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Intento de crear un nuevo centro comunista internacional

«En este asunto de la conferencia de París se ve con claridad la mano de Moscú», afirmó recientemente un alto dirigente del partido comunista español, que prefirió no ser citado, «para hablar con absoluta franqueza».La idea, rechazada sistemáticamente por la URSS, de que Moscú tiene la intención de crear un nuevo centro comunista mundial en materia de política exterior ha quedado reflejada tanto en el discurso del jefe de la delegación-soviética en París, Boris Ponomariov, como en su reciente artículo en la revista ideológica soviética Kommunist, donde volvió a referirse a la «necesaria solidaridad de todos los comunistas» y la crítica, fácilmente perceptible a los partidos comunistas de España e Italia, de «falta de lealtad» al movimiento comunista internacional, así como a los antecedentes de la reunión.

Por lo que respecta a la historia de la conferencia, que terminó ayer en París de reforzar la política exterior soviética, se remonta a octubre de 1979, cuando la OTAN decidió la instalación en Europa de los misiles de alcance medio Cruise y Pershing 2. En el terreno ideológico ya se había intentado el acuerdo desde 1978, según informó el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung. Se intentó, definitivamente, atraer a este campo (el ideológico) a los partidos comunistas de Italia y España, a principios del año pasado, convocando dos conferencias comunistas internacionales en Sofía (Bulgaria) y Budapest (Hungría), para tratar problemas relacionados «con la construcción del socialismo ».

La invasión de Afganistán introdujo un carácter primordial en el deseo soviético de convocar esta conferencia internacional, que re frendase la política de dureza soviética. Con este hecho, la URSS abandonaba definitivamente la idea de conseguir un frente común, en materia ideológica, para concentrar sus esfuerzos en un apoyo masivo a su política exterior.

La resistencia obvia a este deseo provenía de los partidos de España e Italia. Para ello, parece que Moscú utilizó al líder comunista francés, Georges Marchais, tercer integrante del eurocomunismo, quien aseguró a dirigentes del PCE, durante la escala que realizó en Madrid, de dos horas, proveniente de Cuba, a principios dé año, que la conferencia se celebraría, pese a todo. La clara respuesta negativa que Marchais recibió en el aeropuerto de Barajas parece que hizo moderar los criterios del dirigente francés. Unos días después, en Roma, ante Berlinguer, Marchais dijo que la reunión «podría cancelarse».

Poco después, Marchais viajó a Moscú, y a partir de entonces su posición ante la invasión de Afganistán y la celebración de la conferencia no dejaron lugar a dudas: la primera era legítima, y la segunda, necesaria.

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Malestar de fondo

Junto a las sospechas del intento soviético de crear un nuevo centro comunista, ratificadas por el PC rumano al solicitar un aplazamiento de la reunión, de acuerdo con el comprometido esquema de Bucarest para mantener una posición independiente dentro del Pacto de Varsovia, se sumó el procedimiento de convocatoria de la citada reunión pansiense.

Tantos los ausentes como los presentes adujeron argumentos de falta de tiempo, los primeros, y de imperiosa necesidad de celebración, dada la situación mundial, los segundos.

El malestar era de fondo. Los partidos recibieron con la carta de invitación la detallada relación de los temas, tratar la aprobación de los mismos, y se exigía que los partidos comunistas que acudieran firmasen, de antemano, la resolución final. «El PCE no podía prestarse a tal pantomima», declaró la fuente comunista española. «La intención era ponernos ante una posición de aceptarlo todo sin discusión», añadió.

La idea de que la resolución final ya era conocida de antemano fue corroborada por una fuente periodística húngara, que aseguró que la conferencia de París «sería muy dura en política exterior, pero se mantendría al margen una crítica directa a la vía eurocomunista».

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