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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Melodrama socialista

Este último filme de Wajda no puede incluirse ciertamente entre sus mejores realizaciones. Esta historia con prolongada moraleja final, entre sermón y arenga para supuestos maniqueos de las artes, cae bajo su propia ingenuidad, herida por un absurdo esquematismo, unas veces pueril y otras sembrado de alusiones demasiado fáciles.Henos aquí ante una joven violinista que conoce en Nueva York a un maestro compatriota ochentón, del que se enamora, entre otras razones porque tiempo atrás fue amante de su madre. El marido, mal dotado para la música y un tanto elemental en los ensayos, se empeña en dirigir los ensayos de su orquesta de provincias olvidando los principios más elementales. Llega el famoso que acaricia, en cambio, el aire con sus manos, y el conflicto estalla, como se dice hoy, a todos los niveles.

El director de orquesta

Guión: Andrés Kijowski. Dirección: Andrzei Wajda. Fotografía: Slawomir Idziar. Música de Beethoven. Intérpretes: John Gielgud, Cristina Janda, Andres Sewerin. Polonia. 1979. Dramática. Local de estreno: Luna 2.

Personajes y situaciones, tópicos y esquemáticas llevan la historia por un absurdo que bordea lo grotesco, sobre todo al final, cuando el maestro se va a sentar en la acera junto a los jóvenes melómanos. Todo es como un cuento infantil donde los caracteres se mueven al capricho del realizador y en el que la pretendida crítica social no va más allá de la pura superficie. El resto son palabras que nos recuerdan cómo debemos amar a la música por encima de todo, según parece como se ama a Dios, más allá de los conflictos terrenales.

Escuchando el sermón, que, sin saber muy bien por qué, descarga la protagonista sobre el marido torpe, no se llega a entender cómo, mediocre y todo, nos quiere convertir en basura a los demás, o hasta qué punto el director famoso es libre porque huyó de su patria en días tan aciagos como comprometidos.

Un viejo idealismo decimonónico corre a lo largo del guión, donde todo se explica y casa, en el que todo aparece atado y bien atado para dar a entender que la música es como un don del cielo, otorgado a los humanos para alzarlos desde el vil barro a esferas superiores. Así, el pobre marido, no celoso de la orquesta ni de su mujer, sino de la música a la que nunca amó, fracasa ante el atril, frente a sus compañeros, justo castigo a aquellos que en su afán de poder venden el alma de la música sirviendo los intereses del partido.

John Gielgud compone el ya sabido personaje de artista triunfador sin añadir ninguna novedad. Andres Sewerin no logra centrar el suyo, ya de por sí confuso, y Cristina Janda tampoco rompe las barreras que una aventura artificiosamente creada interpone constantemente entre la realidad y sus mal justificadas reacciones.

Rodada en América y Europa, no faltan los obligados planos de Nueva York, al parecer imprescindibles hoy para los realizadores.

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