Un gran esfuerzo
Sale Alberti y dice: «Amigos: tratadme bien»; como en el «plaudite» de la comedia antigua, sólo que entonces se pedía al fli ial y Alberti lo pide desde el principio. Fue bien tratado, con entusiasmo, y probablemente no sólo por los amigos. Hay grandes razones para ello: quizá una por cada verso que ha escrito en su vida, por lo que representa en la cultura española auténtica.Hay también mucho para tratarle bien en esta Lozana andaluza: su respeto -de un clásico a otro- por la narración de Delicado, aun en todo aquello que tiene que alteraro modificar para el compendio teatral del largo relato; su manera de entremezclar su propia habla con la del clérigo original; su brío para algunas escenas. El mejor trato no puede impedir, sin embargo, la constatación de que el gran empeño se frustra en gran parte. La narración no cabe y queda desvaída, sin sujeción; algunas anécdotas menores, o algún derro che de lenguaje, se amplían en cambio demasiado, y no sólo pesan o aburren, sino que contribuyen al desvalmiento general.
La lozana andaluza,
de Rafael Alberti, sobre la novela del padre Delicado (1528).Intérpretes: Queta Claver, María José Goyanes, Heliodoro Pedregal, Alfonso Vallejo, Teresa Tomás, María Teresa Cortés, Marisa Naya, A na Frígola, Juan Ribó, Julia Tejela, Manuel Briega, Raúl Fraire, Cosme Cortázar, Modesto Fernández, Angel Pardo, Francisco_ Portes, Francisco Hernández, A ntoni . o Segura, Azufre del Pozo, Lola Hisado. Federico Mañas, Rafael Zarza. Vestuario: José Salas. Escenografia: A sdrúbal Mleléndez. Dirección: Carlos Giménez. Estreno: Teatro Maravillas. 20-9-1980.
La selectividad de Alberti la lleva a dos puntos que se convierten en principales: Roma, por una parte; el tratamiento de lo sexual y del lenguaje sin prejuicios, po otra. Dos temas que están, induda blemente, en la novela del padre Delicado, pero que en el teatro se multiplican y polarizan excesivamente.
Estos problemas de texto arrastran inevitable mente otros problemas paralelos, como el de la dirección y el de la interpretación. La dirección trata de cubrir por medio de la acción externa la falta de interés de la acción interna. Esto quiere decir que el escenario está continuamente lleno de figuras en movimiento, de comparsas, de actores que corren de un lado a otro, que aparecen por todas las cajas y por todos los orificios, que se agitan incesantemente.
El efecto se multiplica por la movilidad de la escenografía, compuesta por unos artilugios rodantes y transformables, empujados a brazo por los actores, que trepan y descienden por ellos, un poco a la manera del tristemente célebre escenario de Víctor García para Divinas palabras. Este escenario -de Asdrúbal. Meléndez- llega a dominar demasiado, sin que su estética lo justifique; como los trajes de José Salas, que son desiguales en belleza.
Se conoce el estilo de Carlos Giménez: es un director barroco de mucha calidad. Ha forzado el barroquismo en este caso para salvar otros baches y el resultado no ha sido suficiente. Forzar es un verbo clave en esta representación, y forzada es la interpretación de María José Goyanes para sacar del fondo del texto su personaje. No excluye esta apreciación de lo forzado el juicio de que tal vez sea la mejor interpretación de su carrera: gusta siempre -aunque haya un Foco de sadismo en ello- ver luchar a una actriz profesional por defender un papel difícil.
Pero aunque el esfuerzo sea mayor, el resultado artístico es menor que cuando no hay que trabajar a la defensiva. Juan Ribó, en cambio, no consigue esa defensa. ni siquiera el empaste necesario para formar con María José Goyanes la pareja de protagonistas. Queta Claver está en otra escuela, casi en otra galaxia, de interpretación: en otros tiempos.
Este desacorde sucede frecuentemente, y, por desgracia para el teatro, no sólo en esta compañía: es uno de los males que ha traído la imposibilidad de construir compañías estabtes. Sin perjuicio de alguna individualidad brillante, como la de Francisco Portes, en un monólogo aplaudido.
Todo representa un gran esfuerzo. Requiere, por tanto, el respeto y el buen trato que requirió Alberti. Fue premiado con ovaciones; y hubo palabras de agradecimiento finales del propio Alberti y de Carlos Giménez, nuevamente acogidas con bravos y ovaciones.
Babelia
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