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Reportaje:Benidorm y la historia de la "enfermedad del legionario" / 1

Una forma de neumonía al alcance de los "tour operators"

No obstante, Legionella pneumophilla, nombre científico del agente bacteriano que afectó a personas que estuvieron en Benidorm, continúa siendo un caso de enfermedad infecciosa con mecanismos de transmisión aún insuficientemente conocidos, aunque parecen estrechamente ligados al agua en sus pensión: partículas en acondicionadores de aire, etcétera. Por otra parte, la posible infección bacteriana, causada por Legionella pneumophilla o cualquier otro agente microbiano, nos remite a otra serie de hechos: las condiciones sanitarias y de infraestructura de las instalaciones de la hostelería española.El Sunday Times del domingo pasado, al referirse a la enfermedad que ha afectado a algunas personas de los numerosos millones de ciudadanos europeos que visitaron Benidorm, valoraba la noticia a siete columnas, con un titular en el que se leía: «Los doctores comienzan la caza del escurridizo asesino de la Costa Blanca».

Filadelfia, 1976

En el verano de 1976, los medios informativos de todo el mundo describi,eron una misteriosa muerte, similar a la producida por neumonía, pero no provocada por agente conocido alguno.

Tras la celebración de la mencionada convención de legionarios, en la que habían participado unas 10.000 personas, al cabo de algunos días -entre seis y diez, según los casos- comenzó a comprobarse algo que sorprendió a los especialistas: numerosas personas que estaban siendo hospitalizadas, con idénticos y extraños síntomas, en distintos centros sanitarios tenían el denominador común de haber asistido a aquella convención.

Todo contribuía a aumentar el misterio y la creencia de que se estaba luchando contra algo realmente nuevo, cosa que posteriormente se comprobaría que era falsa. La enfermedad se presentaba como neurnonía, que es lo que en realidad ha resultado ser. La neumonía es una inflamación de los alveolos pulmonares, así como del intersticio pulmonar y de los bronquiolos respiratorios. Es una lesión que inunda el pulmón, impidiendo la respiración.

En el caso de los legionarios, al llenárseles de líquido los pulmones, perdieron la posibilidad de efectuar la función respiratoria, falleciendo algunos de éstos.

Algunas de las personas afectadas en la convención de Filadelfia no respondían al tratamiento con antibióticos. Algunos de ellos fueron sometidos a una intensa acción de oxigenoterapia, procedimiento con el que la mayoría de los enfermos pudo superar su fallo respira torio llegando a rehabilitarse completamente. De las casi doscientas personas afectadas, treinta perdieron la vida, ante el asombro e impotencia de médicos y asistentes que no lograron reducir aquella extraña modalidad de neumonía con la misma facilidad con la que se vencían las variedades conocidas hasta entonces.

Todo hizo pensar que se estaba ante un agente desconocido. Las neumonías anteriormente descritas no sólo tienen el origen diverso señalado, sino también causas muy diferentes. En el 90% de los casos son el resultado de una acción microbiana. Lo más frecuente es que sean bacterias, y especialmente neumococos, los agentes determinantes de la aparición de neumonía, pero también puede darse a causa de agentes víricos e, incluso las hay de tipo alérgico. Otros tipos de neumonías pueden estar provocados por trastornos circulatorios, lesiones bronquiales o inflamaciones tóxicas, e incluso de origen traumático.

Ante la falta de respuesta a la acción de los antibi6ticos conocidos de más amplio espectro, en los afectados de Filadelfia se investigó todo tipo de agentes que pudieran haber estado presentes en el hotel donde había tenido lugar la convención. Se pensó en bacterias, en virus -algunos, como el causante de la poliomielitís, tiene un tamaño de quince millonésimas de milímetro- y en todo tipo de agentes tóxicos.

Se tomaron muestras de alfombras, papeles de la pared, vasos de plástico..., comenzando a pensarse que se estaba luchando contra un agente tóxico, existente en la infinidad de productos presentes en el consumo actual. El carbonilo de níquel fue uno de los protagonistas de esta persecutoria historia.

La muerte de Alan Stephenson

Mientras los científicos se aplicaban a la tarea de descubrir al enemigo, en varias partes del mundo se describían casos de este tipo de enfermedad, con características simílares, que no habían tenido nada que ver con los tristemente célebres legionarios. Así se han podido detectar miles de casos en diversos puntos del planeta, en las más lejanas ciudades, de neumonías similares a la de los legionarios. La ciudad de Benidorm fue una de las que ya había sufrido casos de la enfermedad del legionario.

La historia se repite. Alan Stephenson es el nombre de un ciudadano británico que llegó hace algunos meses a uno de los hoteles de Benidorm que más ciudadanos británicos reciben, el Río Park. «Con él llevaba la muerte», según quienes lo vieron entrar: funcionarios del hotel que piensan que «no derrochaba salud».

Meses después moría en su país a causa de la enfermedad del legionario, mal que ha afectado -otra vez la coincidencia- a varias personas más que estuvieron en un mismo hotel.

Un aire de misterio rodea el edificio al acercarse a él. Ventanas cerradas. Silencio en torno. Lo que sin duda fuera, hasta hace escasas semanas, centro de bullicio verbenero que caracteriza a los turistas británicos y alemanes en este país ha sido convertido en un ámbito de silencio casi hospitalario.

Los empleados no parecen asustados, ni nadie entre ellos muestra el mínimo asombro porque un grupo de expertos en bacteriología y virología del centro español de Majadahonda y del Reino Unido hayan instalado en el hotel un verdadero laboratorio y tomen muestras de los más recónditos lugares del hotel. Los científicos trasladados al lugar tampoco muestran miedo alguno y, aun a sabiendas de que es el agua el agente portador -la investigación en Filadelfia reveló, entre otras cosas, que eran pequeñas partículas de agua suspendidas en el aire, transmitidas a través de los acondicionadores de aire, el vehículo transmisor de lo que resultaría ser una bacteria-, los científicos beben tranquilamente agua del hotel o se duchan con ella.

«Nos dan vacaciones», explica, alegre, una camarera. Como no hay nadie en la piscina, el personal del Río Park se dispone a emplearla. En realidad, quienes trabajan allí parecen haberse quedado con el hotel, mientras miembros de la dirección explican con amargura, refiriéndose a los turistas británicos: «Les han echado de aquí. Algunos no querían marcharse y fueron prácticamente obligados a subir a los autobuses, con la amenaza de perder su viaje de vuelta si no lo hacían».

En la noche del hotel conviven con el misterio el pequeño grupo de científicos, cinco o seis turistas que resistieron su marcha, y los noventa trabajadores que se disponen a tomar vacaciones hasta que se tomen decisiones, sin haber sucedido en realidad nada, porque ni las autoridades sanitarias españolas ni las de la cadena hotelera a la que pertenece el Río Park han ordenado el cierre, dado que ninguna evidencia de peligro ha sido probada. Mientras tanto, doce plantas silenciosas (salones, comedores, pistas de baile vacías) esperan. «Mire usted», asegura el director, «estoy seguro de que dentro de un año este hotel será un museo ».

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