Una dirección magistral de Cristóbal Halffter en el teatro Real
Desde hace tiempo, la vena creadora de Cristóbal Halffter alternaba, asistemáticamente, dos estilos o impulsos expresivos: el rítmico, casi siempre violento, y muy vertebrado, y el lírico, más estático, rico en embiente poético y de discurso muy flexible. A decir verdad, este segundo modo, sobre el que una y otra vez llamé la atención como el de mejores posibilidades futuras solía aparecer en obras breves y en formaciones de cámara que, a veces, jugaban con la electroacústica. Noche pasiva del sentido, sobre San Juan de la Cruz (1972), amplía lo apuntado, cinco años antes, en In memorian Anaik.En Cristóbal Halffter, esta veta lírica significa la vocación; en tanto la otra, ruidosa, violenta, representa la tentación, en la que, por supuesto, cae a gusto como expresión avasallada y avasallante de grandes masas orquestales y corales.
Orquesta Sinfónica de RTVE
Director: Cristóbal Halffter. Solista: Christiane Edinger. Obras de Schumann y C. Halffter. Teatro Real. 29 y 30 de noviembre.
Con la madurez parece imponerse, día a día, el lírico que, a la vez, es el de más profundo contenido. Hasta el punto que acabamos de asistir al estreno de la más grande partitura seguidora de lo que Cristóbal ve como signo del nuevo tiempo: una carga expresiva cada vez mayor, que, ocioso es advertirlo, nada tiene que ver con el descarado (casi descocado) neorromanticismo de algunos jóvenes europeos.
Halffter piensa que «se vuelve siempre», pero no al mismo lugar, lo que reduciría la evolución estética a una suerte de juego pendular. Entonces ve el «giro de los tiempos» en forma de espiral: se vuelve y, a la vez, se asciende.
La belleza
Como un compositor debe explicarse con sonidos, y no con palabras, el Concierto para violín y orquesta, dado en primera mundial en el último programa de la Sinfónica de RTVE, asume un valor de tesis, pero se alza como algo muy por encima de lo interesante. («Interesante» -qué palabra tan triste para un artista- suele decir Igor Markevitch). Porque estamos frente a una música bellísima, capaz de mantener en tensión al público habitual de sábados y domingos.
Todo ello quiere decir que la contemporaneidad del Concierto reside en las ideas, en la sustancia al servicio de la cual, e integrándose en ella, se pone una técnica de auténtico maestro. ¿Qué es el concierto para violín? Difícil explicarlo con palabras, pero no tenemos otra arma.
Se trata de una inmensa cadencia protagonizada por el violín sin acudir a recursos ajenos a la técnica o la tímbrica tradicional. Dice el autor, y lleva razón, que su concepción del instrumento no va más allá de Paganini. Y aún diria que no agota las prácticas del diabólico violinista. Ni siquiera encontramos un col legno o una sordina. Más claro: el compositor ha huido de efectismos y «fuegos de artificio» cultivados en otras ocasiones, bien que con mucho talento (Fibonaciana, para flauta, Concierto para cello).
Dentro de un amplio esquema unitario podríamos reconocer tres secciones: un a modo de scherzo entre dos partes estáticas. La movilidad del violín, generalmente ceñida a un ámbito de corta extensión, incita, excita, se ve envuelta o agredida por una formidable formación orquestal: vientos a cuatro, cuerda y cuatro percusionistas que totalizan veintiocho instrumentos de afinación determinada e indeterminada.
Flexibilidad y tensión
La flexibilidad entre las partes es tan grande que cada grupo (no fijo) obedece a un metrónomo diferente. Y la combinatoria tímbrica es inusitadamente rica: se despliega en g randes masas o se repliega en grupos reducidos. Esos ambientes y la parte solista hacen un lirismo de situación, de efusividad melódica.
Para mí, una de las consecuciones definitivas de las páginas es dar la sensación de una marcha o continuidad temporal sin servirse de pulsaciones continuadas y uniformes; incluso, a lo largo de Ímportantes pasajes todo parece estatificarse.
El encargo hecho a Halffter por Radio Nacional no ha podido encontrar mejor respuesta: nada menos que un.a obra capital de un ,autor sumaniente importante. Quizá ha contribuido a tal resultado el saber que la intérprete sería Christiane Edinger, fabulosa en todo y por todo: comprensión, dominio técnico, perfecta afinación, enorme sonoridad. La Sinfónica de RTVE, a las órdenes de Halffter, actuó con libertad y exactitud de calibración. Un gran estreno, en suma, cuyo significado cultural quedaba claro a la vista de asistentes ilustres: Severo Ochoa, Zubiri, Laín, Garagorri, Ortega, los pintores tan hermanados con Cristóbal y los compositores de diversas generaciones.
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