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FERIA DE SAN ISIDRO: UNDÉCIMA CORRIDA

Los toros que embestián como manda el "Cossío"

Una ovación de gala saludó la aparición del cuarto toro, de La Laguna, torazo hondo, de gran arboladura, astifino, como a su hermano, lidiado a continuación, le hubiera gustado que le dejaran, aunque sólo fuera para presumir y, por supuesto, para no pasar por el bochorno de que le gritasen: «¡Afeitado, afeitado!». Con el torazo, Dámaso González estuvo hecho un tío.Si los toros tuvieran bochorno pasarían muchas amarguras en la plaza. A uno como el segundo Cuadri, por ejemplo, sospechosamente romo del diestro pitón, que se empeñó en embestir de ensueño, como si hubiera leído el Cossío y siguiera al pie de la letra todas las especificaciones que allí se contienen para los toros pastueños, se le habría caído el alma a las pezuñas al comprobar que su Manzanares de turno era incapaz de cuajarle la correspondiente faena de arte.

Plaza de Las Ventas

Undécima corrida de feria. Cuatro toros de Celestino Cuadri, bien presentados, muy nobles; cuarto y quinto de La Laguna, aquél de gran trapío, éste sospechoso de pitones; mansos. Damaso González: pinchazo, media atravesada, rueda de peones y descabello (silencio). Estocada caída (vuelta). Manzanares: estocada (oreja protestada). Estocada ladeada (bronca). Niño de la Capea: estocada atravesada, que asoma, y descabello (palmas y saludos). Bajonazo (oreja). Lleno.

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Sí, daba pases, a veces buenos pases, el Manzanares de turno. Pero como saben los Cuadri, el Cossío y la afición, dar pases no siempre es torear, y menos cuando tienen excesivo alivio de pico, así sean por la derecha como por la izquierda. Hubo un momento en la faena en que surgió el toreo verdadero: el diestro -a salvo lo del pico- ligó tres redondos y, con ellos, uno de pecho, de calidad superior. El Cuadri sonreía entonces, complacido por la adecuada correspondencia que daba el torero a su espléndida embestida. Pero duró poco la alegría y vinieron a continuación los pases y repases de nunca acabar. Al Manzanares de turno le regalaron una oreja, que, en realidad, había merecido el Cuadri. Muy mal repartido está el mundo.

Otros Cuadri, como el tercero y el sexto, también lectores atentos del Cossío y exactos cumplidores de cuanto se indica para los toros buenos, habrían pasado no exactamente bochorno, sino muchos sobresaltos con las revueltas y pechugazos que les aplicaba el Niño de la Capea. No es que el coletudo renunciara en esta ocasión a hacer el toreo, aunque se trata de uno de los pegapases consumados con que cuenta la fiesta, sino cuestión de temperamento. El Niño de la Capea alternaba ayer muletazos de una hondura fuera de toda discusión con el zarapastreo de pases violentos que llenaban el ruedo de alboroto y de arena los ojos de los Cuadri. Niño de la Capea se desdoblaba en dos toreros: uno, el que para, templa y manda e imprime una cadencia especial a la suerte; otro, el que baila la jota. En la faena al sexto prevaleció el primero, pero como mató de un bajonazo no merecía la oreja que le concedieron. Las orejas, desde la que recibió Dámaso hace un par de días, están devaluadas.

Aquella oreja era una espina que tenía clavada la afición de Madrid y el propio Dámaso, y el tema se centraba ayer en que la devolviera o la ganara a pulso. El torero optó por lo segundo, y para ello se llevó al torazo de la La Laguna a los medios y lo asustó con sus cites y sus desplantes a un palmo de los Pitones. El ejemplar cuajado, cornalón y astifino tenía media arrancada y era de los de temperamento apagado. Su oponente, lejos de darle distancia y adelantarle la muleta, como se supone ha de hacer quien quiere torear, retrasaba ésta y adelantaba el cuerpo. Pero, en cualquier caso, se la jugaba, y era impresionante verles allí, en el mismísimo platillo, desafiantes los dos, el menudo cuerpo del torero entre las astas enormes, a un suspiro de la cornada. Ganó el hombre, de lo que la humanidad debe felicitarse -por razones corporativas, aunque sólo sea-, pero no hubo oreja, porque debía la del,día anterior.

Al primer Cuadri, flojo y borrego perdido, Dámaso le pegó muchos pases, que es lo suyo. Al quinto, de La Laguna, tardo, corto de embestida y romo de pitones, Manzanares le pegó pocos, pues no se confió en absoluto. A ambos toros les dolía la cabeza de recibir telonazos, y posiblemente agradecieron que sus respectivos pegapases les quitaran de este valle de lágrimas. Ni siquiera habían tenido el tipazo galano del cornalón cuarto para ganarse la ovación del público y el honor de medirse con un valiente como Dámaso González.

Al paso del ecuador

Ya hemos pasado el ecuador de la feria y no hay mucho que destacar. Veremos a partir de hoy. Hasta ahora los toreros de a pie han cortado tres orejas, ninguna merecida de verdad. El éxito auténtico sólo lo han conseguido los rejoneadores, y la sensación, los forcados. De diez corridas, únicamente la de Marca salió completa y no fue buena. La tónica ha sido esa invalidez desesperante de la mayoría de los toros, cuyas causas hay que encontrar con urgencia. El público que está acudiendo como nunca y con ilusión a la plaza merece mejor trato. La cornada, muy seria, se la ha llevado Julio Robles. El balance no es halagüeño. Pero la fiesta sigue.

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