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Leer en verano: una batalla entre la realidad y el deseo

Ensayo, cine, gastronomía, ciencia-ficción y novela negra, al alcance de todos

Dos son los altares en los que se oficia y se pierde anualmente la batalla entre la realidad y el deseo del ciudadano ilustrado. Uno es la llamada mesita de noche, testigo de tan emocionantes justas conyugales, en otros aspectos, y cuyo progresivo rebosar de novelas «imprescindibles» suele dar cuenta de la superación del principio de placer por el de realidad. El segundo varía más en denominación, en función del nivel de ingresos o la actividad del protagonista del drama. En casas del común, obreros especializados de izquierda o clase media baja, este altar suele llamarse biblioteca. En casas de más categoría, funcionarios de la Administración -antiguos miembros del Felipe, generalmente-, o ejecutivos de empresas desahogadas, profesionales acomodados, políticos u hombres de la cultura (es decir, de la industria cultural), el altar en cuestión recibe el nombre de estudio o despacho, término que en ambos casos designa una mesa cuyo único uso es acumular libros no leídos pero supuestamente igualmente imprescindibles para su propietario.Es así que, terciada la primavera, en un imprevisto momento de lucidez, el derrotado oficiante contempla el abarrotado escenario de su fracaso y decide: «Este verano me pongo al día». Se sabe de casos mas lúcidos, gente que ha sabido ver que el placer de comprar libros no tiene por qué verse entenebrecido por el opresivo requerimiento de leerlos, olímpicos coleccionistas que han descubierto a tiempo su verdadera vocación. Pero son victorias efímeras. A unos su separación matrimonial les obliga a recomenzar fatigosamente su biblioteca; a otros, una imprevista necesidad de comercializar sus placeres, como críticos o editores, les lleva a aborrecer el anterior objeto de sus deseos.

Y, por si con esto no bastara para dar cuenta de la dimensión de la tragedia, considérense además los numerosos ciudadanos, y en más de un caso ciudadanas, a los que un mal enfocado anuncio televisivo o la turbia promiscuidad de un quiosco llevan a adquirir un libro con la misma torpe excusa («para el veraneo»). Se apreciarán así los más generales y dolorosos aspectos de la frustración que, año tras año, golpea a gentes en otros aspectos satisfechas, cuando la vuelta al hogar, tras el oneroso calvario estival, entraña el redescubrimiento del libro imprescindible y en ningún caso leído, adobado ahora con arena playera u otros efectos colaterales (externalidades, que les llamarían los economistas).

Libros "llamados" de pensamiento

Más tenebroso resulta todo el asunto si se comparan las estimaciones de calidad con las lecturas reales. ¿Qué decir de los llamados libros de pensamiento? El desgraciado autor de estas líneas es consciente, contra lo que podría pensarse, de que los libros que a él le ocupan o preocupan difícilmente tendrán una lectura real superior a la de una gruesa (o sea, si mis recuerdos no fallan, a una docena de docenas) de lectores. Estadísticas implacables revelan que durante el pasado mes de junio se destacó en sus ventas, entre los libros llamados de pensamiento, Los últimos 476 días de Franco, del doctor Pozuelo (Planeta), libro en el que los lectores de conciencia avanzada y los diarios liberales probablemente no habrán reparado, pero cuya lectura resulta extraordinariamente informativa sobre los valores morales e intelectuales de su protagonista, que el autor no deja de subrayar, pese a que siempre habrá algún morboso que busque en él las intimidades de un proceso patológico.

Y es que el ensayo que obtiene alguna repercusión en el público -repercusión que sólo a un demente se le ocurriría adjetivar de popular- suele ser el editado por el astuto señor Lara, con sus breves memorias de Fraga, sus biografías de dirigentes políticos (bastante divertida la de Reventós, perpetrada por Martí Gómez, y que, sin duda, parecerá obsecuente al implacable Quintá), las cerebrales reflexiones del señor Vizcaíno Casas (Un año menos) y, de tiempo en tiempo, cosas más excepcionales, como el libro de Luis Romero Cara y cruz de la república. También se podrían argüir en defensa de Lara las memorias de Errol Flynn (Gallardo y calavera), que vienen a satisfacer viejas añoranzas y curiosidades.

