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La izquierda, dividida en Portugal seis años después de la "revolución de los claveles"

Si el principal objetivo de los «capitanes de abril» fue el restablecimiento de la democracia y del pluralismo político, pueden estar satisfechos: las conmemoraciones del sexto aniversario de la Revolución de los Claveles, que se cumple el viernes, son la expresión acabada de la libertad de los portugueses de profesar las ideas que quieren y de expresarlas como mejor les parece.

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Los partidos de izquierda se manifiestan, cada uno por su lado, aunque hermanados, de la defensa de las «conquistas de abril », en defensa de la Constitución y en el homenaje a los capitanes, el día 25, los socialistas escucharán a Mario Soares ante el cuartel Do Carmo, en Lisboa, donde se rindió Marcelo Caetano. Los comunistas lo harán con Alvaro Cunhal y la extrema izquierda con Otelo Saraiva de Carvalho.El Gobierno Sa Carneiro encontró una solución elegante, pero poco convincente, para estar presente sin estarlo, en las conmemoraciones. Al inicio, fue simplemente una pelea, aparentemente fútil, con el Consejo de la Revolución, la que llevó a Alianza Democrática a distanciarse de las habituales conmemoraciones oficiales conjuntas. Después de la decisión de escoger, como candidato presidencial, un militar hostil al movimiento del 25 de abril de 1974, se comprende la actitud adoptada por el Gobierno: no sólo no participa, sino que lanza el descrédito sobre los festejos, al decidir conmemorar la fecha por el anuncio de una serie de medidas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los portugueses. El único inconveniente es que las medidas -distintas mejoras en el sector social y lanzamiento de obras de interés regional- estaban previstas de todas maneras (y en su mayor parte ya anunciadas) y que un sector no despreciable de la población portuguesa tiene una opinión bastante desfavorable de la política social del Gobierno, como lo muestran las recientes huelgas y manifestaciones.

Actos privados militares

Para bien o para mal, los militares parecen ir, una vez más, a contracorriente de la sociedad civil, celebrando el 25 de abril con fraternizaciones, en un ambiente de unidad, si no total, seguramente la más amplia verificada desde 1975. Todos los que tuvieron algo que ver con el 25 de abril y se reconocen defensores del orden constitucional vigente, se reunirán este año, con el beneplácito del comandante supremo, el general Eanes. Los sargentos de las tres armas va se reunieron el pasado sábado y fueron 2.500 (de cerca de 6.000). Se espera en los almuerzos de oficiales, la participación de cerca de la mitad de los efectivos. Los ex oficiales milicianos -alféreces provisionales de la guerra colonial portuguesa, entre los que hay muchos dirigentes de partidos-, también van a confraternizar con ocasión del 25 de abril.

Los discursos del presidente

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Estos actos privados tendrán la ventaja, si hay mucha participación, de dar un sentido positivo a las conmeirnoraciones militares formales. El general Eanes, como presidente y jefe de Estado Mayor, tendrá oportunidad de dirigirse, el 25 de abril, a estos dos sectores aún no reconciliados de la sociedad portuguesa (los militares y los partidos políticos) en su discurso ante el Parlamento. En dos ocasiones ya, las alocuciones presidenciales del 25 de abril fueron el preanuncio de crisis gubernamentales. La mayoría parlamentaria de que dispone Alianza Democrática parece ponerla a salvo de un accidente idéntico. Sin embargo, la expectativa es grande.Huelgas, manifestaciones, bombas: con mayor o menor importancia, los acontecimientos de estos últinios días confirman el endurecimiento de las tensiones políticas, a unas horas del sexto aniversario de la revolución portuguesa.

Endurecimiento anunciado, y seguramente deseado, desde los dos extremos del abanico político.

Desde la perspectiva del Gobierno, conviene atribuir todos los males del país y eventuales fracasos de su acción a una «escalada antidemocrática y violenta» de las fuerzas de oposición encabezadas por el Partido Comunista. Según esta óptica, las huelgas son políticas y el medio millón de trabajadores en ellas envuelto son «víctimas de la manipulación de los sindicatos por los comunistas», como también los millares de personas que manifestaron el sábado su desacuerdo con la política del Gobierno, el aumento de los precios y del paro, el bloqueo de los salarios y el desmantelamiento de la reforma agraria.

Para reavivar el miedo del «asalto comunista al poder», el argumento del terrorismo es siempre muy útil, y después de una larga interrupción hace de nuevo su aparición en la actualidad portuguesa. El Gobierno se reveló contra lo que considera una minimización de la importancia del atentado de Evora, que dañó las instalaciones de la delegación local del Ministerio de Agricultura. La serie de explosiones que se produjeron el domingo pasado en varias localidades del norte y centro del país relanza el tema.

No hubo víctimas, los daños materiales fueron muy limitados. El objetivo evidente de quien depositó los pequeños petardos, que muchos de ellos no llegaron a estallar, envueltos en paquetes de octavillas firmadas por una desconocida organización «Brigada Popular 25 de abril», era llamar la atención con una acción espectacular y lo ha conseguido.

Como en el caso de Evora, extrema derecha y extrema izquierda se acusan mutuamente de «provocación», pero esta vez, y al contrario de lo que sucedió hace quince días, los socialistas se inclinan a creer, como los comunistas, que los atentados son obra de la extrema derecha.

El Partido Socialista, que atribuye al Gobierno la total responsabilidad de la degradación del ambiente social, parece convencido de que la política de enfrentamientos y de bipolarización seguida por la coalición gubernamental y los comunistas es su principal triunfo de cara a las próximas elecciones y se prepara a disputar, de nuevo, el papel de centro moderador y de bisagra de la sociedad portuguesa.

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