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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ben Bella, un símbolo

AHMED BEN BELLA ha sido enteramente liberado después de un breve tiempo de prisión atenuada y de haber pasado quince años encarcelado, en especiales condiciones de aislamiento, sin contar los que pasó en Francia por luchar en favor de la independencia de su país, que después le maltrataría. Su caso no es único. Parece que, en nuestro tiempo, la política sin fortuna es aquello que se castiga con más crueldad, y que las estancias en las cárceles son mucho más largas para el llamado delito político, que es una figura que tratan de erradicar todas las filosofías de la justicia, que para el delito común. Miles de embastillados en todo el mundo nos muestran que la práctica de otros tiempos, que hizo famosos a los Dogos de Venecia y las oubliettes de París, donde efectivamente se olvida a los prisioneros, o las mazmorras hispanoárabes, ha traspasado por encima de todas las civilizaciones. Quienes así encarcelan a sus enemigos están definiendo, sin quererlo, el oficio de Estado como un mester de truhanes.La definición de delito político ha terminado por depender exclusivamente de la posesión del poder, y muchas veces ni siquiera se cubre el expediente de un juicio, o se hace éste de manera sumaria y torpe, con el orgullo de quien no necesita justificarsus actos, como acaba de pasar en Corea con las condenas de muerte y de largos años. de prisión a los opositores de un régimen elevado por la fuerza (por la propia y por la que te prestaron sus valedores en nombre de una política menos local). Ben Bella no tuvo ni siquiera ocasión de ser juzgado; pasó de la cárcel a la presidencia de la República de su país, y de la presidencia a la cárcel. La muerte de Bumedian ha producido su liberación paulatina, por grados, con una precaución y un cuidado que ilustran ese estilo de hacer política que ha de repudiarse.

Vivimos en un mundo en el que el valor de las palabras es contradicho por los hechos: una gran parte de nuestra evolución humanista es puramente verbal. No hay nación que no rechace con violencia la idea del delito político; sin embargo, son muy pocas las que no los tengan, con diversos nombres, clasificaciones o nomenclaturas de justificación; o en la clandestinidad, o confiando a sus hombres de mano, a sus policías paralelas, la acción del secuestro, el interrogatorio con tortura y la muerte en la cuneta. O con la estremecedora hipocresía -como en la Unión Soviética- de recluirles en manicomios, a partir de la tesis siniestra de que aquel que no está conforme con el orden establecido es un caso patológico.

Una dignificación de la política requiere urgentemente el desplazamiento real del delito político; no sólo de nombre, sino de hecho, sin buscar amparo en otras figuras jurídicas, sin retorcer los artículos del código pena¡ hasta convertir cualquier delito común en la medida exacta del enemigo odiado o que podría gozar del favor popular en un momento determinado. Amnistía Internacional está realizando una gran labor en ese sentido: por lo menos ha conseguido remover conciencias y acusar culpables de esta violación de derechos del hombre. Ben Bella, con los quince años de prisión ahora terminados, es, sin duda, todo un símbolo. Su libertad es una buena noticia para cuantos creen y luchan por los derechos humanos. Y una reparación debida a una revolución -la argelina- que, como tantas otras, se ha dedicado a devorar a sus propios hijos.

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