Falta de transparencia en la gestión del patrimonio de huérfanos del magisterio
La polémica surgida en tomo al posible cierre de los colegios de huérfanos del Magisterio ha tenido la virtud de poner de mayor relieve la falta de transparencia con que se ha venido gestionando un patrimonio constituido durante decenios con las aportaciones de los maestros, a quienes se ha ocultado sistemáticamente lo que se estaba haciendo con su dinero y el por qué de unas cuantas decisiones importantes que se han ido adoptando, en relación con este patrimonio, a lo largo de los veinte o veinticinco últimos años.
Hay un momento determinado en que, sin contar con la opinión de los maestros y en contra de la mayoría de los componentes de la primitiva Junta Nacional de Protección a los Huérfanos del Magisterio, esta entidad es absorbida por la Mutualidad Nacional de Enseñanza Primaria, que se hace cargo de los colegios.La desaparecida junta transfiere a la Mutualidad un saneado capital en metálico, el valioso patrimonio que representan los dos colegios de Madrid y el de Zaragoza y, lo que es más importante, la permanente fuente de ingresos que supone el 1% de los sueldos de un colectivo compuesto por un centenar de miles de personas.
Son los triunfales tiempos azules, en los que nada hay que consultar a los administrados, los que pagan, y la Mutualidad afronta el déficit progresivo de sus restantes prestaciones a costa del patrimonio de los huérfanos. Merced a esta generosa, pero agotable fuente, los azulados dirigentes de la Mutualidad pueden seguir guardando sumiso y respetuoso silencio ante un Estado que trata al magisterio con un increíble desprecio. La aparente dureza de esta afirmación se explica plenamente si se tiene en cuenta cómo actúa el Estado, en tanto que patrón de todos sus funcionarios, a la hora de hacer sus aportaciones en las mutualidades de sus empleados.
Para que se comprenda en toda su dimensión el trato recibido por el colectivo del magisterio en este aspecto, baste decir que por cada peseta aportada por el Estado al maestro, el funcionario de algunos otros cuerpos recibía, por este mismo concepto mutualista, unas 6.000 pesetas. Por esta razón no parece demasiado justificada la actitud de rasgarse las vestiduras adoptada por algunos funcionarios no docentes ante lo que califican de «dispendio en favor de unos cuantos huérfanos de maestros».
El caso es que la Mutualidad de Enseñanza Primaria va encontrándose con mayores dificulta des cada año para hacer frente a sus prestaciones y que llega un momento en que el 1% de huérfanos pasa a engrosar abiertamente el capitulo de cuotas con destino a todo tipo de prestaciones, sin distinción de origen. Muy probablemente es a partir de ese momento cuando aparece en el horizonte el llamado «déficit de los colegios de huérfanos», que posteriormente provocará la obsesiva preocupación de la gerencia de Muface por desembarazarse de su gestión, aun antes de que ésta le sea transferida en junio de 1979.
En efecto, el acta de la reunión de la junta nacional de la Mutualidad, celebrada el 9 de febrero de ese mismo año, refleja la preocupación al respecto que siente el gerente de Muface, al manifestar reiteradas veces que sería preferible sustituir los colegios de huérfanos mediante la creación de unas prestaciones específicas para ayudas de estudios, o bien que pueda recrearse la antigua institución de huérfanos de maestros al margen del mutualismo. También se produce alguna intervención, según refleja la misma acta, en el sentido de prever la posible venta de los edificios de los colegios, que, al menos de momento, se descarta.
Es muy posible que todo el pecado de los antiguos dirigentes de la Mutualidad se haya reducido a transferir fondos de unas prestaciones a otras tan legítimas como las primeras, sin duda, y, por supuesto, a no contar nunca con la opinión y voluntad de los maestros a la hora de adoptar decisiones importantes.
No obstante, las cosas no pueden estar demasiado claras en un organismo que administra cantidades muy importantes de dinero, que en un momento determinado advierte que ha estado funcionando sin libros contables durante cerca de quince años. Por esta razón, sorprende que se haya podido dar el visto bueno al informe de una auditoría que se realizó a petición de la junta de gobierno, en la que el perito menos perspicaz tendría que haber advertido que los asientos de los libros de diario y mayor correspondientes a ese largo período están «improvisados» en vísperas de ser realizada la auditoría.
Así las cosas, y a vueltas con el reiterado «déficit de los colegios de huérfanos» y la no del todo correcta comparación establecida por Muface entre lo que cuesta un huérfano ingresado en alguno de los colegios y lo que percibe el que opta por la pensión alternativa, se imponen algunas matizaciones.
