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Tribuna
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Sí, pero...

1. Sí a UCD, nuestro partido, el que por dos veces en tres años ha querido la mayoría de los españoles; al que correspondió la mayor cuota en la ineludible tarea de la transición; el que, dando a nuestra vida pública un talante de moderación, ha prestado un inapreciable servicio a la estabilidad política de España; el que en circunstancias difíciles de todo tipo ha satisfecho en un alto porcentaje las aspiraciones fundamentales de su electorado.2. Sí a la solidaridad de nuestro grupo parlamentario, sin duda el más importante y representativo de los órganos del partido y al que, como es propio de todo sistema democrático occidental, debería corresponder, junto con su homólogo del Senado, la dirección de la política parlamentaria de UCD.

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Ese grupo, cuyos miembros contribuyeron, cada uno parcialmente, pero todos juntos decisivamente, a los triunfos electorales de 1977 y 1979; ese grupo donde se han decantado nuestros mejores hombres; ese grupo gracias a cuya confianza se mantiene el Gobierno y que con un voto constante, disciplinado e incluso abnegado ha permitido muchas decenas de victorias parlamentarias.

3. Sí al Gobierno recientemente constituido, algunos de cuyos miembros unen a su alta competencia personal la calidad de jefes históricos del centrismo español, deseando a su gestión el éxito que sus cualidades individuales merecen y que el prestigio de UCD necesita, porque en la tarea está empeñada la suerte de muchos de sus hombres más representativos.

4. Sí a la colaboración de nuestros homólogos de Cataluña -colaboración por la que vengo abogando, a veces en una inconfortable soledad, desde 1977-, porque ello permite renovar y consolidar la necesaria mayoría parlamentaria con dosis de sensata modernidad, abundante en la periferia, y, lo más importante de todo, abre la esperanza de corresponsabilizar al nacionalismo catalán -y ojalá fuera lo mismo con el vasco- en lo que es tarea de todos.

5. Sí a la decisión -¡tantas veces anunciada!- de ser firmes, austeros y eficaces; a la decisión, en fin, de gobernar de una vez, aunque no sabemos cómo y por qué ahora va a cumplirse tan pío deseo.

6. Pero no al caudillaje arbitrario que pretende ocultar la irremisible pérdida del liderazgo político en el partido, en el Parlamento y en el Estado. Porque, en una sociedad democrática, un Gobierno sólo es eficaz si es capaz de inspirar confianza política, y eso no lo da sólo la eficacia de la gestión sectorial de cada ministro, sino la seguridad en la dirección del conjunto.

7. Pero no al ejercicio o, lo que es peor, a la inerte posesión solitaria del poder, tendente a reducir el partido y la mayoría parlamentaria a un mero séquito fiel. Porque un partido sólo puede servir a la democracia política y social cuando el mismo es democrático, esto es, regido por un liderazgo colectivo, abierto a sus cuadros intermedios, como éstos deben estarlo a sus bases, y todos atentos al pálpito de la opinión pública que deben tanto representar como ilustrar.

8. Pero no a los pactos y connivencias secretas con minorías de muy distinta laya; nacionalistas unas; seudonacionalistas, otras, y... ¡ojalá pueda parar aquí la enumeración! Porque no sabemos el precio que por estos apoyos se pagan, y lo que de ello sabemos, por su inconstitucionalidad, por su incoherencia política, por la falta de criterio que revelan, atentan al pudor de la cosa pública.

9. Pero no al enfrentamiento radical y personal con la única oposición democrática y nacional que existe, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ante el que no es preciso ceder, como se hacía antaño, pero con el que es necesario dialogar siempre y coincidir en grandes temas de Estado, como no se hace hogaño. Porque si gobernar no es ceder, gobernar en democracia es dialogar no sólo con el argumento de los votos, sino también con el peso de las razones y, en todo caso, con la garantía de la fiabilidad. Y no también a la falta de un diálogo serio con CD.

10. Pero no a las ambigüedades de un programa vagoroso, apto sólo para ir tirando. Porque el quid de la política no consiste en estar en el poder, sino en saberlo utilizar, y gobernar no es permanecer indefinidamente a bordo, aun sin jarcias ni timón, como un náufrago. Consiste en saber fijar el rumbo, en saber alcanzar el puerto de destino...; en saber incluso desembarcar.

Miguel Herrero R. de Miñón es diputado de UCD, vecino a los sectores liberal y democristiano.

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