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Reportaje:Informe sobre Centroamérica / 4

Honduras, contrapunto político de las "dictaduras bananeras"

Primero, el triunvirato de las Fuerzas Armadas, encabezado por el general Policarpo Polo Paz García, convocó elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, que designaría un Gobierno civil provisional hasta otras elecciones generales directas, de las que en 1981 surgiría un Gobierno constitucional y un Parlamento; el primer comicio se efectuó en abril, al parecer sin fraude; la Asamblea se instaló en julio y Polo Paz le transfirió el poder; después de una semana de ciertas negociaciones, fue retribuido con el cargo de presidente provisional; finalmente, las fuerzas armadas declararon, por su boca, que ningún militar será candidato a la presidencia en 1981.Los hondureños no saben con certeza si este verdadero cuento de hadas centroamericano llegará a su desenlace feliz dentro de un año, aunque por ahora disfrutan de su rudimentaria democracia todo lo que pueden. En el palacio Legislativo, la Asamblea ha funcionado este verano en régimen de sesión continua (diez de la mañana a las diecisiete horas), con plenos abarrotados. La configuración de la sala se presta a una ilusión emocionante: frente al proscenio de la mesa presidencial, los 71 diputados se sientan en las filas paralelas de una especie de patio de butacas; atrás, sin más división que un pasillo, está la gente común que viene a verlos, atónita, y que entra y sale por una puerta sin guardias ni ujieres. Mientras los diputados de los dieciocho departamentos -campesinos duros de habla, bachilleres eruditos o viejos políticos con corbata de seda- se enzarzan en las polémicas del orden del día, los espectadores consumen caramelos o helados que traen de fuera; si se aburren, abren un periódico o un libro, pero no abandonan el asiento. La democracia es en Honduras un espectáculo más atrayente y novedoso que el cine o la televisión.

Las tensiones, disimuladas

La pobreza marca a la población hondureña, rural en un 70%. Tegucigalpa es una capital acosada por la interrupción de servicios, las calles llenas de lodo y una desocupación, aumentada sin cesar por la emigración campesina. La industrialización hondureña perdió autonomía al salirse el país, en 1969, del Mercado Común Latinoamericano (debido a la ruptura de relaciones con El Salvador, que prosigue) y repercute en la segunda ciudad, San Pedro Sula, principalmente fabril. La tasa de crecimiento industrial bajó del 10,4%, en 1978, al 8%, el año pasado. La reforma agraria (promulgada por López Arellano en 1975) no ha modificado la posición privilegiada del grupo de poder (grandes propietarios, tecnócratas y ciertos generales), que continúa controlando los precios y la intermediación exportadora, pero logró, sin duda, un alivio de la presión social campesina. La oligarquía agrícola hondureña es de perfiles discretos y está disimulada entre los 60.000 propietarios cafetaleros y los 30.000 algodoneros originados por la reforma.

La economía de Honduras, aunque deficitaria y con hondas desigualdades en la distribución del ingreso, no ha presentado situaciones explosivas de ruptura entre el grupo de poder y las mayorías; no hay allí guerrillas, ni movimientos insurreccionales, lo cual ha permitido, sin duda, que la transferencia del poder de los militares a un sector civil de centro-derecha se haya cumplido con suavidad. Esto no significa que los factores de esa situación explosiva falten en el país; simplemente, no son recogidos por la oposición, porque no parece haber, como en otros países del área, un estrato político capaz de asumir enfrentamientos tajantes.

Alianzas y divisiones

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En 1980, el juego político abierto por los militares en Honduras se desarrolla estrictamente entre tres partidos: el Nacional y el Liberal, tradicionales en el país, y un nuevo grupo; el Partido de Innovación y Unidad (PINU).

En esa incipiente democracia indirecta, las definiciones partidarias deben tomarse en términos relativos: nacionalistas liberales y pinuistas, que en el mercado interno son la derecha, el centro y la socialdemocracia, vendrían a ser en Europa la extrema derecha, la derecha y el centro.

En las elecciones de abril, el partido liberal de Roberto Suazo Córdoba obtuvo 35 de las 71 bancas de la Asamblea; 33 el partido nacionalista de Ricardo Zúñiga, y una minoría decisiva de tres bancas el PINU de Enrique Aguilar. En julio y agosto, el delicado reparto del Gabinete y los puestos administrativos o judiciales fue negociado entre liberales y nacionalistas, bajo la permanente necesidad de cortejar los votos parlamentarios del PINU. Y la situación continúa.

