Sartre y la crítica del pensamiento marxista
Jean Paul Sartre ha sido un pensador lúcido por excelencia. Cuando la lucidez se transmite con la mejor prosa imaginable, el resultado es necesariamente duradero. Hay que admirar la capacidad de disección que impregna la Crítica de la razón dialéctica y emocionarse sin remedio ante esa singular combinación de inteligencia y sensibilidad que es Les mots. Como Bertrand Russell, perteneció al grupo de los elegidos que han sabido incorporar la tensión humanística al pensamiento intelectual más riguroso. El paralelismo es inevitable, pues se extiende también a la vida política práctica y a las relaciones de ambos filósofos con uno de los hechos históricos decisivos de su tiempo: el surgimiento del. régimen soviético, la difusión en Europa del marxismo, las expectativas de un nuevo orden social.Para Sartre, el materialismo marxista ha sido una constante referencia intelectual, el objeto de una actitud crítica elaborada durante un largo período: desde 1946, en que publica el trabajo Materialismo y revolución, hasta 1960, fecha de aparición de la Crítica de la razón dialéctica, el sistema sartriano se define, entre otros parámetros, por las distancias y diferencias de fondo con las concepciones marxistas. Desde una posición más comprometida que la de Russell, en cuanto a demandar la transformación de la sociedad capitalista, Sartre rechaza de forma tajante que las actitudes revolucionarias tengan que incorporar inevitablemente una visión totalizadora materialista. Dicho de forma esquemática, vincular a una praxis de izquierda o socialista la carga ideológica de un marxismo transmitido y sistematizado con perfiles escolásticos es el primer paso para el aislamiento político e intelectual de los sectores interesados en el cambio social. Situación indeseable para quienes aspiran a ser hegemónicos en el proceso de avance hacia un socialismo democrático que requiere el soporte explícito de la mayor parte de la población.
Sartre afirma que el marxismo ha sido "el intento más radical para aclarar el proceso histórico en su totalidad», pero subraya el peligró de constituirse a priori en el saber absoluto. En los tiempos de afirmación generalizada de la teoría marxista legitimada y prestigiada por aparecer como «la teoría de la clase ascendente» y desde el «interior de la práctica revolucionaria», Sartre señala las limitaciones de su fundamentación teórica al postular que uno de los puntos débiles del marxismo es precisamente la teoría del conocimiento.
El filósofo existencialista desmenuza el juicio de Marx: «La concepción materialista, tal y como es, sin ninguna adición extraña». Los peligros del materialismo trascendental, del método deialéctico como dato previo exterior a la concreta aprehensión del hecho, en definitiva del idealismo materialista, están apuntados en la obra sartriana con clarividencia. La tentación de convertir el método dialéctico en una proposición dogmática: la «falsilla» que interpreta todos los hechos desde la completa objetividad y puede acabar retorciendo esos mismos hechos para seguir siendo explicativa Sartre pertenece a la corriente de pensadores convencidos de que el materialismo dialéctico sólo tiene sentido como materialismo histórico, es decir, establecido «en el interior de la historia humana». Cuestiona radicalmente la dialéctica de la naturaleza y, más aún, el intento de enunciar leyes de carácter general aplicables a la historia natural y social. Hoy podemos ser indulgentes con algunos- de los planteamientos de Engels en este sentido, comentar su carácter naïf y manifestar asombro ante un intento tan amplio de simplificación. Pero hasta hace algunos años el debate sobre las leyes de la dialéctica de la naturaleza ha estado en el centro de importantes polémicas intelectuales, especialmente en Francia.
Sartre ha sido firme para evitar el atrincheramiento teórico; el hombre que hace 25 años propuso la desmilitarización de la cultura fue exigente y duro con los que pretendían la «militarización» de las ideologías. Quizá injusto con Engels, cuyo encuentro con Marx le fue «nefasto» por la división del trabajo intelectual establecida. Engels se vio impelido a hacer de exégeta simplificador, a condensar en fórmulas un pensamiento tan rico como disperso, a convertir prematuramente una teoría abierta en rígida arma de combate inmediato. Pero el joven Engels del famoso Esbozo para una crítica de la economía política (1844), calificado de genial por Marx, abrió a éste el camino de sus trabajos económicos; por primera vez se escribía que la ciencia era el tercer factor de la producción, premonición realmente genial. El último Engels (1895) definió en la introducción a Las luchas de clases en Francia las líneas de la vía democrática al socialismo como resumen de una experiencia política singular.
El esfuerzo sartriano fue acertado y útil al dirigirse contra las oposiciones excluyentes, que pretendían identificar conciencia de clase con materialismo trascendente, lucha por el socialismo con la defensa hermética de una concepción fija del mundo y la naturaleza. Sartre, como Gramsci en otros campos, contribuyó a evitar que la instrumentación del pensamiento marxista, invocando interés práctico de clase, llevara a la izquierda a situaciones irreversibles. Es un recordatorio indispensable para no olvidar que detrás del dogmatismo en la teoría viene sin remedio el autoritarismo en la práctica.
Es un testimonio intelectual de primer orden, que ilustra sobre las limitaciones obvias del marxismo para una interpretación total de una sociedad que ha conocido en el último siglo cambios tecnológicos radicales. El marxismo es un punto de partida simplemente. Sartre lo dijo hace treinta años.
Es la lección para la izquierda europea en una encrucijada confusa, que tiene salida a condición de no levantar murallas doctrinales en nombre de la pureza marxista, que sólo servirían para apuntalar el orden establecido.
Babelia
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