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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Terror fascista.

A CORTO plazo, una de las pocas posibilidades que tiene el nuevo Gobierno de tender puentes de identificación con una opinión pública desilusionada e incrédula pasa por la erradicación del terrorismo de la extrema derecha. Para ello tiene el hombre idóneo en la persona de Juan José Rosón, que lleva al Ministerio del Interior alguna experiencia en la desarticulación de bandas fascistas desde el Gobierno Civil de Madrid.En un país como éste, sometido a un terrorismo dual (el independentista de ETA y el fascista), no se debe primar la persecución de uno sobre el otro, o dejar de entender que los terrorismos no son excluyentes, sino acumulabIes. El terrorismo de la extrema derecha alimenta las razones subjetivas del de signo contrario, y, a la postre, es tan provocador como cualquier otro. La única diferencia que cabe establecer entre las distintas tramas terroristas es que unas son más fáciles de desmontar que otras. Y es un secreto a voces que en toda Europa, a diferencia del terrorismo de izquierdas, las tramas negras operan casi en superficie, entre las dos aguas de la clandestinidad y la legalidad.

El continuo goteo de asesinatos a que indiscriminadamente se ha lanzado la extrema derecha española mueve a indignación por su descaro, su impunidad y sus complicidades. La muerte, ayer, de Arturo Pajuelo, uno de los jóvenes apuñalados en la manifestación del Primero de Mayo en Madrid, es la última víctima de esta racha de crímenes y asaltos contra jóvenes. asociados a círculos progresistas, facultades universitarias, pacíficos manifestantes o meros transeúntes de aspecto poco grato para estos matones -en el más literal sentido de la palabra-, que parecen confiar en algún grado de impunidad o tolerancia.

Desde poco antes de la vista del juicio de Atocha se han incrementado estos atentados en ritmo y barbarie de forma preocupante, en tanto la actividad de algunos sectores policiales hacia estas bandas no se ha distinguido por demasiado exceso de celo.

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El nuevo titular del Interior tiene, en buena lógica, que formar su propio equipo cara a un trabajo de tamaña importancia y delicadeza como el de preservar el orden público. Puede ser el momento idóneo para destinar a los puestos de mayor responsabilidad en la seguridad del Estado a profesionales de la policía de probada competencia y que se sientan plenamente satisfechos de trabajar para una sociedad democrática. Existen muchos profesionales del orden público de esas características ahora relegados a cargos subalternos o no operativos, o jubilados -como el jefe superior de Policía de Madrid, Francisco Pastor-, en plena posesión de sus facultades y energías.

En cualquier caso, las más amplias responsabilidades del señor Rosón no debieran apartarle de una línea de trabajo que, como gobernador de Madrid, le dio algunos resultados -ya que no todos- satisfactorios: la lucha contra el terrorismo fascista, muy localizado en la capital del Estado. Es un trabajo que debe terminar.

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