Los militares turcos
PUEDEN ESTAR satisfechos los militares turcos del discreto, casi amable, silencio con que ha sido acogido su golpe de Estado. Sólo Bélgica ha repudiado el suceso, y de una manera activa, al negarse a enviar su pequeño contingente a las maniobras de la OTAN en Tracia por no colaborar con los golpistas. Y, curiosamente, la decisión belga ha despertado más contrariedad que el golpe turco. Ni siquiera Noruega y Dinamarca se han unido a ella, y en los medios de la OTAN se critica la decisión de Bruselas como susceptible de debilitar la Alianza. Los belgas habían suspendido ya su decisión de aceptar los cuarenta y ocho misiles nucleares -los «euromisiles»- que les corresponden como cuota, y todo esto hace aparecer a Bélgica como un país dudoso en el seno de la Alianza. Turquía, en cambio, se afirma. No importa demasiado que hayan quedado en suspensión las garantías constitucionales, que los partidos estén impedidos de continuar sus actividades políticas, que la huelga haya quedado automáticamente prohibida, que los dirigentes del régimen -elegidos y en el uso de un poder legítimo- estén detenidos -o cubiertos por algún eufemismo-, que los sacrosantos principios que la OTAN defiende en la Carta del Atlántico frente a la dictadura estén siendo violados. La OTAN y Estados Unidos han visto alejarse el espectro del neutralismo, como lo vieron en Grecia por el golpe de los coroneles, y bastan ahora unas cuantas actividades equívocas de los militares -la actuación visible contra la extrema derecha, las declaraciones de que devolverán el poder a los civiles más adelante, la proclamación de su afición personal por la libertad- para que queden incluidos en la lista de los «buenos» o, por lo menos, entre la de la gente estimable.Mientras, la Unión Soviética prefiere mantener un cierto silencio, consciente de que todo lo que pase en sus fronteras es delicado, y sólo los países árabes protestan, especialmente Irán. Todo un encubrimiento de luchacontra el fanatismo religioso -siguiendo las huellas de Ataturk- y de modernización - se produce en Ankara. La lógica hace pensar que en ningún momento la defensa de la democracia puede hacerse en Turquía ni en ningún otro país paralizando o destruyendo las instituciones democráticas, ni siquiera con una supuesta provisionalidad, que, a juzgar por la historia del desgraciado país en los últimos tiempos, nunca ha cesado, sino ayudándola a afirmarse. Cuando una democracia tiene unos enemigos fuertes, hacer lo que esos enemigos desean es simplemente colaborar con ellos y formar parte de sus designios.
Si la OTAN tiene una razón de ser, si lo que llamamos Occidente posee una filosofía, es la de enfrentar y luchar por unas libertades frente a una forma de totalitarismo y una violación de los derechos humanos y de las libertades ciudadanas. Se da justamente el nombre de ese totalitarismo a la Unión Soviética y a su expansión sobre países sojuzgados. Cuando un país aplica esos mismos tratamientos a su pueblo, no importa en ningún caso el signo político o el nombre que adopten ni la semántica con que nos quieran engañar: su régimen será tan contrario a los principios esgrimidos por la OTAN y defendidos por Occidente como los de cualquier otro. Los militares turcos no deben ser una excepción. Y mucho menos, una metáfora.
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