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LA LIDIA : EL PUERTO DE SANTAMARIA

Más alegría que arte en la conmemoración

Con mucha alegría, para el poco arte y la poca lidia que se vio en el ruedo, celebró la afición portuense el primer centenario de su deslumbrante plaza. «Quien no ha visto toros en El Puerto, no ha visto toros», es aserto tradicional en tauromaquia. Y puede ser verdad. Si hay toros, por supuesto. En la corrida del centenario, ayer, no los había. Mejor dicho, hubo uno que el espada encargado de torearlo, que era Palomo, no lo quiso ni ver y se limitó a trastearlo por la cara, con tantas precauciones como si tuviera delante al mismísimo demonio.Antes había estado Palomo muy relajado con un torillo de embestida deliciosa. Los tres espadas estuvieron relajados con torillos de embestida deliciosa. De ellos, el Mangui tomaba la alternativa en la histórica ocasión. Sus paisanos le aclamaron en todo momento y por cualquier motivo. El Mangui correspondió con vibración y entrega en la ejecución de las suertes. No era mucho, para lo que teníá delante. Se trata de la hombonería más selecta, lo mejor de lo mejor entre las mejores y más pastueñas embestidas que puedan imaginarse.

Plaza de El Puerto de Santa María

Corrida del centenario de la plaza. Toros de José Luis Osborne, tres sin trapío y pastueños, tres más aparentes y manejables, todos astifinos y flojos. Limeño: pinchazo muy bajo y bajonazo descarado (oreja). Estocada desprendida (oreja). Palomo Linares: estocada (dos orejas). Cuatro pinchazos feos (bronca). El Mangui, que tomó la alternativa: metisacia, pinchazo bajo, descabello, otro metisaca y nuevo descabello (vuelta). Pinchazo y estocada baja (dos orejas).

En una corrida como la de ayer, con tan extraordinario y, por otra parte, insignificante género, echábamos de menos, más que nunca, a los toreros de arte. Con ellos habríamos visto, sin duda ninguna, la quinta esencia de la tauromaquia. Pero como no estaban, lo que vimos en cambio fueron toreros jabatos, arriesgados (qué fácil, frente a toritos así, ¿verdad?), y a la vez gesticulantes, en lo cual es maestro el mencionado Palorno, que después de cada serie de pases se va de la carita del osborne docilón y derrotado como si se tratara del peor barrabás tipo garciarromero u otros pájaros de buena cuenta.

Más cerca del toreo bueno y verdadero estuvo Limeño -se le notaba la veteranía-, quien sacó naturales de pata alante, con sus ligados pases de pecho hondos, y azucaró las macizas faenas con graciosos abaniqueos entre la.s astas de las reses. En realidad, más maciza, construida y gustosa, resultó la primera que la segunda, pues en esta, ejecutada a un toro escurrido, seriecito y cornalón, birlongueó un poco. Pero se le perdona. A sus años, y en pleno paro taurino del que se libera muy de tarde en tarde, nadie podría exigirle a Limeño mayores arrojos.

La corrida tuvo la historia de la alegría popular, con su manguismo galopante, que se desbordó al final y los manguistas pasearon a hombres al titular de la causa, precedidos de pancartas alusivas a lo grande que es el rubio ídolo. Ya veremos. Más también tuvo la corrida el dato para la historia de que los toros salieron bien armados y verdaderamente astifinos.

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