Los rectores
Me invita a almorzar Vian Ortuño, con otros barandas de la cosa universitaria, en la que de pronto me veo metido sin haber podido nunca -como diría Manuel Alcántara- ejercer mis facultades en ninguna facultad. Almorzamos en Los Porches, que es la terraza fresca de Madrid, con respiración natural y sin refrigeración letal. Ello es que me invitan, aparte viejas amistades y gratitudes para con Vian Ortuño, por corregir los puntos de vista de mi columna Los maestros, y Vian, con esa capacidad de síntesis y convicción que tienen los hombres de barba antigua y como de cobre colado, me coloca el rollo:-Todos esos nombres que citas y que se vienen citando pueden ser contratados libremente por la universidad en cualquier momento, pueden ser honrados por ella bajo la fórmula honoris causa, y, en efecto, muchos de ellos vienen ejerciendo en la universidad mediante unos sistemas u otros. Lo que pasa es que aquí se han hecho dos cosas mal: una, imponernos desde arriba unos nombres, sin contar para nada con los consejos de rectores, que sólo han podido decir sí o no. Y otra, alentar en esos presuntos catedráticos un arcaico sueño burocrático y escalafonal, cuando nosotros mismos, los catedráticos de profesión, estamos planteándonos la legitimidad (mejor, ilegitimidad) de la cátedra vitalicia.
Toma castaña. Pero, así y todo, a mí me parece que los señores rectores han quedado -y siguen quedando- como los malos de la película:
-Querido Vian -le digo entre salsa y salsa de la lubina dos salsas-, la opinión y las informaciones, que forzosamente son esquemáticas, nos dan un cuadro muy simple: de un lado, unos maestros naturales de la cultura española a quienes la universidad rechaza por razones políticas o por angosto espíritu gremial. Del otro lado, esos rectores angostos y gremiales, que te digo, echando fumatta nera por el puro habano y escalafonal.
-Pues te aseguro que eso es una simplificación.
Más vale. Cuando se lucha contra gigantes que a la par son molinos de viento que muelen la verdadera cultura de España en el viento del mundo se corre el peligro de quedar en el sanchopancismo con diploma que, hace años, llevó a un cierto señor complutense a prohibirme a mí hablar sobre García Lorca en el Alma Mater, por no se yo universitario. ¿Y no sería más bien a García Lorca a quien se prohibía? Esos gigantes/ molinos que digo, de Miguel Sánchez-Mazas a Castilla del Pino, de Tuñón de Lara a Vidal Beneyto (por citar sólo los más conocidos y jets), han sido y son insisto, maestros naturales de varias generaciones españolas con cátedra en la universalidad, ya que no en la universidad. Les cuento a mis queridos comensales cómo en cada apartamento de chica progre, en cada bolso/bandolera de universitaria por libre, en cada librería de pareja/ despareja, hecha con ladrillos sueltos y verticales, se encuentra siempre un Tuñón, un Castilla del Pino, generalmente ediciones Alianza. (Por la tarde, cuando ya me habían dejado mis queridos rectores/ maestros, Julia/ Argüelles/ lugar sin límite me hacía una entrevista para una de las pocas revistas jóvenes y progresistas que no mueren, y zas, revolviendo ella su bolso, entre horquillas y cerillas, entre cuadernos y multas, sale un Castilla del Pino viejo, leído, releído, rizado, utilizado, aprendido, comprendido, vivido.)
Sin beatería cultural por los mártires vivos de la cruzada antifranquista (como sutilmente sugería aquí Savater hace poco), ni iconoclastia mayo/68, con una generación de retraso, contra una corporatividad que ni siquiera lo provoca, por fósil, uno, gente de la calle, escritor peatonal, sabe que durante los 40140 la universidad ha estado más fuera que dentro de la universidad. Justo en la raya fuera/dentro es donde nos abrazamos con este masonazo de Vian Ortuño.
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