En directo o con censura
Cuatro años le ha costado a Televisión Española, esta vez a través de Luis Ezcurra, aunque no importe el hombre ni el nombre, dada la casi total uniformidad de sus directivos, cargarse la lozanía de la grabación en directo de uno de los programas, poquísimos, que a más de hacernos sentir felices una vez a la semana por sentarnos ante la pantalla, dejaba a dicha televisión una rendija por la que escapar, que no todo es desagradable, anticultural e insano en la española, ante las otras televisiones del mundo.La labor de José Luis Balbín, luchando programa tras programa por presentarnos y dejarnos exponer temas que de verdad interesan a cualquiera que se sienta solidario con los problemas profundamente humanos, al margen de partidismos y sectas, y de una manera más destacada por los que tocan más de cerca a nuestro país, es la labor no sólo de un buen profesional, sino también la de un hombre íntegro.
Supongo que no servirá de nada que miles de personas piensen, como yo, esto y muchas otras cosas que no decimos por falta de espacio, pero que es imposible dejar de pensar. Tal vez no sirva de nada el clamor de unos cuantos por los derechos que se nos niegan al saber y a la expresión en libertad, puesto que una y otra vez se ha intentado vergonzosamente acallar voces tan sinceras como hermosas y con nombres tan representativos como el de Juan Luis Cebrián, que, a pesar de las censuras, dejan huella detrás de las cortinas torpemente tejidas por UCD, pero nos es vital, alguna vez, dejar salir unas protestas que nos ahogan y dificultan nuestra sobrecargada capacidad de aguante y permisión.
Es una política tan burda la de la represión y la censura que nos demuestra, una vez más, los cortos alcances de los burócratas del momento en este querido país. Puesto que, desgraciadamente, la inmensa mayoría de los españoles no ven programas como este, ¿no sería más ventajoso dejar expresarse con libertad -que, por supuesto, no excluye el respeto- a los que de una forma más consciente viven los problemas de todos, que el tener siempre en contra las voces de estos que, de alguna manera, podrían hacer que el pueblo, más consciente, ayudase y cooperase con sus dirigentes, dada la inutilidad del Gobierno para hacer y pasar programas mínimamente educativos y culturales?
No hablemos de desencanto, lo sembramos diariamente. No esperemos a que un hombre nos abandone para glosar hipócritamente sus virtudes. Démonos la mano sólo humanamente -que lo es todo- porque así no sembraremos desencantos - sino ilusiones. Aunque todo esto es quizá un problema no ya de concienciación, sino de conciencia. De todas formas, bien por Balbín (quien, pienso, sentía como una especie de vergüenza cada vez que de alguna forma presentaba disculpas por omisiones que todos sabíamos que no eran del equipo ni de la dirección de La clave). Siempre necesitamos hombres así, para que las impurezas afloren un poco menos y la verdad sobresalga bastante más. /
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