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33º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE CANNES

La cordura de la sinrazón

Ángel S. Harguindey

ENVIADO ESPECIAL, El Festival de Cannes rindió el correspondiente homenaje a Alfred Hitchcock con la proyección de una película de montaje en la que se exhibía una selección de secuencias famosas de sus películas. El acto fue presentado por Charlton Heston, actual presidente del Instituto de Cine Americano, y bajo la presidencia de Grace Kelly. El palacio del festival contó con medidas especiales de seguridad y la prohibición de hacer fotografías del acto.

Grace Kelly fue acogida con un ligero abucheo por el retraso de quince minutos con que llegó a la sala, para ser aplaudida al proyectarse en la pantalla una -secuencia de Atrapa al ladrón, en la que conducía alocadamente un deportivo, bajo la nerviosa actitud de Cary Grant. Heston, en un alarde de imaginación, terminó su breve discurso señalando que Hitchcock no había muerto, que seguía vivo en sus películas. Los espectadores que abarrotaban la sala aplaudieron el final de la proyección con la conciencia de la inutilidad del gesto.Con The long rider, western de Walter Hill, se inició la presencia del cine americano en la sección de concurso. El filme narra una vez más las andánzas de la banda de Jesse James, con un tono realista, una bella fotografía y la presencia de tres Carradine (David, Keith y Robert) y dos Keach (Stacy y James). Estos últimos son también los guionistas y los productores ejecutivos de esta saga familiar, que, a nuestro juicio, aporta poco al festival, al western o a la cinematografía, salvo el entretener durante cien minutos al espectador.

The big red one, de Samuel Fuller, con Lee Marvin en el papel principal de la producción de Gene Corman, hermano de Roger, supuso la reaparición profesional de su director, que no había realizado ningún filme desde 1972, en que filmó Dead pigeon on ven street. Fuller, reivindicado por la gente de Cahiers du Cinema cuando la revista contaba con las firmas de lo que después sería la nueva ola, narra una serie de anécdotas bélicas durante la segunda guerra mundial y lo hace con esa sencillez y profesionalismo de la serie B americana, con el sentimiento de que lo que cuenta es la añoranza de su juventud, sus propios recuerdos guerreros. Quizá la aparición de películas como El cazador, Apocalypse now o libros como Despachos de guerra, de Michel Her, arrasaron con la creencia de que las guerras pueden ser relatadas sin asco. Fuller pertenece a una generación en la que las ideas primarias sobre el comportamiento humano en las guerras admitían la posibilidad de la limpieza. El tiempo y la experiencia demostraron lo contrario. Nadie sensato es capaz de imaginarse una guerra que no sea una locura, y en el filme de Fuller todos son y están excesivamente cuerdos. Es la cordura de la sinrazón.

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