Fuentes del alumnado del Colegio Mayor Juan Luis Vives han señalado al respecto que, tanto éste como el centro de Zaragoza, habitualmente no llegan a gastar ningún año las cantidades presupuestadas. Los colegiales encuentran además «un grave defecto en los balances ofrecidos a la opinión pública por la gerencia de Muface», con objeto, de «aumentar», según ellos, las cifras rojas de los colegios. Los estudiantes echan de menos en el capítulo de ingresos de ese balance, el importe de las prestaciones que han dejado de percibir aquellos huérfanos que han optado por ingresar en el colegio.
"La invasión china"
Los colegiales del Juan Luis Vives, por otra parte, no creen que haya nadie que esté prestando oídos al siempre dulce canto de sirena de los especuladores de solares; pero les encanta contar a quien quiera escucharles la apasionante historia de «la invasión de los chinos».Se trata de que, al principio de este año, aparecieron por el colegio mayor un grupo de chinos deseosos de conocer al detalle todas las características de la finca y del edificio. Con el metro en la mano, los caballeros orientales entraban y salían de todas las habitaciones, subían y bajaban. Querían conocer todos los rincones de la casa.
Las idas y venidas de los chinos se repitieron varios días más. Nadie había dado explicaciones previas ni a la dirección del centro ni a los colegiales. Sólo a última hora aparecieron algunas autoridades de la propia Presidencia del Gobierno y de Muface, que explicaron que la presencia de los ciudadanos chinos se debía a que estaban interesados en comprar el edificio.
Es de suponer la indignación de los colegiales al descubrir de repente que alguien planea venderles la casa. Y claro, la reacción no tardó en producirse. Las paredes del colegio mayor se llenaron, como no podía ser menos, de unos jocosos dazibaos, en los que se pedía «la retirada de los chinos», dejando a salvo, por supuesto, «el profundo respeto de los colegiales por la amiga República Popular China».
La operación no se llegó a cerrar porque la oferta de doscientos millones hecha por los miembros de la legación china no convenció a los responsables de Muface, y los chinos no volvieron a aparecer por el centro después de que los propios alumnos les explicaron el asombro que les producía ver cómo «un pueblo tan respetuoso con la justicia podía contribuir a que se pisotearan sus derechos».
Naturalmente, nadie sabe lo que hubieran opinado los maestros en el caso de que se les hubiera consultado. Como nunca se sabrá de qué modo habrían reaccionado si hubiesen llegado a saber las penalidades sufridas en la década de los cuarenta por una veintena larga de adolescentes y jóvenes, la mayoría huérfanos de padre y madre, internados en un lúgubre colegio de la ciudad de Segovia. La vida de los huérfanos del magisterio en, los años terribles de la posguerra, digna de las páginas más negras de Dickens, sólo puede ser entendida por los maestros de entonces a partir de la contemplación de su propia miseria.
Aún perduran viejas y negras leyendas sobre otros aspectos de la larga etapa comprendida entre los primeros años de la posguerra y finales de la década de los cincuenta. Por ejemplo, la que se refiere a la extraña operación de compra del solar sobre el que se edificó el colegio de Zaragoza. Dicho solar, según quiere la leyenda, era propiedad de una ilustre dama casada con un alto dignatario del Ministerio de Educación Nacional. O la interminable duración de las obras de construcción de este colegio que, también según la leyenda, llegó a convertirse en el mercado negro de materiales de construcción más importante del país, aunque, dicho sea de paso, todo el país era en aquellos momentos un inmenso mercado negro. Claro que la escasa transparencia de la Administración en aquellos años es lo que está en la base de leyendas como éstas, en las que es difícil separar la verdad de la, en cierto modo, lógica maledicencia.
La gravedad del problema que nos ocupa, a fin de cuentas, es el hecho de que, paradójicamente, el cuerpo docente por excelencia, muy a pesar suyo por supuesto, nunca ha podido afrontar satisfactoria y plenamente el problema de la educación de sus propios huérfanos. Por el contrario, otros colectivos profesionales, alejados absolutamente de la función educativa, han mantenido, mantienen y están en la actitud de potenciar sus propios colegios de huérfanos, y tienen a gala el hacerlo así.
Inexplicablemente, y si alguien no pone remedio inmediato, una decisión emanada de voluntades, quizá tan personalistas como las de los momentos más autoritarios del pasado, puede poner fin a esta institución educativa sin que, una vez más, los maestros tengan exacta y anticipada información acerca de la dimensión y consecuencias de tal decisión.
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