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PAMPLONA: CUARTA CORRIDA DE SANFERMINES

Bonitos, encastados y nobles toros de Bohórquez

Estupenda corrida trajo ayer a Pamplona Fermín Bohórquez, en sustitución de la de Benítez Cubero, que había sido rechazada por los veterinarios. Bonita de lámina, encastada y noble. Brava, no, ni tampoco fuerte, porque casi todos los toros hicieron algún feo en la prueba del caballo y con algunos hubo que simular la suerte de varas. Pero iban a más y en el último tercio daban un juego excelente.Hubo toros ayer para armar el alboroto. Los dos de Emilio Muñoz y los dos de Ojeda habrían puesto rico a cualquier medianía del toreo de otros tiempos. Aquellos espadas segundones de las décadas de los anos cincuenta y sesenta -no digamos los toreros que ya podemos considerar históricos- hubieran hecho diabluras con estos toros, que, sin perder la emoción propia de la casta, aceleraban el ritmo de su nobleza a cada muletazo, se entregaban en el engaño y embestían con suavidad y el temperamento justo para colaborar en la belleza de las suertes.

Plaza de Pamplona

Toros de Fermín Bohórquez, bien presentados, encastados y nobles. Julio Robles: estocada corta caída (silencio). Media estocada caída (palmas). Emilio Muñoz: estocada (dos orejas). Estocada ladeada (dos orejas). Paco Ojeda: pinchazo, estocada caída y descabello; la presidencia le perdonó un aviso. Estocada desprendida (palmas).

Si salvamos las carencias apuntadas del primer tercio, podemos asegurar que los bohórquez compusieron una gran corrida, y tienen en su haber el porcentaje mayor del éxito popular que se apuntó Emilio Muñoz, el cual consiguió el copo en trofeos -¡cuatro orejas, nada menos!- y salir a hombros por la puerta grande, bien es verdad que con la opinión en contra de parte del público.

La realidad es que Muñoz se dejó ir sin torear de verdad a sus dos toros. Al primero le instrumentó una tanda inicial de naturales muy buena, y el final de la faena, compuesto por ayudados y pases de la firma para llevar el toro desde los medios al tercio, tuvo el inconfundible sello de la mejor torería. Pero el resto, es decir, el cogollo del trasteo, resultó desacompasado, embarullado a veces, no faltó un circular ventajista y hasta hubo un desarme.

Al quinto lo lanceó Muñoz muy bien a la verónica, con el mérito de citar medio de frente, la suerte cargada, y después hizo un bello quite por chicuelinas suaves y cascabeleras. Sin embargo, en la faena de muleta volvió a faltar el temple y toda ella, a pesar de la embestida progresivamente entregada, el bohórquez, transcurrió desligada y con acusadísimos altibajos. Junto a un derechazo impecable, un enganchón; junto a un natural armonioso, otro violento; junto a un ayudado erguida la figura y bajas las manos, un desarme. Fue certero con la espada, y quizá eso, además del calor de las peñas, le puso en las manos cuatro orejas, que son muy discutibles y que, desde luego, en cualquier otra plaza no le habrían regalado con tanta facilidad.

En vena de toreo bueno, en cambio, estuvo Julio Robles con el lote menos favorable. Como las reses que le correspondieron eran de condición reservona, se vio obligado a resolver el problema de las querencias a consentir, y aun así dio los mejores muletazos de la tarde. En sus dos toros, pero principalmente en el que abrió plaza -que, paradójicamente, era más difícil- cuajó naturales templados, largos, mandones, en perfecta conducción técnica y arte. Hizo Robles faenas de maestro; unas faenas cuyo mérito saben apreciar perfectamente los aficionados. Como es obvio, los aficionados, que no suelen ser mayoría en ninguna parte, en Pamplona y por sanfermines constituyen una minoría difícilmente perceptible.

La calidad extraordinaria de los toros de Emilio Muñoz, y no digamos los de Ojeda, nos hacían suponer que Robles, con estos ejemplares, y teniendo en cuenta la torería con que lidió ayer en Pamplona, habría alcanzado un triunfo de apoteosis. Robles o cualquier otro torero, como decíamos, de los de antes, de aquellos que pasaban años esperando la oportunidad de que les saliera el toro soñado. Paco Ojeda es de los de ahora, de esos cuyo toro soñado debe ser un raro espécimen de laboratorio, porque los que le correspondieron, canela en rama, honra y prez de la ganadería de bravo, obsequio inapreciable para cualquier coletudo, de Papá Noel y los Reyes Magos (figurarse: Reyes, en julio), no los entendió. Y si los entendió, aún peor, pues sólo sabía pegarles telonazos o unipases aburridos, y, para colmo, con ambos acabó aperreado. Su fracaso tiene tan poca justificación que dudamos de que quiera tener un puesto en la corte celestial de las figuras del toreo (ni siquiera el coetáneo, tan de ir por casa).

El prólogo de la corrida fue la entrega de un recuerdo de las peñas a los familiares del Chico de Olite, recientemente fallecido, y de un trofeo a Emilio Muñoz, triunfador de los sanfermines de 1979. Y sin novedad, sonó el clarín y empezaron a salir los encastados y nobles toritos de Bohórquez. Los mozos estuvieron ayer bulliciosos, contentos y ocurrentes. La plaza era de nuevo una fiesta y volvimos a vivir la alegría de los sanfermines. Que ya era hora, caramba.

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