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La presidenta boliviana evitó un golpe militar con la amenaza del suicidio

La presidenta interina de Bolivia, Lidia Gueiler, amenazó con suicidarse en junio si las Fuerzas Armadas de su país impedían las recientes elecciones. En presencia de algunos de sus ministros, y dirigiéndose al general Luis García Meza, cabeza de los golpistas, la señora Gueiler mostró una cápsula de cianuro que llevaba consigo y afirmó: «Para este señor, yo tengo esto». La escena se produjo en el palacio de Gobierno de La Paz, poco después de que García Meza, comandante y jefe del Ejército y miembro del sector ultra militar, compareciera en el despacho de Lidia Gueiler acompañado de dos soldados armados y conminara a la presidenta para que suspendiera las elecciones generales que habían de celebrarse días después. Meza, primo segundo de la señora Gueiler, forzó a la jefa del Estado a penetrar en una sala contigua a su despacho y trató de intimidarla incluso físicamente.Pasa a página 6

La ofensiva militar comenzó en abril con la ocupación del palacio presidencial boliviano

Viene de primera página

El lunes pasado, el embajador norteamericano en La Paz transmitió a la presidenta un mensaje de Jimmy Carter en el que éste atribuye sobre todo al «coraje» de Lidia Gueiler la culminación del proceso electoral boliviano. Los últimos meses de la historia de Bolivia se han caracterizado por una implacable oposición del sector dominante de las fuerzas armadas a la celebración de elecciones. Y Lidia Gueiler, en tanto que personificación de la legalidad parlamentaria, ha sido el blanco predilecto de este proceso desestabilizador.

La fase desesperada de la ofensiva, cuyos detalles han sido conocidos por EL PAIS a través de una fuente rigurosamente solvente, comienza una madrugada de los primeros días de abril, en que Lidia Gueiler es despertada por su servicio e informada de que la residencia presidencial ha sido ocupada militarmente. Alrededor de cincuenta hombres uniformados y armados han saltado las verjas y tomado posición en los tejados de San Jorge.

Una llamada telefónica anónima anuncia a la asustada presidenta que los carros de combate del Regimiento Tarapacá, en las afueras de la capital, están en movimiento hacia La Paz. Lidia Gueiler se comunica con algunos de sus ministros y la llegada apresurada de éstos a la residencia presidencial de San Jorge coincide casi con la del general Luis García Meza, al que acompaña un reducido grupo de generales.

García Meza es tajante: «La casa está ocupada, usted es en este momento mi prisionera». El general explica que se trata de un golpe de Estado, a menos que la presidenta revoque inmediatamente a Rubén Rocha Patiño del cargo de comandante y jefe del Ejército y le nombre a él. Lidia Gueiler teme una sublevación popular y ante los hechos consumados anuncia que ese mismo día viajará en avión a las principales guarniciones del país.

El respaldo militar al general golpista es unánime. La presidenta regresa a La Paz y cesa a Rocha Patiño. Es el 9 de abril. García Meza jura su nuevo cargo, que le otorga el control total del Ejército, el día 14 del mismo mes. Es la segunda vez que Lidia Gueiler debe plegarse a la boca de los fusiles. Ocho días después de su accidentada llegada a la jefatura del Estado, tras la caída del coronel Natusch, la presidente había intentado nombrar jefe del Ejército al general René Villarroel. García Meza, que ocupó efímeramente este cargo durante los sangrientos días de Natusch, se apoderó del cuartel general de Miraflores, en La Paz, verdadero centro nervioso de las fuerzas armadas bolivianas, y no permitió la entrada de Villarroel.

Todavía hoy la llegada de Meza a Miraflores es un espectáculo revelador de dónde reside el poder en Bolivia. Un jeep azul precede al automóvil norteamericano del general. Del jeep descienden cuatro Civiles armados con metralleta, que escudriñan la zona antes de que el coche de García Meza se detenga unos segundos a la puerta para recibir los honores reglamentarios. Al lado, un carro de combate estacionado permanentemente.

Estrategia de la tensión

Desde finales de marzo, en que fue asesinado el jesuíta Luis Espinal, fundador del semanario izquierdista Aquí, la estrategia de la tensión se adueñó de Bolivia. Al mes siguiente de asumir el control del Ejército, García Meza declara al periódico Los tiempos que «enjuiciaremos militarmente a los acusadores del general Bánzer en el Congreso». Meza, que negó a los parlamentarios «valor moral ni civil para emitir votos de censura», había afirmado el 10 de mayo: «Las tenebrosas fuerzas de la antipatria no podrían consagrar la injusticia en su campaña contra las fuerzas armadas».

El 31 de mayo estallan bombas en La Paz. El 1 de junio es dinamitada la casa de Jaime Paz Zamora, vicepresidente electo en la candidatura izquierdista de Hernán Siles Zuazo, dirigente de la Unidad Democrática Popular (UDP). El 2 de junio se estrella la avioneta en que debía viajar Siles, vencedor de las recientes elecciones, mueren cuatro miembros de la UDP y resulta gravemente herido Jaime Paz.

El día 3, el diario norteamericano Washington Post afirma que el embajador estadounidense en La Paz, Marvin Weismann, ha evitado un golpe de Estado tres días atrás. García Meza hizo detener al enviado especial del Post. El Departamento de Estado declara oficialmente el día 4 su apoyo al proceso democrático boliviano.

Prosiguen los atentados explosivos en varias ciudades y el 7 de junio los bolivianos se enteran con estupefacción de que la presidenta Gueiler ha sufrido un intento de asesinato a manos del comandante del regimiento de la escolta presidencial. El teniente coronel Jorge Estrada, borracho y armado con un fusil, intentó forzar el dormitorio de la señora Gueiler. Ese mismo día las fuerzas armadas bolivianas declaran al embajador Weismann «persona no grata».

El 9 de junio los militares bolivianos proponían formalmente la suspensión de las elecciones generales. El episodio secreto de la amenaza de suicidio de la presidenta y el rechazo rotundo del Congreso, los sindicatos y los partidos políticos provocan una cumbre castrense en Cochabamba, el día 12, tras la cual el comandante general boliviano, Armando Reyes, comunica a la presidenta que «las fuerzas armadas acatarán las órdenes de su capitana».

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