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Francia teme una nueva polarización Moscú-Washington a costa de Europa

La primera entrevista importante de dirigentes occidentales tras la elección de Ronald Reagan como presidente de Estados Unidos se celebrará en París, el próximo lunes, entre el canciller Helmut Schmidt y el presidente galo, Valéry Giscard d'Estaing. Diez días después, el jueves, 20, el dirigente alemán visitará Washington.

Los medios oficiales franceses están ansiosos por saber algo «sobre las orientaciones de Reagan en política exterior, pues es de esperar que sus afirmaciones en calidad de candidato sean matizadas sustancialmente una vez se instale en la Casa Blanca».¿Qué opina, realmente, Reagan sobre el Oriente Próximo? Francia, como la Comunidad Económica Europea (CEE), se ha pronunciado por la autodeterminación de Palestina, y la CEE tiene prevista una reunión importante, el día 1 de diciembre, con el fin de adoptar nuevas iniciativas al respecto. Reagan, de creer en sus declaraciones durante la campaña, es un pro israelí a ultranza. ¿Qué idea acaricia el nuevo presidente cuando habla de restablecer la gran potencia de EE UU? Si ello quiere decir que su diplomacia dará nueva vida a una especie de neoyaltismo (los acuerdos de Yalta dividieron el mundo en dos bloques, bajo el dominio de Moscú y Washington) en los medios oficiales franceses no se oculta el disgusto.

«De ninguna manera. Giscard acaba de recordar, en China, una pieza clave de nuestra diplomacia: la emergencia de un mundo multipolar». Reagan lo pasará mal, aseguran los franceses, si el nuevo imperialismo norteamericano implica el dominio de Europa.

París está especialmente sensibilizado hacia estas dos cuestiones: Europa y Oriente Próximo. Y ambas ocuparán gran parte de las conversaciones entre Schmidt y Giscarg.

En Francia se teme que, antes o después, un endurecimiento de la política norteamericana ayude a restablecer un diálogo Moscú-Washington que deje al margen al resto de los países occidentales. La tímida Europa autónoma que ha empezado a esbozarse en los últimos años, fundada en el eje París-Bonn, que intenta atraer a Gran Bretaña, pudiera desvanecerse si la «regeneración» del liderazgo americano vuelve a enamorar a los ingleses e, incluso, a los alemanes.

Nadie se atreve a apostar por la diplomacia que Reagan, sin profundizar demasiado, expuso a lo largo de su campaña electoral sobre sus futuras relaciones con Europa.

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Sobran los ejemplos, más o menos recientes, de los presidentes republicanos que, a la hora de la verdad, «olvidaron» sus inquietantes promesas electorales. Por otra parte, que Estados Unidos refuerce su poderío militar a nadie le parece mal en Francia, pero, desde luego, no a costa de Europa occidental.

En Bonn, el canciller alemán dejó entrever la confianza de que no tarde en desarrollarse una excelente cooperación entre la República Federal de Alemania y la futura Administración Reagan. Fuentes cercanas al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán llegaron, incluso, a recordar públicamente que «con la excepción de Truman, los europeos se han entendido mucho mejor con los presidentes republicanos».

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