Fuera del Gobierno y también de la legalidad política, porque no se permitió a sus grupos inscribirse en el registro electoral, ha funcionado el Frente Patriótico Hondureño, donde se unieron para denunciar la apertura de Polo Paz como una farsa los partidos demócrata cristiano de Hernán Corrales Padilla, el comunista de Mario Sosa Navarro y el socialista, además de diversos grupos marxistas y organizaciones universitarias. El PDIC fue legalizado en julio y, en cierto modo, es de esperar que lo mismo ocurra con el PC y el PS. Ello está, al menos, sostenido por la Alianza Popular Liberal (Alipo), a la izquierda del PL, en su tesis de «integración nacional», que postula un Gabinete de todos los partidos.

La fórmula del Gobierno provisional es, de hecho, una alianza entre los tres partidos de la Asamblea, donde el PINU ha asumido el papel de oposición, pero sin extremarla hasta el riesgo de que el inestable mecanismo se quiebre. La oposición extraparlamentaria, sin embargo, parece mediatizada por la división, que los militares procuraron exacerbar con la legalización del PDC. La Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) es sede de organizaciones estudiantiles que proporcionaron vitalidad a las acciones del Frente Patriótico, pero condenadas a la ineficacia por su división. El estudiantado de la UNAH está repartido entre el Frente Reforma Universitaria (FRU), manejado por tres tendencias de extrema izquierda, y el Frente Estudiantil (Fes), escindido del FRU y de tendencia comunista prosoviética.

Estas divisiones, como es lógico, fueron trasladadas al Frente Patriótico, restando cohesión a su propaganda abstencionista durante el período electoral y haciéndole perder adhesiones: en un padrón electoral de 1.200.000 votantes hubo sólo 20.000 votos en blanco.

Parsimonia de la oposición

Hoy el estilo del Frente Patriótico es permanecer a la expectativa. Los comunistas prosiguen una labor de reorganización sindical en la Confederación General de Trabajadores y la Unión Nacional de Campesinos, que deben enfrentar a dos centrales oficialistas: la Confederación de Trabajadores Hondureños y la Asociación Nacional de Campesinos. El médico Hernán Padilla Corrales, hablando en una entrevista sobre su PDC, expresa bien, sin embargo, la parsimonia y ambigüedad que parece caracterizar a la oposición extraparlamentaria hondureña:

Pregunta. «Este régimen provisional, ¿podrá corregir la situación dejada por ocho años de Gobierno militar?

Respuesta. Creemos que debería ser así. Abrigamos temores de que no se tuviera la suficiente previsión para ir en esa dirección; pero tenemos la esperanza de que el pueblo, movilizado, pueda influir hacia un Gobierno que nos permita una convivencia apropiada.

P. ¿El Frente Patriótico cree que la presencia del PINU en la Asamblea mejora la situación política del país?

R. El PINU ha expresado puntos de vista de honestidad y decencia política, y tiene muchos elementos que son lo que dicen ser. Tenemos esperanza de que pueda servir de algo.

La ambigüedad del Frente Patriótico es visible cuando entra en juego el tema de El Salvador. Mientras el PC y el PS condenan a la Junta salvadoreña, el PDC apoya allí a su partido homólogo. Para Corrales Padilla, la democracia cristiana de El Salvador, al participar en la Junta y asumir responsabilidad conjunta por la represión, «está realizando un esfuerzo honrado y noble por realizar un Gobierno sincero y bueno», aunque admite que «se están produciendo todavía algunos hechos muy lamentables».

El modelo intermedio

La ecuación de violencia que caracteriza a Guatemala o El Salvador carece en Honduras de uno de sus términos: la guerrilla. El otro, las fuerzas armadas, no asume el nivel represivo de otros países, quizá porque no hay una izquierda que haya podido convertir su resistencia en lucha armada o quiebra del orden social.

Estos militares de personalidad borrosa y estos políticos conservadores o pacatos fueron elegidos en 1979, cuando la liquidación del somocismo en Nicaragua anunciaba el contagio de una democratización hacia la izquierda para proponer un modelo intermedio de apertura política: la transición ordenada y con garantías desde el régimen militar a la democracia representativa. En Honduras, el subsecretario de Estado norteamericano, William Bowdler, pudo aplicarse sin sobresaltos ni presiones a elaborar el consenso entre militares y civiles, y el ejemplo sigue vigente, a disposición de Guatemala y El Salvador. En julio, durante un seminario organizado en Panamá por los partidos liberales de la región sobre el tema Alternativas políticas y democráticas en Centroamérica y Panamá, el vicepresidente guatemalteco, Francisco Villagrán Kramer, indicó: «Los pueblos de la región deben tomar la experiencia hondureña de diálogo y transacciones políticas como un modelo adecuado».

El modelo intermedio es distinto al militarismo salvaje de Guatemala, al régimen binario reforma-represión de El Salvador y, por supuesto, a la tentativa socialista de Nicaragua, contra la que se dirige. Pero está por probarse todavía que constituya una alternativa a las dos primeras fórmulas, porque quizá corresponde a las especialísimas condiciones de Honduras.

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