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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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La sangre

Que no, que no quiero verla, la sangre sobre la arena del ruedo ibérico. Que no, que no quiero verla. Anda uno como queriendo evitar la noticia y la evidencia, como queriendo ignorar, a efectos periodísticos y de los otros, que la actualidad es sangre, que la sangre de la actualidad es sangre derramada de derramados españoles, madrileños, hermanos. Anda uno, sí, como queriendo distraerse, incardinarse en el metesaca de los políticos, en los laberintos de una crisis cuyo minotauro -el presidente- se ha ido a hablar de hombre a hombre con la señora Thatcher en la cumbre funeral de Belgrado. Pero a los políticos se lo tengo muy dicho, ya sean de izquierda, centro, de centroizquierda o de Senillosa:

-Vivís en demócrata, vivís la democracia como si fuera de verdad.

Están viviendo «como si». Se han instalado en el «como si». Pero hay un secreto a grito pelado, despellejado por los epicolíricos, un secreto a voces de muerte que clama al cielo del Ministerio de¡ Interior, cielo artesonado en el que ahora reina Rosón (por muchos años). El secreto es lo que los memoriones de este periódico llamaron un día, con expresión feliz, guerra civil fría, y se ha convertido en guerra civil caliente o, más sencillo, en guerra civil, sin más. La tinta con que se escribe la actualidad es la sangre, y no la tinta burocrática de las papelas autonomistas, constitucionales, municipales, etcétera. España es un sabor, como escribiera Enrique Azcoaga, pero un sabor a sangre, querido Enrique. Los políticos, por una parte, minimizan la pintada ilegible de la sangre, con su body-art de muertos, por no crear alarmismo y, de otra parte, porque no saben cómo arreglarlo y porque lo suyo es el cabildeo que hace Cabildo de cualquier restaurante, chalet de las afueras o playa de Semana Santa, vestida de amargura como las de Lucho Gatica.

Pero la sangre es ya el lenguaje cotidiano de la calle, la estampilla final de cualquier acto o ejercicio de la libertad, y mientras la indescifrable caligrafía de la sangre no haya sido descifrada en su mortal jeroglífico de cada día, los políticos están perdiendo el tiempo en su falansterio de las Cortes. Raúl Morodo me envía sus Orígenes ideológicos del franquismo, apasionante libro donde estudia la transición de Acción Española hacia el fascismo. Raúl del Pozo me manda el libro que ha publicado en Zeta, con Diego Bardón sobre Manuel Benítez. Este libro, a su manera, también es Historia de España, como el de Morodo, y por él vemos cómo el marqués de Villaverde se breaba por las chavalas con el torero, mientras la familia nacionalcatólica permanecía en torno de la sopa unida. Eso es lo que el Régimen llevaba dentro.

José Luis de Vilallonga me envía sus memorias tituladas La nostalgia es un error, título que, haciéndole una lectura distinta, podría aleccionar a los profesionales políticos, literarios y militantes de la nostalgia de lo inmediatamente anterior y dramáticamente presentísimo. Entre los nostálgicos, como entre los porveniristas, hay de todo, apocalípticos e integrados, cínicos y hombres de buena fe, pero la sangre ha llegado al río manriqueño y heraclitano de la Historia. Nadie se suicida dos veces en el mismo río, diríamos, parafraseando a El Oscuro, y sin embargo España parece dispuesta a suicidarse, por segunda vez en un siglo, en ese río de sangre que atraviesa nuestra hidrografía ideológica, Tajo que taja España una y otra vez, río fatal y fundamental, río imperial que a trechos es un Ebro con orillas de batalla o un Duero lírico e intelectual sobre el que, naturalmente, quieren poner puente de poderío, ahora mismo, los pontoneros o pontífices de la derecha eterna. Me parece que no se nos arregla. La sangre peatonal de cada día, además de noticia y desatino, es la sangre simbólica que sacraliza la idea o contraidea de España como guerra.

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