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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tabaco, taxis y gasolina

LA SUBIDA de los precios le ha tocado ahora a los taxis, al tabaco y muy pronto a la gasolina. El alza del tabaco proporcionará 30.000 millones de pesetas anuales al Tesoro, lo que es una ayuda para aliviar el déficit. Esta es una buena razón, y no necesita el adorno de explicaciones tan peregrinas como la ofrecida por el presidente de Tabacalera acerca de si la cajetilla de Celtas se vendía por debajo de su coste de elaboración. Desvelaba así el secreto de que el Estado, en su monomanía por las subvenciones, favorecía el consumo de un producto nocivo entre la población trabajadora menos pudiente. Esta justificación de Tabacalera además es inconsistente con el hecho de que ahora el tabaco negro suba un 50% y el rubio extranjero un 22%. Una estrategia meticulosa de la incidencia de las alzas en el índice del coste de vida y su posterior repercusión en los salarios habría quizá hecho variar los porcentajes; pero el temor al contrabando organizado debe haber prevalecido sobre estas consideraciones.La subida de la gasolina, así como la del fuel, ha entrado ya en la cañería. Las demoras se han debido a ciertas dudas sobre si debía suprimirse prácticamente la subvención al fuel y repercutir así una menor subida sobre la gasolina o seguir el camino contrario. Esta segunda alternativa se perfila como la triunfadora, lo que es muy discutible cuando se pretende el desarrollo a ultranza de la industria del automóvil y la progresiva sustitución del fuel por el carbón. En cualquier caso sigue estando clara la ausencia de una política energética con unos objetivos y unos medios definidos de antemano. En cada ocasión en que se adoptan medidas salta la sorpresa. En plena crisis del petróleo no se ha trazado todavía un esquema de política energética que permita a los agentes económicos organizar por adelantado sus comportamientos. Entonces quizá lo más razonable sería suprimir al máximo las subvenciones y permitir que el mercado marque sus aumentos, que, naturalmente, no favorecerán unos consumos y penalizarán otros, sino que suscitarán el ahorro general y la sustitución del petróleo por otras fuentes de energía.

La subida de los taxis se ha producido, curiosamente, unos días antes que la de la gasolina y coincidiendo con la concesión del cuasi-monopolio de circulación y aparcamiento en el centro de Madrid. Un auténtico vivalavirgen. Sin embargo, una política de rentas, por el lado de los precios, exige una dosificación cuidadosa y una negociación casi permanente para limitar las alzas, sin olvidar una coordinación exquisita de los distintos centros de poder. Pero esta desesperante ausencia de sentido económico de las autoridades no hace sino acumular frustraciones en los ciudadanos y empujarles a imitar los ejemplos inflacionistas a través de un salvaje sálvese quien pueda. Por ello, y ante la reiterada conspiración alcista de los precios administrados, sería preferible un régimen de mayores libertades económicas, en el que las autoridades estatales, municipales y el propio Parlamento se concentraran en ordenar y poner determinados topes a los gastos del sector público sin meterse en más redenciones.

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