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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Premio Lope de Vega

ESTA NOCHE se estrena una obra de teatro que fue premio Lope de Vega en 1975. Hace años que no se cumple la base obligatoria del estreno de un premio que, en otros tiempos, abrió el camino a Alejandro Casona y a Antonio Buero Vallejo; como si hubiera miedo a que realmente surgiera otro autor libre y penetrante. Todavía se teme al teatro, a pesar de tantos domadores ministeriales dando latigazos a la supuesta fiera: es buena señal. Esta obra debió abrir la temporada del Español; remilgos de corte sanos, que eárealidad complican a quien quieren adular, la escamotearon; prefirieron en su lugar un fiasco me morable que endilgaron al público usurpando el nombre de Calderón de la Barca. Perpetúan el escamoteo: la obra se estrena en él cabo de la temporada, sin mucho tiempo para mantenerla en cartel, aunque el público la acepte. En todo este desmán está mezclado el Ayuntamiento de Madrid, dueño ypogestor desganado de un teatro que siempre ha sido centro madrileño -antiguo corral de comedias en el barrio en que bullía la vida literaria en los doscientos años que llamamos Siglo de Oro-; el Ministerio de Cultura, en cuyas manos se quemó y que ha regateado miserablemente, hasta ahora, los gastos de reparación y un patronato nombrado para la gestión.Mientras, parece que se deja morir el Premio Lope de Vega, que, unas veces mal y otras bien, desde la República que lo fundó, y desde 1949, en que se restauró -pasado el terror más fuerte de la posguerra-, ha ido nutriendo el teatro de obras y nombres. Tras haber Congelado obras premiadas, el año pasado se declaró desierto. Y este año no ha comparecido el fallo en la fecha obligatoria -San Isidro-, ni se sabe claramente de la reunión del jurado para opinar sobre las obras recibidas. Se juega así con las esperanzas, y con los derechos, de unos autores que han concurrido creyendo en unas bases que. tienen un valor contractual.

Todo esto indica una desidia hacia una forma tradicio nal y elevada de la cultura, un desprecio a quienes la cultivan, un abandono hacia quienes han de recibirla. Es ejemplo del apartamiento de unas normas éticas y mora les que forman un compromiso que las autoridades -municipales y estatales, en este caso- tienen contraído con sus administrados. ¿Hasta cuándo?

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