Cinco años de posfranquismo o la impotencia del poder político
He leído diversos balances de los últimos cinco años y advierto que, tanto en la Prensa española como en la extranjera, se presta atención fundamentalmente a los personajes que han salido a escena (ministros, parlamentarios, dirigentes de partidos, etcétera), sin dar la debida importancia a quienes de forma silenciosa están consiguiendo mantener un aparato de influencia en el proceso de conservación que -nos guste o no- discurre hoy bajo los cambios acotecidos en este primer lustro de posfranquismo. Diríase que algunos observadores sólo tienen en cuenta a los actores de la actual política española, olvidándose de los verdaderos agentes de la misma.Anticipo las conclusiones de mi análisis: a pesar de las apariencias y de la espectacularidad de ciertas novedades, el poder político se ha mostrado impotente para desmontar el tinglado, palabra esta última que nos sirve para dar nombre a un complejo de intereses, privilegios, situaciones confusas, conexiones inconfesables, malos hábitos y peores espíritus de cuerpos profesionales y gremios, herencia del régimen anterior.
El presidente Eisenhower, cuando se despidió de la Casa Blanca, declaró que no había podido con el complejo militar-industrial. Nuestro tinglado es distinto, de base más amplia y factores menos homogéneos; pero si hablamos con sinceridad debemos reconocer también que hasta ahora ha sido indestructible.
Actores y agentes de la política española
En las elecciones del 15 de junio de 1977 se cometió el grave error de permitir que en la campana se invirtiese demasiado dinero. Admito que era lógico, después de la larga espera, aquel impresionante despliegue propagandístico, con unos gastos que desbordaron las posibilidades de los diferentes partidos. Luego hubo que pagar o conseguir la cancelación graciosa de la deuda, y esto tuvo su precio político. Se buscó la ayuda de quienes podían darla, y los actores, como a veces sucede en el teatro, quedaron en manos de los agentes. Un sector del viejo tinglado empezó a respirar tranquilo después del susto de la primera sesión solemne del Congreso de los Diputados, con Pasionaria y todo, y del programa centro-izquierdista del primer Gobierno parlamentario.
Actor en política es el personaje que parece intervenir en la gobernación del país. El presidente Reagan, ex actor de cine, sigue como actor político. Agente en política es el productor, el causante de lo que sucede. No creo que nadie, salvo los miopes mentales o los ingenuos, se atreverán a sostener que Reagan será el agente de la política norteamericana.
Con un sistema de partidos debidamente implantados, políticamente fuertes, sin dependencia de las ayudas financieras que provengan del interior o del extranjero, los actores pueden imponer sus condiciones a los aspirantes a agentes. Pero en España no hemos sabido configurar el buen sistema partidista. Nuestras organizaciones se hallan al borde de la quiebra.
Las normas electorales sirvieron para lo que el artículo primero del correspondiente real decreto-ley claramente señalaba: para regular las primeras elecciones al Congreso de los Diputados y al Senado. Una vez constituidas las Cortes democráticas, la fórmula de las listas cerradas perdió su razón de ser. Las listas cerradas no favorecen la implantación popular de los partidos. La presente ominipotencia de las maquinarias o de las burocracias -que se denuncia en todos, sea en la derecha, sea en la izquierda- no hubiera alcanzado tanta intensidad al amparo de otras normas electorales.
Con partidos, sin base popular amplia, el tinglado se refuerza. Los agentes seleccionan sus actores, promocionan a unos, vetan a otros. No manda siempre quien pareceque manda. El observador de cortos alcances se equivoca al atribuir la responsabilidad de lo que nos pasa.
El "tinglado"
España necesita modernizarse, pero labuena voluntad de algunos gobernantes (nuestros actores) tropieza con obstáculos insuperables, donde no se sabe si hay más dosis de ignorancia o de mala voluntad, de intereses ocultos o de errores acumulados.
La economía debe ser de mercado, leemos en la Constitución, pero raro es el Consejo de Ministros que no aprueba ayudas y subvenciones a determinadas empresas, o que no se ve obligado a actuar, infringiendo los postulados básicos de la economía de mercado.
La Administración pública, seguimos leyendo en la Constitución, actúa de acuerdo con los principios de eficacia y coordinación, pero los malos hábitos, el confusionismo organizativo, el pluriempleo esterilizador, así como la resistencia a ceder parcelas departamentales que se consideran propias, con total falta de sentido del Estado, convierten a nuestros funcionarios (a pesar de la calidad de muchos de ellos) en servidores de un complejo de ineficacia y descoordinación.
¿Para qué continuar describien do el tinglado español? Junto a nosotros, en cualquier lugar de nuestra geografía, el complejo de intereses, privilegios, situaciones confusas, conexiones inconfesables, malos hábitos y peores espíritus, sigue en pie. Los hombres del tinglado no temieron que se aprobase una Constitución democrática, pues sus asesores les informaron que a pesar de ser una superley, bajo el imperio de la misma era posible luego condicionar el proceso político y orientar el socioeconómico en el sentido deseado, o verdaderamente importante es que los agentes no políticos promocionen, mantengan en el escenario y hagan salir de él a los actores políticos.
Necesidad de la gran coalición
Yo no abogo por la gran coalicíón UCD/PSOE porque estime que la democracia española esté en peligro serio o pueda morir en plazo breve. No comparto los temores de tintes apocalípticos. Pienso, simplemente, que es una democracia enferma a la que hay que sanar.
Iría contra lo que acabo de exponer y contra lo que he aprendido por experiencia personal directa si creyera que un Gobierno de UCD puede desmontar el tinglado. Pero sospecho que tampoco un Gobierno monocolor del PSOE estaría en condiciones reales de hacerlo, aunque por motivos diferentes. La democracia sana, la que ilusionadamente votaron los españoles, es un régimen sin tinglados. A mi juicio, sólo una gran fuerza política, con actores y agentes políticos, sin hipotecas ni limitaciones de naturaleza no política, tiene poder para enfrentarse al tinglado.
Triste sería que dentro de veinticinco o treinta años hablásemos a nuestros hijos de la reforma pendiente. Como en nuestra juventud algunoa se lamentaban de la revolución pendiente. Tenemos un tinglado delante. Necesitamos una gran fuerza política, un poder político que pueda, una gran coalición UCD-PSOE.
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