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Los comunistas húngaros apoyan una política de liberalización económica

El XII Congreso del Partido Obrero Socialista Húngaro (POSH -comunista-), celebrado esta semana en Budapest finalizó con la esperada reelección de Janos Kadar como primer secretario del partido y con el respaldo pleno a la línea de liberalización económica seguida por los dirigentes húngaros desde 1968. El congreso, en el que intervinieron escasas delegaciones de «partidos hermanos» extranjeros, reafirmó también la tradicional postura húngara de apoyo a la Unión Soviética en política exterior y fue escenario de un más que notable ejercicio de autocrítica interna.

Afectados por las serias subidas de precios registradas en los últimos meses, los diez millones de húngaros oyeron a los dirigentes del POSH anunciarles que «el ritmo de aumento del nivel de vida tendrá que ser más lento de lo previsto». Janos Kadar, al tiempo que reconocía el fracaso parcial del V Plan Quinquenal (1975-80), se refería a un programa inmediato de racionalización de las empresas, destinado a hacer más competitivos los productos húngarosEl dirigente comunista defendió el sistema de incentivos materiales, al decir que «el salario no puede ser un premio a la presencia improductiva» y que debe pagarse «a cada cual según trabaja». Las unidades productivas, que funcionen constantemente con pérdidas deberán mejorar sus rendimientos o serán cerradas, advirtió el primer secretario del POSH, en unas declaraciones que pudieron haber sido hechas por cualquier acérrimo defensor del laissez faire económico.

El valor de las exportaciones húngaras equivale a la mitad de la renta del país y, desde las nuevas directrices económicas puestas en práctica hace doce años, el comercio con Occidente (Austria y la RFA, en primer lugar) ocupa un puesto cada vez más destacado. El visible nivel de consumo alcanzado por la sociedad húngara en ese período depende, en buena medida, de que esas relaciones económicas sean estables y crecientes, por lo que no es de extrañar la inquietud que se siente en Budapest ante cualquier síntoma de retorno a la guerra fría.

Quizá por ello, los dirigentes húngaros se limitaron a hacer una condena vaga del imperialismo y una defensa, desde luego no muy vehemente, de la intervención militar soviética en Afganistán. No hubo ataques directos a Washington y sí la afirmación, en el último discurso de Kadar, de que Hungría no es un títere de la Unión Soviética, sino un país que formula su política exterior de acuerdo con sus aliados.

Sólo tres delegaciones extranjeras (URSS, Cuba y Vietnam) pudieron hablar ante los 767 delegados presentes en el congreso del Partido Comunista húngaro, mientras que las restantes hicieron sus discursos en fábricas y centros de trabajo.

Tal fue el caso de la representación comunista española, formada por Nicolás Sartorius y Andreu Claret, que expuso ante los trabajadores de la fábrica siderúrgica de Salgotarjan su postura contraria a la intervención de la URSS en Afganistán, porque «contribuye a aumentar la tensión internacional». Tensión que, en cualquier caso, ha sido creada por los norteamericanos, aclararon.

«Hablar aquí de Afganistán es como venir a mentar la soga en casa del ahorcado», comentaba un penodista occidental aludiendo a la intervención soviética de 1956. Janos Kadar, que lleva en el poder desde entonces, y que fue reelegido en este congreso para otros cinco años alfrente del partido, se refirió en un discurso a la «contra revolución» y aprovechó para criticar los «graves errores de política dogmática y sectaria aplicada en nuestro país en la primera mitad de la década de los cincuenta», que, junto con la propaganda imperialista, «perturbaron la mentalidad de muchas personas». Las cosas son ahora bien diferentes, en opinión de los responsables del partido. El número de militantes aumentó en 50.000 en los últimos cinco años, hasta alcanzar los 812.000 afiliados actuales. La edad media ha aumentado tambíén, y si, en 1975, el militante medio tenía 44 años de edad, ahora tiene 45 y medio, lo que indica un fallo en la captación de los jóvenes.

Treinta mil militantes sufrieron sanciones del partido en los últimos cinco años, y casi 8.000 fueron expulsados de la organización en ese mismo período, a causa de faltas graves según el informe presentado al congreso por Janos Brutyo.

Este, informe de la comisión central de control, que fue ampliamente traducido y repartido a la prensa extranjera, además de difundido por los medios de comunicación húngaros, cita varios ejemplos de corrupción en el seno del partido, como el del dirigente de una empresa que compró regalos, a cargo del presupuesto de promoción, y los utilizó para obtener ventajas personales, lo que le costó la desfitución dé su cargo y la expulsión del partido. Pese a éste y otros cuantos ejemplos citados en el informe, casi siempre relacionados con el abuso de funciones y de poder, Janos Brutyo aseguró que «la disciplina del partido es sólida».

Tanto la difusión dada a este informe, como el reconocimiento de que no se alcanzarán todas las metas fijadas en el V Plan Quinquenal y de que el crecimiento en los próximos años será muy moderado, se interpretaban entre los observadores como signos de apertura, y de realismo político.

Las elecciones en las que se renovaron los 125 puestos del Comité Central y la totalidad del Politburá no ofrecieron grandes sorpresas ni cambios espectaculares, ya que la inmensa mayoría de los dirigentes fueron reelegidos. Hubo, sin embargo, cinco bajas en el Politburó, entre las que destacan la de Jeno Fock, antiguo jefe de Gobierno, y la de Bela Biszku, considerado como un «duro» partidario de la línea soviética.

Otra baja destacable fue la de Istvan Huszar, vicepresidente del Gobierno y jefe de la Oficina Nacional de Planificación, mientras que los dos miembros restantes que salen del Politburó, Antal Apro y Dezso Nemes eran dos veteranos del partido sin mayor trascendencia.

Entre los nuevos miembros del Politburó es importante Lajos Mehes, primer secretario del partido en Budapest, y, al parecer, uno de los hombres con más futuro político en Hungría. Mihaly Korom ya estaba presente en el secretariado del partido, pero ahora se incorpora también al Politburó, al igual que Ferenc Havasi, el tercer y último elegido, con lo que el Politburó pasa a tener trece en vez de quince miembros. El jefe del Gobierno, Gyorgy Lazar, y el primer secretario del partido, Janos Kadar, fueron, por supuesto, elegidos para el Politburó. El actual ministro de Cultura, Imre Pozsgay, otro «delfín» con futuro político, no fue elegido sin embargo, contra la mayoría de los pronósticos, y deberá esperar al próximo congreso, en 1985.

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