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Crítica:LA LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La venganza de los Guardiolas: demasiado buenos

Primera corrida de la feria de Sevilla

Hay toreros que tienen la desgracia de encontrarse con toros demasiado buenos. Tal le ocurrió ayer a José Antonio Campuzano en Sevilla. Los Guardiolas que le correspondieron se pasaban de buenos. Hay toros que no tienen mesura, está claro. Un toro puede ser bueno, pero no tanto que deje al descubierto las limitaciones artísticas de su matador.Si todos los toros fueran vengativos, no se dedicarían a intentar coger a los toreros, pues por muchos que mandaran a la enfermería siempre habría uno que conseguiría meterle el espadazo por el hoyo de las agujas (o por el cuarto espacio intercostal) y ese coletudo matachín sería el héroe de la jornada, para colmo. De donde las cornadas habrían resultado inútiles. La venganza verdadera sería, en cambio, embestir bien, tanto mejor cuanto más hábil y artista fuera el torero. Moriría de todas maneras el toro, pues es su sino, pero habría puesto en el mayor de los ridículos a quien le quitó la vida.

Plaza de Sevilla

Primera corrida de feria. Toros de Salvador Guardiola, bien presentados y bravos. José Antonio Campuzano: pinchazo y estocada baja (silencio). Dos pinchazos, descabello, aviso y otro descabello (aplausos y saludos). El Almendro: pinchazo, media atravesada y dos descabellos (silencio). Estocada atravesada, descabello, aviso y dos descabellos más (vuelta). Antonio Chacón: pinchazo hondo (ovación y salida a los medios). Pinchazo y estocada desprendida (palmas).

Toros de esta categoría vengativa eran los Guardiolas de Campuzano. El diestro se esmeraba en perfeccionar el natural o el redondo, en estirarse, pero por bueno que le saliera el pase, la embestida -si tendría el colmillo retorcido la fiera- siempre le superaba y el público se quedaba frío, porque no podía dar mérito a las faenas. Con una vena tantico más artística, Campuzano habría conseguido un éxito importante, pues estábamos en la Maestranza, y en feria, nada menos. Pero cada cual tiene su medida y la de este torero compuesto no daba para acompañar con la calidad debida la boyantía, la suavidad y el ritmo de las acometidas de seda de sus Guardiolas vengativos.

Toda la corrida, en conjunto, fue de las buenas. En cuanto a presencia no se podía pedir más, pues cada res tenía largura musculada, seriedad en las caras, cornalonas astifinas cabezas, agilidad y la carnes justas, con la única excepción del quinto, que le sobraban. También con la única excepción de esta mole, que dio 655 kilos en la báscula, todos fueron encastados bravos, acudían de largo a los caballos, muy prontos y alegres, y los más recargaban con fijeza absoluta. En el último tercio predominaron los manejables sobre los dificultosos, y entre éstos estuvo el segundo, que aterrorizó a El Almendro, el cual se dedicó a pegar mantazos a la defensiva. El quinto, sin embargo, pese a su mansedumbre, acabó noble, y vimos entonces los mejores muletazos de la tarde a cargo del antes atemorizado y ahora recrecido El Almendro, que construyó una faena bonita y honda, cuajada de derechazos y naturales, que instrumentaba con reposo y empaque. De esta forma, ante la general sorpresa, llegó a tener ganada una oreja, que luego perdió al matar mal.

Para Antonio Chacón también hubo dos toros de estilo contrario. Al primero, reservón, que embestía con la cara alta, le porfió con mucho valor para sacar contadísimos pases. En el otro, bravo, noble y flojo, lanceó primorosamente. Dio primero dos verónicas rodilla en tierra, técnica y artísticamente perfectas, para fijar a la res en los medios; luego, cuatro cargando la suerte, una chicuelina de dibujo y revolera. Le tocaron las palmas con fuerza, porque lo merecía. Un año más, Chacón sienta cátedra de estilista de la verónica en el albero sevillano.

Durante la faena, en cambio, Chacón se dejó ganar por los nervios, aceleró innecesariamente el muleteo y acabó sufriendo un serio revolcón. Se le fue la mano, por su propia culpa, un triunfo que había estado buscando toda la tarde, con casta torera de la mejor ley. Unicamente cabría reprocharle, aparte los defectillos apuntados, su empeño en repetir chicuelinas, pues las ensayó cuatro veces, en otros tantos quites, y el público, que ya está bastante harto de esta modalidad del toreo de capa (pues parece que los toreros la han aprendido en jueves), se lo hizo saber por las claras, y uno preguntó, a voces, si es que las chicuelinas las enseñan en el PPO.

El presidente, Antonio Barnes, que sustituía al titular por ausencia de éste, estuvo acertadísimo, lo cual ya hacía falta en Sevilla, donde el palco era la risa. Que dure la seriedad, o que no vuelva el otro.

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