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Juan Benet: "El escritor es el estilo"

Conversación con el autor de "Saúl ante Samuel"

Juan Cruz

Con su última novela, Saúl ante Samuel, Juan Benet cree «haber llegado al techo vital». El escritor, sentado en el salón de su casa, rodeado de libros y de fotografías, enfrentado a paredes en las que cuelgan cuadros a los que la penumbra anula el color y el significado, dice que no lo volverá a hacer más. «No lo volveré a hacer más. No, no es una concesión a la modestia, ni un guiño al público lector, es un conocimiento de mis limitaciones y una, digamos, economía; sí, mejor uso la palabra economía que la palabra renuncia. No haré más ese esfuerzo porque no me resulta económico».

De una conversación con Juan Benet quedan muchas cosas, pero en el recuerdo queda, sobre todo, un agudo sentido del humor, un ejercicio implacable de la ironía. Es su estilo, en persona y en la escritura. El cree que «el escritor es el estilo».La ironía es una forma de economizar para «sujeto que vive en Madrid, que se gana la vida ejerciendo la profesión de ingeniero» y que, de cuando en cuando, acude a los periódicos para pronunciarse, por ejemplo, sobre el problema vasco o sobre el ruso Solyenitsin, sorprendiendo al lector que lo identifica con un personaje ajeno a la realidad y a esos asuntos. Benet desmiente ese distanciamiento: «¿Por qué no me va a preocupar a mí el problema vasco o el cretino de Solyenitsin?».

Un día también decidió preocuparse de la Constitución, que fue tema recurrente de algunos colegas suyos en España. La respuesta que Benet dio a la diatriba es una suma de su ideología cotidiana. Resumió su propuesta en un solo artículo: la Constitución debía decir, simplemente: «Artículo único: el Estado español garantiza al español su derecho al fracaso».

"El triunfante imaginario"

«El español», dice hoy Benet, cuando la Constitución está ya en la calle, desobedeciendo notoriamente su escueta sugerencia, «es lo que Molière hubiera llamado "el triunfante imaginario". No es el triunfante frustrado porque no es frustrado; en general, el español es un poco cobardón; a pesar de todos los tópicos que se dicen sobre el coraje y sobre la raza, el español no viene siendo desde hace siglos un pueblo que arriesga colectivamente. La guerra civil española, por ejemplo, no fue una guerra en la que se arriesgaran otras cosas que las vidas propias, aunque también estaba la aventura colectiva. Los españoles se encontraron en el callejón de la guerra civil y lo resolvieron, pero aquella no era una guerra de conquistadores, de forjadores de la historia».Juan Benet lo hace todo pacientemente. Acude a la cocina, busca hielo; comenta las dificultades que hay para lograrlo, reflexiona sobre los mejores momentos del día (de la noche) para tomar el whisky, y luego regresa para reemprender una conversación que no es su principal interés; su principal interés parece ser contemplar cómo el tiempo pasa, vencido, más allá de los cristales de su casa. No hay libros abiertos en el salón, pero se apilan, cerrados y usados. «Yo no estoy muy al día» (de lo que se publica). «Cada vez leo menos a los contemporáneos y, sobre todo, nunca leo un éxito de venta. Ya tiene que venir un libro con muchas canciones eclesiásticas para que me meta con él si es extenso. Cuando eras joven no te importaba mucho meter la pata, porque los jóvenes, todos, meten la pata; pero cuando llegas a cierta dad comprendes que el tiempo que has dedicado a la lectura ha sido poco y se empleó mal. Se emplea mal porque se lee mucho para estar al día, haciendo caso de la propaganda que te inclina a leer bazofia y para encontrar un buen título entre los premios, entre la publicidad de las solapas, entre lo que te dicen los amigos, pues pierdes el tiempo, y para qué vas a perder el tiempo leyendo cosas que no tienen ningún interés, cuando sabes que si mañana vuelves a leer a Shakespeare o a Cervantes la inversión está garantizada».

Aguas arriba

Ante un personaje como este, que tiene tras de sí, y en el caso de su casa esto se aprecia hasta físicamente, una colección inmensa de lecturas, preguntar por las influencias perennes que él mismo rastrea en su literatura es un riesgo que hay que correr. «Yo no soy científico y la ley de la casualidad no la he entendido nunca. No sé de dónde me viene el buen humor, si es que lo hay en mis libros, ni de dónde me vienen las narices, ni el color de los ojos, y además prefiero no saberlo. Buscar influencias o causas es remontar la corriente aguas arriba y eso no conduce a sitio seguro».Juan Benet se resiste a hablar del momento actual de la literatura española en los términos en que suelen hacerlo los críticos. «Si no hablan de decadencia y de mediocridad, los críticos nunca están contentos. La literatura española será rica en la historia, pero claro, la historia son diez siglos, por ejemplo, y en ese tiempo tan largo sí que puede salir gente con talento. De eso a pretender que el talento se tiene que transmitir, conservar, perdurar y ha de mantener sus cotas, va un trecho muy largo. Una cota constante de talento exigiría que de cuando en cuando esa cota se elevara y que hubiera supertalentos. Pero tú no podrías vivir en un país que tuviera muy buena Prensa, muy buenos articulistas, muy buenos cómicos, muy buen teatro, sin tener la tentación de calificar de mediocre la situación en que vives. Un idioma forjado en el siglo XIII, como el toscano, ha dado tres genios; los ingleses han dado cinco, de los cuales, uno nació en Polonia, y tres, en Irlanda; los genios franceses se reducen a ninguno, si exceptuamos a Proust».

