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FERIA DE SAN ISIDRO: DUODÉCIMA CORRIDA

El mito era una fábula

El mito taquillero de El Cordobés se vino ayer abajo: no compareció el fenómeno, y, sin embargo, la plaza se llenó hasta la bandera. Además, nadie le echó en falta. Ni siquiera cuando la corrida iba mal -más bien fatal- se acordó nadie de su nombre. Los taurinos dicen, incluido el propio Martín Berrocal, que es el único que llena las plazas. Pues no: ahí está la prueba. No sabe bien El Cordobés cuánto crédito ha perdido cayéndose de los carteles de Madrid. El mismo se ha encargado de demostrar que el mito era una fábula.Sin embargo, los toros parecían preparados para El Cordobés en persona. No hubo ni un astifino y varios exhibían cabezas excesivamente cornicortas y romas. Por lo demás, los Albarrán resultaron discretos de tipo, flojos para no variar, mansos y descastados. Toda la corrida salía así, y ya la calificábamos de mala integral, cuando saltó al ruedo el sexto.

Plaza de Las Ventas

Duodécima corrida de feria. Toros de Luis Albarrán, correctos de presencia, escasos de pitones, mansurrones y flojos. Muy noble el sexto. Jaime Ostos: pinchazo, estocada atravesada que asoma, pinchazo, estocada ladeada, aviso y se acuesta el toro (algunos pitos). Estocada delantera caída, rueda de peones y descabello (bronca). Palomo Linares: estocada trasera tendida y rueda (pitos). Pinchazo, estocada trasera tendida, rueda, dos pinchazos, descabello, pinchazo bajisimo, dos descabellos, aviso con retraso y se acuesta el toro (gran bronca y almohadillas). Manolo Cortés: pinchazo hondo atravesado, rueda y descabello (algunos pitos). Estocada caída (oreja). A pesar de que no compareció El Cordobés, hubo un lleno hasta la bandera. Presidió el comisario Pajares, sin complicaciones.

Ese sexto toro, más flojo aún que sus hermanos, llegó al último tercio con una clase excepcional. No se cansaba de embestir, humillaba tanto que con el morro araba la arena, seguía los vuelos de la muleta con suavidad, repetía las acometidas sin atosigar. Llevaba en la boca, cogido con los dientes, un cheque en blanco, yo lo vi. Era el toro ideal para instrumentar la faena soñada.

Un torero de arte habría hecho diabluras con este toro, hasta volvernos locos. Como pensábamos que Manolo Cortés era uno de éstos, cuando sonó el clarín dispusimos el ánimo para contemplar la suma antológica del toreo de muleta. Y aún estamos esperando. El toro rodó después de una faena larguísima y monótona, sin que en ningún momento se hubiera producido el torero. Pegaba pases Cortés, excesivos pases, unas veces con la izquierda, otras con la derecha, muy rápidos, tropezados en su mayoría, invariablemente de perfil y con el pico de,la muleta. En vez de arte hubo destajo. La miel de la nobleza y del ritmo del toro bueno no encontró paladar.

Le ovacianaron con calor a Cortés y hasta le regalaron una oreja por este trabajo, pero que no se engañe, pues se trataba de una reacción contra Palomo, que en el toro anterior había tenido el fracaso más grande que se le recuerda en Madrid. Palomo, desanimado y sin recursos frente a un toro tardo, volvió a dar un mitin con la espada, y encolerizó al público, que llegó a arrojarle almohadillas. Su primer enemigo no era tal sino un borrego inválido, con el que no se acopló. Está claro: tenía la tarde negada este Palomo, figura -dicen.

Para abrir plaza hubo un toro muy manejable que se dejó ir Jaime Ostos, porque le hacía el mediocre toreo de sus años mozos, citando medio de espaldas y encorvándose en el recorrido del muletazo. En el cuarto, de catadura reservona, no se confió en absoluto, ni imaginamos nunca que lo llegara a hacer, a su edad y con sus escasas facultades, frente a un toro así. Se ganó la bronca, por supuesto.

En el rosario de inválidos alcanzó la categoría de moribundo el tercero. Necesitaba medicina. Y la medicina que le dio Manolo Cortés, en plan curandero, fue pico y pases sin mesura. No hará falta insistir mucho en que esos pases eran el derechazo y el natural. La suerte del torero sevillano fue que le correspondieron los toros más fáciles: uno, moribundo, y otro, de maravilla. O la desgracia, según se mire, porque los méritos del torero se aquilatan de acuerdo con las características del toro. La afición lo entiende así. Al público de filas, en cambio, le trae sin cuidado; de ahí que saliera renegando de Ostos y de Palomo.

En efecto, tanto Ostos como Palomo fracasaron ayer, pero ninguno de los dos tuvo a su alcance el toro que llevaba un cheque en blanco en la boca; un toro de embestida suave para crear arte ante un público que abarrotaba la plaza sin acordarse para nada de que faltaba El Cordobés. Desaprovechar ese toro fue el verdadero fracaso de la tarde.

de.

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