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Reportaje:Viaje por el Africa austral: La política como espectáculo / 1

Suráfrica contra Angola, la guerra de las ideologías

La cuestión central en el Cono Sur de Africa parece ser si finalmente serán arrojados al mar los blancos que gobiernan en la República de Suráfrica, o si aceptarán eliminar de una vez por todas, el sistema de segregación racial sobre el cual reposa su riqueza y su poder.Esto es cada vez más claro desde la independencia de las últimas colonias portuguesas, en 1970, y la más reciente de Zimbabue, en abril de 1979. El estado de ánimo de los negros se asemeja al de los árabes cuando, allá por los años cincuen ta, el primer ministro sirio Jamil Mardan decía que «tenemos que arrojar al mar a todas esas bandas de sionistas. Para ello, basta con que los cuarenta millones de ára bes que somos nos armemos con, palos y bastones».

Las esperanzas de lograr que sea abolido el apartheid se desvanecen cada vez que surjen. Con muchísimos más títulos históricos a la tierra donde viven que los israelíes, pero sin el apoyo internacional de que goza Israel, los blancos de Suráfrica, que disponen o pueden disponer del arma atómica, que están en condiciones de rechazar cualquier agresión exterior, incluso apoyada por soviéticos y cubanos, aparentemente no habían previsto la magnitud de la actual rebelión interna y no saben reaccionar inteligentemente frente a ella.

Los negros han perdido el miedo que sentían ante el poder, para ellos, carismático de los blancos. Hoy reivindican la equiparación de sus salarios, nivel de vida y derechos humanos con los blancos. La única alternativa a la negociación es la revolución armada y el abandono de todo diálogo. La juventud negra se inclina por esta solución.

La importancia para Europa de lo que se juega en el Africa Austral queda claramente de manifiesto en un informe de la inteligencia norteamericana, según el cual, «si las exportaciones de sólo cinco minerales estratégicos surafricanos a Europa se interrumpieran durante más de. tres meses, veinte millones de obreros perderían sus puestos en Occidente».

Actitud moderada y cooperación

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Afortunadamente para Suráfrica, una parte de los países de la «Iínea del frente», Zimbabue, Mozambique, Zambia y Botswana, han adoptado una actitud moderada y aceptan incluso una más o menos amplia cooperación económica. El Gobierno de Pretoria sólo responde a esa percha tendida con intentos irrealistas, por lo menos, mientras el apartheid subsista, de atraerlos con incentivos económicos a una constelación de Estados, dentro de la cual, Suráfrica sería el lucero del alba dominante.

Para bien de los surafricanos, no toda la comunidad blanca está hoy solidariamente unida detrás de la intransigencia del Gobierno y de la discriminación racial. Son muchos los intelectuales y profesores universitarios, e incluso el Partido Progresista Federal (PPF) del diputado Van ZyI Slabbert, quienes creen que algo sustancial debe cambiar, y que un régimen político que resulte del principio de un hombre, un voto, no tiene por qué ser una tragedia. La existencia de esta corriente de opinión es esencial para que los negros lleguen a entender que el racismo blanco no se combate con racismo negro.

Una importante confrontación, a la vez militar e ideológica, tiene lugar en el presente entre Angola, que es como decir la URSS y Cuba, y Suráfrica, y cobra su expresión más notable en la pugna por Namibia. Pretoria no está dispuesta a permitir que acceda al poder en Windhoek, tras la independencia, un régimen que le sea hostil. Un eventual gobierno SWAPO constituye, a los ojos de la Suráfrica blanca, un factor potencia¡ de desestabilización intolerable. Por el contrario, para Angola sólo el control de Sam Nujoma es garantía de qúe concluirán las agresiones surafricanas, y de que la UNITA de Jonas Savimbi falta de apoyo, dejará de cuestionar el poder prosoviético del MPLA.

El reconocimiento extendido por la asamblea general de la ONU y la OUA al SWAPO de Nujoma como «representante único y legítimo del pueblo namibio» dificulta cualquier solución con Suráfrica, que, quiérase o no, está presente económica, política y militarmente en el territorio, e irrita a los nacionalistas moderados que, desde dentro de Namibia, también se enfrentan a la colonización surafricana y que se consideran igualmente representativos.

