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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El informe de la OCDE

EL TONO del informe de la OCDE sobre los resultados económicos, obtenidos en España en 1979 es fundamentalmente de desencanto. La economía española aparece estancada después de los éxitos relativos conseguidos durante 1978 en la corrección del saldo de la balanza de pagos y la desaceleración de la inflación. En 1979 se ha contraído todavía más la baja tasa de crecimiento del PNB Conseguida en 1978, pasando, como acaba de anunciar el INE, de un humilde 2,4% a un modesto 1,2%. De otra parte, el paro representa ya el 10% de la población activa, es decir, el doble del registrado como media en los países industriales. La inflación ha continuado, por lo demás, a un ritmo aproximadamente igual al de 1978. La balanza de pagos por cuenta corriente ha ido cediendo terreno a lo largo del año, aunque ha cerrado el ejercicio con un pequeño superávit, gracias todavía a las transferencias de los trabajadores españoles en el extranjero; el resultado neto de ingresos y pagos por mercancías y servicios ha sido negativo.A comienzos de 1979, sin embargo, el Gobierno había anunciado una previsión de crecimiento del 4,5% del PNB, si bien esta previsión posteriormente se corrigió a la baja para descontar los efectos del alza del petróleo y la degradación de la situación internacional. El retraso en la aprobación del presupuesto, obligado por las elecciones legislativas, fue utilizado también de forma poco convincente para justificar el fuerte descenso de la inversión pública, a la que se había reservado el protagonismo de animar la actividad.

Ninguna de estas causas permite disculpar razonablemente los malos resultados obtenidos. El alza de los precios del petróleo ha tenido un carácter general; y en el caso de España sus consecuencias deberían haber sido menos violentas por la apreciación de la peseta frente al conjunto de las otras monedas. La situación internacional tampoco se ha degradado tanto como para justificar nuestros desastres. Excepción hecha de Estados Unidos, la producción de los países industriales ha crecido en 4,25 % -por encima del 4% de 1978 y del 3% de 1977- y sus exportaciones también lo han hecho más rápidamente que en los dos años anteriores. Incluso los países más pobres entre los subdesarrollados han crecido, según estima el FMI, en torno a un 2,2% en 1979.

Dice el informe de la OCDE, al deseamos días mejores, que «España no deberá, por múltiples razones, dejar que su economía se deslice hacia la inflación y el estancamiento», y concluye afirmando que «parece razonable pensar que España tiene bazas suficientes, si pone en práctica una política económica apropiada, para conseguir resultados relativos bastante satisfactorios». Tarea, por lo demás, que están realizando muchos países igualmente afectados por la crisis, pero capaces de ocuparse de las pequeñas labores cotidianas necesarias para aportar correcciones al proceso. En España, sin embargo, las palancas de mando de nuestra azotada economía han sido entregadas al señor Abril Martorell, que se proclama a sí mismo como un «anarquista de derechas» y que traba lamentablemente el funcionamiento objetivo del Estado con su modo de utilizar la maquinaria de la Administración pública. Los resultados de su lamentable gestión a la vista están y huelgan calificativos.

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¿Qué otra cosa se podía esperar de quien en su última comunicación con la Prensa obsequió a sus interlocutores con algunas bromas como la garantía de su puesto en Televisión Española al señor Arias-Salgado en tanto el PSOE no retire sus querellas, en un doble movimiento de chantaje a los socialistas y de desprecio a los tribunales? Para no hablar de la defensa incomprensible que hizo de los silencios de Suárez y la negativa a un debate parlamentario de política general. Claro que seguramente la más pesada de todas las bromas fue anunciar quince años de crisis inevitable y no plantearse, como alternativa, su abandono.

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