Vladimir Volkoff: "El escritor es un espía"
Ayer presentó su novela "La reconversión"
Vladimir Volkoff, francés de origen ruso, cristiano, novelista enamorado de la vida y autor best seller en Francia y en Estados Unidos, ha iniciado la aventura española con una novela, La reconversión, con la que la editorial Argos Vergara cubre la primavera de su colección Las Cuatro Estaciones, y con la que su autor demuestra que «el escritor es un espía». El libro fue presentado ayer en Madrid, en presencia del autor, por el traductor de la obra, el crítico Enrique Sordo.
Volkoff es como su propia definición de la literatura: «Si nos es permitido escribir, debemos hacerlo cortésmente, como si dijésemos: "Señor, ¿querría usted tomarse conmigo un Chivas?". No me gusta que se le tome el pelo al lector.»Tampoco le gusta tomarse el pelo a sí mismo, porque, al filo del mediodía, en un hotel de Madrid, se invita a whisky, y pidió uno fuerte, con hielo y soda, y se pone a hablar de literatura, de cristianismo y de espionaje, cortésmente, como si pidiera permiso para hacerlo, enfundado en su traje oscuro y formal.
La reconversión, su obra, «no es una novela de espías, sino una novela sobre espías». La escribió porque está convencido de que existe un paralelismo entre escribir y espiar. «Estoy seguro de que Cervantes ocultó un micrófono en la armadura de don Quijote y otro entre los pelos del burro de Sancho para lograr de ellos las impresiones que finalmente dieron forma a su gigantesca obra.»
Volkoff se sitúa en La reconversión, que está dedicada a Graham Greene, haciendo esa labor de espionaje entre los habitantes de una oficina siniestra, súbitamente ocupados, cada uno de ellos, en el comienzo de la escritura de una novela. Roba de todos el espía Volkoff y, finalmente, halla la vibración que desea para proseguir su propio libro.
La suya es una novela de espionaje por seguir usando la convención que él ha utilizado para expresar su peculiar criterio de la vida cristiana que practica. Para Volkoff, «el cristiano es, por su propia naturaleza, un agente secreto». El carácter puro del cristianismo, dice el escritor, «nace precisamente de que empezó siendo una religión secreta, aunque ya no lo es suficientemente. El agente secreto se comporta como el cristiano: trabaja en el frío, del que trata de regresar para volver al calor, al maestro, a Dios».
Para explicar los fundamentos del trabajo novelístico que ha publicado Argos-Vergara, VIadimir Volkoff recurre a un apólogo inquietante. «Suponte», nos dice, «que vienes a verme como un amigo, con los brazos abiertos, y que yo te recibo de igual manera, pero hay un momento determinado en que, por alguna razón escondida, tengo que destruirte y ma tarte. Ese es el drama que habita La reconversión.» Popov, el reconverso en la novela de Volkoff, es un agente soviético al que espían agentes enemigos y al que el propio autor espía también, hasta reducirlo y llevarlo hasta «la fe». Una mirada superior, la de Dios, cuyo agente secreto en este mundo es Cristo, los vigila a todos.
Desde hace quince años, Vladimir Volkoff vive en Estados Unidos, donde dio clases de literatura y civilización francesas y de literatura y traducción rusas, hasta que sus ingresos le permitieron vivir simplemente de la literatura. Ha sido cazador, luchó en la guerra de Argelia y obtuvo una condecoración militar francesa, pero nunca olvidó a sus antepasados, de los que no queda ninguno en la Unión Soviética. «No; no es confortable ser francésy ruso al tiempo, porque acaba uno no teniendo raíces.» Se lleva bien con los soviéticos que ve por el mundo, sobre todo los diplomáticos; «con ellos bebo vodka, comemos y reímos, pero no hablamos de política, porque entonces habría que sacar las pistolas», dice en broma.
Sobre su propia obra, Vladimir Volkoff mantiene una actitud de distanciamiento y de crítica que, según él, le viene de su condición de hombre interesado por muchas cosas ajenas a la literatura. «Yo estoy enamorado de la vida. Me gustan las mujeres. Me gusta el scotch. Me apasiona leer, aunque tengo poco tiempo para hacerlo. Y no me visto demasiado informalmente, porque donde hay confianza da asco. Y, además, no soy un intelectual. Así que puedo hablar de lo que me apetezca y no estoy obsesionado, como otros escritores, por referirme a mi propia obra como si uno hablara de sus enfermedades. Esto me facilita un distanciamiento y un sentido del humor que me sirve para contemplarlo que escribo.»
Babelia
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