El MPLA de Angola, investido de la verdad revolucionaria absoluta, convencido en privado de que ni Samora Machel ni Robert Mugabe son auténticos marxistas, presta al SWAPO bases en sus fronteras meridionales. Para disgusto de los mozambiqueños, la URSS sólo considera a Mozambique como «país de orientación socialista», mientras que el Zimbabue de Mugabe, a quien no apoyaron en la fase insurreccional por llevar la contraria a China, no ha merecido aún ni siquiera el satisfecit revolucionario de Moscú.

La réplica es el apoyo de Suráfrica a las guerrillas de la UNITA de Savimbi, que operan en, por lo menos, tres provincias meridionales de Angola y que conservan un fuerte arragio entre los «umbundus» del sur.

Solución a la angolana

El presente lleva a temer, para la Namibia independiente, una solución a la angolana; es decir, el monopolio forzado del poder por uno solo de los grupos que combatieron contra la colonia.

Aunque el SWAPO sostiene que aceptará el veredicto de las urnas, la exclusividad con que reivindica la representación de los namibíos, la descalificación que proclama de las otras fuerzas nacionalistas del territorio, y su alianza con la URSS, Cuba y Alemania del Este, parecen apuntar en el sentido indicado. En el peor de los casos, esta actitud podría llevar a una futura guerra civil.

En busca de una tercera vía

Mozambique y Zimbabue, llamados a una cierta complementariedad política y económica, parecen optar por una especie de tercera vía entre dos radicalismos tan antagónicos como el de Angola y Suráfrica.

Sin haber abandonado el socialismo, el presidente Samora Machel ha introducido importantes rectificaciones económicas que, en el plazo breve de medio año que lleva en vigor una cierta tolerancia del comercio privado ya ha dado resultados palpables. En lo que a Suráfrica concierne, las declaraciones de Samora Machel, a fines de 1979, según las cuales «el Gobierno de Pretoria es un Gobierno legítimo y, aunque no nos gusta el apartheid, eso es un asunto interno de los surafricanos», se ha tradúcido por una distensión con el país vecino. Sin embargo, todo ello ha sido logrado a costa de la marginación de los ideólogos más radicales del FRELIMO, lo cual no es tranquilizador para el futuro.

La estabilidad de Mugabe en Zimbabue, que a su vez influirá sobre la de Machel en Mozambique, está amenazada. En primer lugar por Josua Nkomo, que se apoya en el grupo «ndebele», del Matabeleland, y en el renovado discreto favor de la URSS para exigir una mayor parcela de poder. A largo plazo, la impaciencia creciente de los radicales del propio partido de Mugabe, ZANU, puede resultar más peligrosa para el primer ministro que Nkomo. El jefe de las ZANLA, Rex Nhongo, y el poderoso secretario general del partido, Edgard Tekere, han dado ya muestrás suficientes de incomprensión de la moderación de Mugabe.

La situación en Angola es mucho más compleja. El poder del MPLA no está definitivamente asentado. A pesar de la ofensiva cubana, la UNITA conserva cierta influencia en la zona sur del país. El campesinado, 80% de la población, sigue apegado a sus tradiciones individualistas. Otro 12% de la población, mulatos y blancos, que controlan el aparato administrativo del Estado, son considerados saboteadores, y contra ellos se dispone a librar una batalla frontal el MPLA cuando acaben los ataques surafricanos y la UNITA.

La realidad del país lleva a una reflexión: si el 80% de la población campesina no es, revolucionariamente hablando, segura; si el 12% son saboteadores, y si una parte considerable de la gente del sur está con la UNITA, ¿con quién exactamente gobierna el MPLA?

En esta importante confrontación Este-Oeste que tiene lugar en el Africa austral, la URSS parece inexorablemente destinada a ganar todas las partidas. La razón está, quizá, en lo que el rey Hassan II de Marruecos decía en otro contexto: «En Occidente somos un club de amigos, y el mundo socialista es un clan».

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