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Tribuna
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La mujer y el filósofo

La muerte de Rosa Spottorno es no sólo una triste noticia social de la desaparición de una gran dama. Es el cierre de un capítulo largo, apasionado, conflictivo y enormemente creador de la intrahistoria española.No la traté personalmente. Pero nunca olvidaré la fuerte impresión que me causó cuando la ví en primera fila, hace muy pocos años, en un curso de Julián Marías sobre la filosofía de Ortega, en concreto creo recordar que sobre el pensamiento de ese gran libro todavía tan vigente y todavía tan mal entendido que es La rebelión de las masas.

Era una mujer de mirada vivaz a pesar de sus muchísimos años, atenta a lo que ocurría en el mundo y, al menos aparentemente, con el mínimo de achaques que le correspondía a su avanzadísima edad. Tenía el talante de la gran dama anglosajona, dispuesta a vivir el presente en la intensidad que el aquí y el ahora siempre demandan, y la vivacidad grata y llena de empatía de las gentes del sur. Sólo en la vejez la vida parece replegarse sobre sí misma. No parecía ese el caso de Rosa Spottorno, capaz de asistir con ilusión a actos de cultura y de relación social. Sobrevivió largamente a su marido, y pudo presenciar la reivindicación de su figura y de su obra.

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Los que hemos seguido la obra de Ortega siempre nos hemos preguntado sobre su «circunstancia» familiar. Ortega fue muy parco en sus referencias concretas a su entorno familiar, pero sus lectores asiduos siempre intuimos la importancia de la influencia de su mujer en su vida. Rosa Spottorno fue la compañera perseverante de la obra de Ortega en una época extraordinariamente movida y dramática de la vida pública española. E intuimos la importancia que Rosa Spottorno tuvo en la vida de su marido al hilo mismo de la doctrina filosófica de Ortega. En un bellísimo ensayo sobre «La elección en el amor» nuestro pensador partía de una idea básica: somos antes que nada un sistema nato de preferencias y desdenes. «El corazón», escribió, «máquina de preferir y desdeñar, es el soporte básico de nuestra personalidad». Desde esta idea básica, Ortega llega a la conclusión de que en la elección amorosa revelamos nuestro más auténtico fondo, confesamos -queramos o no- porciones decisivas de nuestra. intimidad. Y así tengo la absoluta seguridad de que la obra de Ortega está traspasada de punta a punta de la animosa compañía de Rosa Spottorno.

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