Hubo toros para todos los gustos
Los toros de Juan Mari Pérez Tabernero, que figuraban en el primitivo cartel, se convirtieron en un saldo de hierros y ganaderías de todos los tamaños y comportamientos. Desde un toraco de Molero Hermanos, manso y entablerado, hasta el manso, reservón y dificil de Antonio Pérez, pasando por el de Ríogrande, que cerré plaza, con más bondad que una monja. En resumen, por los toriles salieron hasta siete toros, tres de Ríogrande, uno de Molero, otro de Juan Mari y dos de Antonio Pérez, de los que el que abrió plaza fue devuelto al corral por invalido.Con semejante ensalada de cornúpetas hubo variedad en los resultados, pues ningún toro se parecía al anterior. Con ello, se pusieron a prueba los recursos y aptitudes de los toreros, siempre a compás de la música que le marcaban los diversos bichos que tenían delante.
Paquirrí es el number one. Lo dicen los plumíferos de la laudatoria y en esta corrida resultó ser cierto, al menos en relación con sus compañeros de terna. Su faena al cuarto toro, de Ríogrande, fue una muestra de sus conocimientos e inteligencia taurina. Muy ligados los muletazos iniciales en el tercio y construida después en los medios,donde el toro iba mejor. Supo darle las distancias adecuadas y cruzarse al pitón contrario cuando era necesario para conseguir la embestida. De todos modos, a los muletazos les faltó temple y un tantico de reposo. Tras un pinchazo en el tercio, donde el toro iba menos, consiguió un volapié que mató sin puntilla, en los medios. El terreno adecuado. Fue premiado con dos orejas.
Nada pudo hacer en su primero, el marmolillo de Molero. Lo mató sin apreturas y oyó palinitas de los generosos.
Mala suerte tuvo Manzanares en suelen pasar el sorteo. Tuvo delante al de Ríogrande, muy flojo y probón. Cuando se decidía a embestir, daba con su fementido esqueleto en tierra y allá tenía que ir Corbelle a levantarlo. Con el difícil apé, que escarbaba y se defendía, intentó la faena de siempre e hizo bostezar a la clientela. Temps perdut. Tras fracasar en su primer toro, Luis F. Esplá consiguió la orejita de la monja de Riogrande, al que hizo una faena vulgar, sin mando. Con las banderillas, bulló, saltó y caracoleó, como siempre.
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