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PSUC: fortificarse y esperar

Por cada tres votantes socialistas en España, sólo hay uno comunista: he ahí una razón poderosa para que el PCE, motor de la lucha antifranquista, se encuentre ahora atascado en una crisis que se manifiesta de múltiples maneras. El forcejeo por la hegemonía en la izquierda se ha resuelto a favor de los socialistas, y ha habido ya suficientes confrontaciones electorales como para pensar que se ha llegado a una relación con visos de estabilidad. Por ello, sectores comunistas que cedieron posiciones en aras de un mejor resultado electoral parecen ahora decididos a fortificarse y esperar tiempos mejores.La diferencia de éxito electoral no sería suficiente, sin embargo, para explicar las tensiones en el PCE. El giro adoptado por el PSUC es coherente con la actitud de una parte de la izquierda europea, a la que la crisis económica y el clima de guerra fría están arrebatando su papel principal en las democracias occidentales, que ha consistido en actuar como elemento distribuidor de la riqueza -a cambio de paz social o conflictos limitados-, al tiempo que aleja las perspectivas de participación en el poder político.

La crisis de lo que ha venido denominándose estado de bienestar coloca en difícil posición a la izquierda, cuyas cesiones en el terreno ideológico y político no sirven para evitar el crecimiento del ejército de parados ni para ejercer una efectiva influencia sobre el conjunto de los trabajadores. Todo parece indicar que el fenómeno ha llegado a España, con esa radicalización del PSUC que, sin llegar a la defensa de la república federal -finalmente rechazada por el pleno del congreso de los comunistas catalanes-, ha endurecido, en general, sus tesis programáticas.

Por otra parte, lo sucedido en el PSUC es un ejemplo más del efecto centrífugo que la afirmación de las autonomías está teniendo sobre los partidos de ámbito nacional. En Cataluña, los congresos de socialistas y comunistas han terminado, sucesivamente, con sendos gestos «independizadores» respecto a la dirección central de sus respectivas fonnaciones, aunque el efecto de la actitud del PSUC sobre el PCE es mucho más fuerte que el del PSC sobre el PSOE. El tradicional electorado de izquierda en el País Vasco se ha reducido mucho; el de Galicia es bastante pequeño, y la organziación del PC en Andalucía atraviesa, a su vez, otra crisis interna bastante seria, que, según los expertos, no ha hecho más que comenzar.

Carrillo queda situado ahora en medio de tendencias de distinto signo, puesto que no significan lo mismo Tamames y la corriente democratizadora y liberalizante del PCE -identificada sobre todo con grupos de intelectuales- que la reafirmación leninista del PSUC. Esa arriesgada posición puede volverse explosiva para el secretario general, pero también le ofrece un cierto margen de maniobra para permitirle una situación de arbitraje entre corrientes enfrentadas.

La única oportunidad de Carrillo es conseguir que las críticas dirigidas contra él se desvíen hacia algo tan escasamente presentable en el mundo político español como una radicalización prosoviética de un sector del PCE, dejando flotar en el ambiente la idea de que existe incluso una conspiración de los servicios secretos de la URSS. El gran problema es saber hasta qué punto las bases y los cuadros del partido estarán de acuerdo en polarizarse para defender el eurocomunismo, y sobre todo si Carrillo conseguirá o no convertirse en el abanderado de todos los que consideran negativo el giro radical del PSUC.

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