Cine y gastronomía

En este mismo campo cinematográfico cabría pensar que las editoriales progresistas más lúdicas podrían haber abierto brecha. Pero no: se puede asegurar por adelantado que el libro de Herman Weinberg sobre El toque Lubitsch (Lumen) no obtendrá grandes ventas, porque ha sido publicado en una colección de bolsillo que ha conquistado el raro privilegio de pasar casi completamente inadvertida para el asiduo de las librerías, sin, por supuesto, llegar a adquirir presencia en los quioscos.

Quien por lo demás quiera consolarse puede considerar que los libros de gastronomía parecen adquirir difusión entre los lectores progres: véanse la colección Los cinco sentidos, de Tusquets, o el libro de Vázquez Montalbán sobre la cocina catalana (Península). A la modesta escala de los universitarios lectores, cabe suponer que los dos tomos publicados de la Historia de España, dirigida por Tuñón de Lara, estén teniendo buenas ventas. También se puede confiar en que el ensayo de Javier Coma sobre La novela negra (El Viejo Topo) o los Diarios, de Brecht (Crítica) tengan unas ventas decentes. Algún amante de lo mágico habrá que aproveche la reedición de La rama dorada (Fondo de Cultura Económica), pero con seguridad Frazer nunca conseguirá igualar la pasión que despierta entre los semicultos el Gárgoris y Habidis del señor Sánchez (Hiperión).

Si abandonamos el desolado campo del libro de pensamiento podremos descubrir con horror que en la novela sigue mereciendo especial atención el ilustre letrado Vizcaíno Casas, con obras tan sutiles como Niñas, al salón (Planeta), o La boda del señor cura (Albia). Claro que Umbral, con Los helechos arborescentes (Argos Vergara), debe estar poniéndose morado, pero me permitirán ustedes que no insista en ello ahora que la crítica subterránea ha decidido recluirlo en los infiernos de la midcult, previsiblemente para poder rescatarlo en su momento con el debido asombro.

Así que mi consejo sería que el lector se abalanzara hacia los libros de bolsillo de Bruguera (Club o no), que están reeditando a precios asombrosos los libros del boom latinoamericano (¿se acuerdan ustedes? Hace ya tanto tiempo), los novelistas españoles y algunos notables novelistas extranjeros, con traducciones, eso sí, a veces sorprendentes.

Y, desde luego, yo en este terreno dejaría de fingir y les aconsejaría que se precipiten hacia la novela más frívola: el supuesto teólogo y admirable novelista Graham Greene (Bruguera y Argos Vergara), Le Carré (ídem), la colección de novela negra de Bruguera (ojo a los cuentos de Chandler, mucho más redondos que las novelas de Marlowe, reconstruidas a partir de ellos), el reflexivo Sciascia (debe precaverse el lector, que El archivo de Egipto ya había sido editado -y también por Bruguera- bajo el engañoso título de Privilegio y poder), Calvino y otros como Conrad (siempre Bruguera) y Faulkner (Seix Barral) a los que me abstendré de presentar al lector.

A la lectora joven y concienciada, ya que no parece que los libros de teoría feminista tengan gran éxito, según sus editores, me permitiría recordarle la existencia de Carmen Martín Gayte, Rosa Chacel y Merce Rodoreda, feliz y múltiplemente reeditadas, y, por ocultas razones de debilidad personal, también la de una asombrosa autora de ciencia ficción llamada Ursula K. Leguin, autora, entre otras, de una novela llamada Planeta de exilio (Martínez Roca) que demuestra que se puede hacer una novela implícitamente feminista hablando de una sociedad cuasi feudal. (Ha escrito una novela explícita, pero sutilmente feminista, La mano izquierda de la oscuridad -Minotauro-, pero es inencontrable, como corresponde). Y también me permitiría un consejo: olvidar a Doris Lessing.

Cabe además leer a Jack London en las ediciones de Alianza, antes incluso de que compre los derechos Bruguera, que los acabará comprando si antes no quiebra. Pero, por supuesto, todos estos consejos y reconvenciones están destinados a un lector utópico. A los demás, sólo nos queda hundirnos en el mismo naufragio de todos los veranos.

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