Saúl ante Samuel, un esfuerzo que Benet no quiere repetir, es una obra compleja, de la que él no quiere hablar demasiado. Sobre todo rechaza resúmenes de las ideas que están detrás de la novela. «No me sería fácil hacerlos. No me sería fácil ni respecto a ese libro ni respecto a ningún, otro, aunque sólo fuera por economía. Si me fuera posible hacer un resumen y una definición brillante, la habría hecho, en lugar de escribir cuatrocientas páginas de prosa casi ilegible». Tampoco hay una propuesta concreta que pueda extraerse de la lectura de sus libros. «No hay ni conclusión ni propuesta. ¿Qué voy a proponer yo? Hombre, a mí me gustaría que en el país lloviera más».

«Lo que se puede proponer un individuo», dice Benet, «es tratar de reformar el escenario en que vive para estar a gusto plenamente. Afortunadamente, por poco talento que tengas, nunca estarás contento en el escenario que tienes. Porque debe ser una lata vivir en un país donde estás a gusto, ¿no?».

«Los componentes de mi generación nos formamos en un ambiente que nos acostumbró a estar a disgusto con nosotros mismos. Esto constituía un fundamento lo suficientemente permanente como para sospechar que, pasara lo que pasara y ocurrieran los eventos más venturosos que pudieran ocurrir, el fondo de disgusto con el país tenía que persistir. A pesar de que hubiera acontecimientos como el del 20 de noviembre de 1975, un día en que llovió mucho, pero no tanto como se hubiese querido. Pero, vamos, ya con lo que pasó ese día bastaba; incluso podía haber hecho un día de sol africano, y el día hubiera seguido siendo bueno. Por muchas alegrías que te dé este país, la conformidad nunca es posible. Si lo piensas, esta situación en que sabes que una armonía social es imposible es una situación envidiable, porque el bienestar no produce estímulos».

Benet dice que no es «de una generación ni muy marchosa ni muy cobarde; yo soy de una generación que tenía las alas cortadas. La generación anterior luchó, se batió el cobre, perdió o ganó, pero tuvo un momento en que pudo salir a la calle y hacerse su destino. Cuando nos hicimos hombres, los que nos hallábamos aquí estábamos aplastados. ¿Qué ibas a hacer? ¿Poner bombas contra el régimen? Eso te costaba la vida o podías convertirte en la nada más heroica. Nuestra generación no tuvo muchas oportunidades. Cuando pudimos levantar la voz y escribir lo que nos daba la gana en la Prensa o en los libros ya éramos cincuentones».

El lenguaje, el estilo

Quizá su dedicación técnica cotidiana y luego su contacto con los libros de creación o de ensayo sobre la creación, o sobre antropología, entre otros muchos casos, le haya dado a Benet un aire de renacentista que huye de la conversación especializada sobre su última novela, a la que vuelve ante nuestra insistencia. « En Saúl ante Samuel, más que en ningún otro de mis libros, está, por decirlo así, el cuerpo de mis opiniones sobre la historia de este país, sobre el futuro, sobre la ruina, sobre la constitución del español, sea este falangista, republicano o monárquico; las que están en ese libro son mis opiniones, y, en ese sentido, es muy personal la novela. La mayor parte de ella está formada por la confusión de un sujeto, en el que yo hago una transposición de opiniones, y esa trasposición sólo puede hacerse a través del espacio libre que deja la imposibilidad de un estilo previo».Benet cree que «una cosa sólo se puede decir de una manera, y en cuanto cambias la mínima partícula de la expresión, ya has cambiado lo que querías decir. Por consiguiente, es una hipótesis crítica muy aventurada la de suponer que estas mismas ideas tenían otro vehículo posible. Eso atenta contra mi integridad como escritor. Si esas ideas se hubieran dicho de otra manera, habrían sido otras ideas».

El estilo es, para Benet, «una plataforma superior sobre la que descansa el lenguaje. El estilo es sobre lo que puedes trabajar. Con el lenguaje apenas puedes hacer nada. Las palabras te vienen dadas por el uso y entonces es una cosa común a todos. El escritor, en definitiva, es el estilo».

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