El canciller quiere precisar cómo gastará la OTAN el dinero alemán
La cuestión clave que ha llevado a Washington al canciller Helmut Schmidt y al ministro de Exteriores, Hans Dietrich Genscher, es la de la aportación económica de la RFA a la defensa atlántica, pero no básicamente desde una perspectiva cuantitativa, sino cualitativa. Schmidt no desea una discusión sobre cifras, sino sobre objetivos a financiar.El problema es el de si. efectivamente es necesario un incremento real del 3% en los presupuestos de defensa de los países de la OTAN. La pretensión del nuevo presidente norteamericano de potenciar drásticamente los efectivos armados de su país tendría como efecto, en la RFA, un mayor gasto en objetivos que Bonn no ve aceptables; y ello cuando el aumento real del presupuesto alemán de defensa previsto para 1981 se limitará a un 1,8%, absolutamente insatisfactorio pata la Administración Carter.
Schmidt insiste en que tiene «buenos conocimientos» entre los futuros colaboradores de Reagan, especialmente el ex general Haig -con el que hubo serias diferencias por parte alemana, concretamente por parte de Schmidt, cuando Haig dirigía el brazo militar de la OTAN- y el ex secretario de Estado Kissinger, más cercano a los democristianos alemanes que a los social-liberales y muy asiduo en la RFA durante los dos últimos años.
En ningún caso se espera de ellos que disuadan a Reagan de exigir un mayor sacrificio de los alemanes en aras de una potenciación militar de Estados Unidos.
5.000 millones de marcos
Sólo los cuatro capítulos más importantes del catálogo de demandas presentado al ministro federal de Defensa, Apel, por el embajador norteamericano en Bonn (construcción de depósitos de armas, nuevas viviendas, modernización de cuarteles y distribución de billetes de tren gratis, todo ello para el Ejército norteamericano con guarnición en la RFA), supondría un gasto adicional del presupuesto alemán de 5.000 millones de marcos, casi 200.000 millones de pesetas.
A ello hay que añadir que el empleo de tropas norteamericanas acuarteladas en Europa central para objetivos extraeuropeos, que tanto acaricia Reagan, significaría una extensión del teatro de operaciones de la Bundeswehr: por lo pronto, Bonn ha calificado ya de «imposible» un proyecto, exigido desde Washington, de portaaviones europeo que se destinaría al Atlántico. La armada alemana opera habitualmente en el mar del Norte y no parece dispuesta a extenderse a otras aguas. Si Reagan presiona, ¿de dónde podrá sacar el ministro Apel los 60.000 millones que supondrá, en los próximos años, la modernización de las propias fuerzas armadas alemanas? Por si fuera poco, los nuevos proyectos armamentistas, a los que tanto urge Estados Unidos, se han encarecido sensiblemente.
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