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Enmiendas a la Seguridad Social

Los ataques a la estructura y a los servicios de la Seguridad Social se amontonan de un tiempo a esta parte; las críticas al funcionamiento interno de las residencias sanitarias están a la orden del día; la información sobre los presupuetos, o se diluye en docenas de tomos ilegibles o se resume en una hoja volandera, como la que provocó el enfrentamiento entre Abril Martorell y el entonces ministro del ramo, Sánchez de León; los enfermos se niegan a sér operados por un doctor que en otro tiempo fue presentado como la cumbre de la cirugía española en su especialidad; los médicos plantean la posibilidad de una huelga ante las amenazas de las incompatibilidades; todo lo relacionado con la Seguridad Social adquiere un tinte entre justificadamente indignante y vehementemente demagógico, pero todo sigue igual.El «libro blanco» sobre la reforma sanitaria duerme el sueño de los justos; la participación de los empresarios y los trabajadores en la financiación de la Seguridad Social sigue siendo, con mucho, la más alta de los países occidentales, mientras la del Estado es la más baja; hasta las crónicas de sucesos recogen de cuando en cuando incidentes y anomalías incomprensibles. Y el pesado mastodonte, impertérrito, continúa su andadura inasequible al desaliento. Mucho habrán de hacer, y en poco tiempo, el sentido político de Alberto Oliart y el rigor presupuestario y administrativo de José Barea para que la Seguridad Social deje de ser el blanco de todas las críticas y ladiana de todas las acusaciones. O transformación o desmantelamiento parecen hoy las únicas alternativas, porque el simple lavado de cara no va a devolver la credibilidad y la eficacia a un planteamiento que pudo ser válido, aunque megalómano en tiempos pasados, pero que hoy ya no tiene la adhesión de los políticos, ni la compresión de los economistas, ni la confianza de los beneficiarios.

29 de octubre

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