La humanidad sobria de Fuerteventura
Miguel de Unamuno no olvidó nunca el peñasco Insular al que fue confinado por el general Primo de Rivera, un 10 de marzo de 1924, a causa de sus ideas republicanas. En sus cartas a los naturales de la isla a que fue deportado recuerda la circunstancia de su emocionada despedida. «Ustedes saben cómo el día de mi liberación dejé esa roca llorando», y añade: «¡Fuerteventura!, cuanto viva mi alma y en la forma que viviere, vivirá en ella, hecha hueso espiritual o roca espiritual de sus huesos, esa bendita isla de Fuerteventura donde he vivido con ustedes, los nobles majoreros, y con el Dios de nuestra España, los días más entrañados y fecundos de mi vida de luchador por la verdad».El escritor y filósofo vasco escribió en su estancia insular la mayoría de los sonetos de rebeldía ante los acontecimientos políticos de la época que acaecían en la Península. Esta producción lírica fue refundida luego en la obra titulada De Fuerteventura a París, que ahora será reeditada.
Para el que fuera catedrático de la Universidad de Salamanca, Fuerteventura, una isla árida, era una tierra esquelética, con ruinas de volcanes, camellos de osamenta vigorosa y aulagas para restregarse, en dolor sabroso, el corazón. Con ironía y resignación describió el aislamiento y las gentes de aquella isla. «Bajo este clima prospera la humanidad, pero una humanidad recatada y resignada, enjuta y sobria, una humanidad muy poco teatral. Y es que el clima no es teatral», señaló el escritor represaliado.
Hasta tuvo tiempo Miguel de Unamuno en aquellas horas de Fuerteventura, antes de su huida a Francia, para ocuparse de la historia de los aborígenes del lugar. Sus crónicas lo revelan: «Porque aquí hubo historia en lo que se llama los tiempos prehistóricos de la isla, lo que quiere decir que aquí hubo guerra civil, guerra intestina entre los guanches que la habitaban».
Unamuno escribió en cortos relatos cómo vivían aquellos compañeros de desdicha con los que compartió la vida en una isla en la que «quien único miente es el cielo, que se cubre de nubes y no llueve». Habló del «conducto» con que los majoreros -naturales de la isla- se referían al manjar de higos, queso y gofio -harina de trigo o maíz tostado-, que les servía de principal alimento. Confiesa tam,bién que resultaba muy consolador leer a escritores como Leopardi en tales condiciones.
Cuando llegó a Francia temió dormirse en «el suave tumulto de París», y tuvo palabras de añoranza para su exilio canario: «Se dice que en aquellas islas Canarias el hombre se aplatana, y el de Fuerteventura, el majorero, pasa en ellas por ser indolente. Pero yo sé que jamás me he mantenido más despierto...», señala Unamuno. «Desde la augusta sequedad de Fuerteventura he comprendido el veneno de la sombra del follaje de nuestras instituciones».
Babelia
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