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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los personajes de la farsa

Al estar basada en la biografía de Eva Duarte de Perón, Evita deja el campo abierto a un remolino insaciable de comentarios extrateatrales. Eso reviste particular intensidad en España, donde muchos recuerdan todavía a la heroína como un hada que llegó a traernos pan y aceite, al tiempo que sus joyas y pieles se convertían en espejismo fascinante para quienes nadaban en la miseria de la posguerra.Por fortuna, el público que ha asistido a las primeras representaciones de Evita en España ha sido más sensible al alarde artístico del espectáculo que a la anécdota histórica subyacente, incluso cuando «la cara guapa de la dictadura» -en expresión feliz de Patxi Andión- aparece en la gran pantalla- junto a Franco.

De todas formas, los autores de esta ópera-rock no pueden ser acusados de lavarse las manos a la hora de reconstruir un período confuso de la historia argentina. Sin caer jamás en el realismo socialista ni en el teatro de tesis, Rice y Lloyd Webber utilizan lo documental sin mayor maniqueísmo que el que exige la eficacia de un espectáculo. Pero Eva Perón no se mantiene encima de ningún pedestal, sino que es suavemente zarandeada hasta que ocupa su lugar: prostituta ansiosa de poder, trepa sin escrúpulos, demagoga que conecta con las masas desposeídas y enferma que contempla impotente cómo se desmorona todo su imperio.

Perón gobierna con férrea mano mientras ella sonríe y participa en obras de beneficencia. Es un tipo gris, torpe y esperpéntico. La habilidad de los autores de la versión española consiste en haber insinuado, sin cargar la mano, explicables analogías de comportamiento con otro dictador máspróximo.

El Che, por el contrario, nada tiene que ver con la realidad. Su identificación aparencial con el guerrillero opera como gancho dramático. Sin embargo, esa ficción convierte en válida la impostura. Los aplausos del público evidencian que se agradece esa figura crítica, siempre en la penumbra, que permite que nadie acabe de creerse el estrépito sonrisueño del rosado ceremonial.

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