número de enfermos que la epidemia de gripe. De hecho es el rito social que segrega mayor morbilidad en nuestro país, ya que es la fuente del mayor número de enfermedades que se producen al año.Desde el primer síndrome, el insomnio, hasta la demencia alcohólica, o la senilidad precoz, las redes del alcohol son lentas y suaves, pero extraordinariamente tupídas: úlcera gástrica, pancreatitis, hepatitis alcohólica, polineuritis, anemia y desnutrición (un gramo de alcohol equivale a siete kilocalorías vacías), cardiopatías, epilepsia, impotencia, hipoerotismo y esterilidad, entre otras enfermedades, son su factura cotidiana. Así, el país soporta 12.000 enfermos de cirrosis, algunos de ellos todavía niños; 2.000 internos crónicos en manicomios; 100.000 incapacitados para el trabajo. Altas son las cifras, de igual modo, relativas al número de accidentes de trabajo (150.000) y de tráfico (36.000), cuya causa inmediata es el alcohol. Un coste económicc que, entre gastos directos e indirectos, supone una sangría anual de más de 20.000 millones de pesetas. El Estado sólo recupera algo más de 7.000 millones al año a través de los impuestos fiscales sobre bebidas alcohólicas. Las empresas del sector se embolsan más de 60.000 millones, según datos de 1974, hoy presumiblemente rebasados. Pero hay además un gasto social que no se ha evaluado hasta ahora y es que el 40% de los actos delictivos es llevado a cabo por alcohólicos o por personas que actúan bajo los efectos del alcohol.

Alcohol y delincuencia

«El número de delitos cometidos en estado de embriaguez supera al de los adjudicados a los yonquis y demás toxicómanos», señala el ex policía José María Mato Reboredo, asesor del Ministerio del Interior en temas de drogas. «Las casas de socorro y las urgencías clínicas también reciben más casos de embriaguez diaria que de intoxicaciones medicamentosas, tentativas de suicidio o sobredosis de droga». «Con la diferencia», explica el psiquiatra González-Daro, «de que el alcohólico es un drogadicto que bebe hasta la destrucción. En él hay un impulso autodestructivo permanente, sobre todo en esos estados, residuales del alcoholismo, en el que el sujeto no tiene nada que perder». La agresividad gratuita y pendenciera es otra manifestación característica. «Mientras que el drogota no alcohólico roba para conseguir comprar su cara droga clandestina, el bebedor habitual se parapeta en su estado de embriaguez para potenciar su acción delictiva».Droga legal por excelencia, el alcohol es a la vez un paraíso caseto y una dolce vita entre delirante y sórdida. Uno de cada diez españoles es ya alcohólico crónico o está a punto de serlo. El resto casi podría emborracharse con tan sólo aspirar el aroma de esos 130 litros de alcohol que, según las estadístícas, bebe cada español al cabo del año. El 30% de los enfermos crónicos sufre una dependencia física de su bebida preferida u ocasional, y no pue,de pasar sin ella, otro 70% acusa una dependencia psíquica y social más llevadera.

Hasta el 90% de los niños entre doce y quince años consume habitualmente alcohol.

La frontera entre alcohólicos y prealcohólicos es difusa. Unos y otros sufren un cierto síndrome de abstinencia, aunque beban con una intensidad más o menos controlada. Hay tantos alcohólicos clandestinos, tantas dependencias camufladas por coartadas profesionales o sociales, que seguramente las estadísticas se quedan cortas. En nuestro país, el alcoholismo se ceba aparentemente en la clase baja: el 25% de los alcohólicos consume habitualmente vino de taberna y son, en su mayoría, trabajadores de la construcción. Su agresividad doméstica es más brutal, su santo y seña suele ser «más macho el que más aguante», y su vida farniliar, a menudo patética, termina en el juzgado de guardia. El alcohólico de clase media y alta puede soportar mejor su adicción, su vida familiar no se resiente por su absentismo laboral y su entorno no chirría como en el del alcohólico pobre. Su agresividad suele ser más refinada, termina divorciándose de su cónyuge y, entre sus opciones, puede caber el suicidio premeditado.

Los drogadictos tránsfugas, amantes en otros tiempos de la cocaína o de la anfeta, se refugian en el alcohol.

«Pero yo no considero al alcoholismo una estricta enfermedad -aunque haya un 20% de alcohólicos que tiene problemas psíquicos más o menos graves», denuncia el doctor Elías Cáceres. «Llamar enfermo a un alcohólico es ya algo démodé, una excusa cómoda para el bebedor y una disculpa hipócrita para la socíedad. El alcoholismo produce enfermedades muy serias, sí, pero no sólo es un problema médico, sino social e incluso político».

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