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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las cuatro crisis polacas

PARECE QUE la disparidad entre el lenguaje de alarma y riesgo de Occidente y los signos de apaciguamiento que emite la URSS es cada vez mayor. La dureza de tono, y aun de hechos, de la OTAN, incluso con la elaboración de un programa de respuestas políticas y militares ante la invasión de Polonia, contrasta con la reapertura de fronteras de Alemania Oriental y Polonia, con la autorización a los occidentales para que viajen a la zona de las supuestas maniobras, incluso con los mensajes apaciguadores de Breznev en su visita a la India, donde ha propuesto un plan de paz y seguridad para el Oriente árabe. De lo cual no hay que deducir que la URSS renuncie a Polonia y no sea capaz de invadirla en un último momento, incluso a pesar de las amenazas occidentales (que no incluyen en ningún caso la de la guerra o la represalia armada). Probablemente, Moscú teme más una respuesta polaca y una extensión revolucionaria de esa respuesta a algunos o todos los países que todavía controla en Europa. El movimiento occidental de alarma tiene, por lo menos, cuatro sentidos. Uno de ellos es estimular a los polacos a que avancen en el camino emprendido, incluso fortaleciéndoles con víveres y dinero; el segundo es cubrir este movimiento de progresión de los polacos con su ala militar y con sus advertencias severas a la URSS. Un tercer movimiento es el de la presión de Estados Unidos sobre sus aliados europeos para que refuercen sus presupuestos militares y su distancia de la URSS, propósito ya antiguo del que Europa ha ido zafándose por la lejanía de las crisis -como la de Afganistán-, pero que ahora se le presenta como algo que sucede o va a suceder en su propio escenario. El cuarto aspecto es la invasión directa de la opinión pública: la URSS aparece ya tan brutal y tan despiadada como si hubiera cometido el genocidio que va a cometer, y en esto hay ya la fuerza de que otras veces lo ha hecho -Hungría, Checoslovaquia; hace un año, Afganistán-, y que si hubiera una tercera guerra mundial o una guerra convencional en territorio europeo o, al menos, una tensión de guerra fría de primera magnitud, la culpabilidad completa recaería sobre la URSS.Esto está plena -y justamente- aceptado: el ciudadano no tiene el menor interés en considerar la tensión actual o las posibles acciones soviéticas como una cuestión de equilibrios, hegemonías o políticas de bloque, sino como la agresión a un pueblo que lucha con valor y decisión por el establecimiento de sus propias libertades. Hay que notar que tal como está planeada la situación Estados Unidos tiene todas las posibilidades de ganar, a menos que la política que inicie Reagan sea demasiado torpe o demasiado equívoca. Si la URSS llegase a invadir Polonia, que es el más grave de los supuestos, no solamente sería condenada por el mundo entero, y sin ambages ni medias tintas, sino que los aliados europeos reticentes volverían urgentemente, por su propio miedo, al redil de la alianza. Estados Unidos tendría todas las razones del mundo para llevar adelante la política de fuerza que intenta. Si, en el caso opuesto, la URSS.deja perder Polonia, aunque ésta no se incorporase al mundo occidental y representara una nueva Yugoslavia o, más allá, una nueva Finlandia, el gran imperio soviético de Europa habría comenzado a desmembrarse de una manera implacable. Caería finalmente: no habría más cuestión que la del tiempo.

El tercer supuesto es el de un pacto global Estados Unidos-URSS, en el que, a cambio de Polonia (que caería fácilmente, y tal vez sin necesidad de invasión, en cuanto los polacos sintieran el desaliento de verse desamparados) y de Afganistán y otras zonas de influencia, le quedasen las manos libres para actuar en la zona del mundo que le es necesaria para su economía y su supervivencia.

Lo que se dibuja ahora es que, a partir de la nueva situación creada por un puñado de obreros en Dantzig y por un ímpetu de libertades que, una vez más, se sobreponen a todas las fuerzas adversas, la URSS está perdiendo; Estados Unidos, ganando. Toda la política soviética de estos momentos se dedica a invertir la situación o, por lo menos, a salvarla para ella. Esto excluye, en principio, la invasión inmediata. No es razonable. Aunque ningún movimiento histórico ha sido nunca razonable hasta que han conseguido explicarlo a su manera los historiadores o los analistas a posteriori; y pudiera prevalecer en algún momento la fuerza de los duros del Kremlin llevando a la ceguera lo que, a ojos descubiertos, no parece lógico. Incluyendo en este supuesto también que todavía hay en manos de Estados Unidos la capacidad suficiente como para llegar a presionar sobre la URSS hasta un extremo que a los soviéticos les pareciera insoportable.

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La única razón abstracta, la única razón ética, está, ahora del lado de los polacos y de su lucha por la libertad. Parece que son ellos los que tienen por el momento el pulso de la situación.

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