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TERCERA CORRIDA FALLERA

Los detractores de la fiesta están de enhorabuena

Los detractores de la fiesta están de enhorabuena: pueden dar por seguro que unos cuantos miles de personas no volverán a los toros ni a rastras. Son la mayor parte de las que estuvieron ayer en la plaza de Valencia. El motivo es de peso: se aburrieron como ostras.La novillada de feria, para la que tanta expectación había, fue un espectáculo lamentable. Los novillejos, una ruina de animales, tipo sardina, el que no lo era de anchoa, rodaban continuamente por la arena. Los cuatro primeros tenían el trapío adecuado para novilladas sin caballos, y los restantes, aunque más grandecitos, tampoco podían soportar la dura liza del primer tercio, pues en cuanto la puya les mordía la piel caían como muertos. Los hubo que ni las banderillas aguantaban y al escozor del par igualmente se tumbaban patas arribas.

Plaza de Valencia

Tercera corrida fallera (lunes). Ocho novillos de Diego Romero, impresentables e inválidos. Devuelto el tercero, por cojo, fue sustituido por otro del mismo hierro, derrengado. Andrés Blanco: media estocada y rueda de peones (vuelta). Gran estocada (oreja). Luciano Núñez: media, rueda de peones y descabello (silencio). Tres pinchazos y descabello (vuelta). Mario Triana: aviso durante la faena, pinchazo y rueda de peones (aplausos y saludos). Pinchazo pescuecero (silencio). Pepe Luis Vázquez: dos pinchazos y estocada (silencio). Estocada perdiendo la muleta (vuelta). Algo menos de tres cuartos de entrada. Tarde fría, nublada y ventosa.

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Más allá de la crispación

En estas circunstancias, a uno le valdría el delicioso recurso que utilizan varios de sus colegas maestros (todos los colegas son maestros), los cuales escriben de maravilla sus crónicas relatando, por ejemplo, el yantar. De esta forma, hablaría de que ayer, en el Palau del Fesol, comí una excelente paella en la gratísima compañía de los críticos taurinos Vicente Zabala y Paco Picó, del bodeguero y también comentarista José Luis González y del matador de toros valenciano Jaime Marco El Choni, aquel que alcanzó importantes cotas taurómacas en la época de Manolete.

Hablaría del sabor y punto de la paella y de la amena conversación sobre toros y sus procelosos entrebastidores, en la que naturalmente llevó la voz cantante El Choni. Pero mejor dejarlo, que este no es nuestro aire. Sin embargo, la alusión no es baldía, pues me sirve para explicarles a los empresarios, una vez más, por qué el ciudadano de hoy no va a los toros. Ellos creen que el imperio del utilitario y la fuerza absorbente de la televisión restan público a las plazas. En cambio, ni se les ha ocurrido pensar que aquellos toros que mataban El Choni y sus coetáneos tenían redaños suficientes para echarse los caballos a los lomos, embestían con codicia, planteaban problemas (aun los bravos y nobles) y, en definitiva, aportaban a la lidia toda la emoción que ésta requiere.

Al quitarle esa emoción al espectáculo, lo que han conseguido los taurinos es restarle también clientela y hundirlo en una crisis de la que les va a ser muy difícil salir, porque, por ejemplo, El Cordobés, con el que están ilusionadísimos, ni tiene el don de la ubicuidad ni va a ser eterno. La fórmula para promocionar la fiesta no es ésa; no hay más fórmula, en realidad, que el toro, con toda la majeza de su estampa y el peligro de su instinto. El toro que obligue a los espadas a dominarlo con destreza y valor y mantenga al público en punta de vibración y asombro a lo largo de toda la corrida, Sin embargo, a los taurinos no se les ocurre esta solución, sino la contraria: aburrir hasta al lucero del alba con un ganado sin tipo, sin cara y sin fuerza.

Algunos de los novillos de ayer eran de invalidez absoluta. Luciano Núñez no pudo torear al segundo ni Mario Triana al quinto, pues a cada pase el animalito se pegaba un morrón. El primero de Triana rodó siete veces por la arena durante la faena y, a pesar de todo, el artista obró el milagro de enjaretarle 274 pases, todos vulgares. Estaba en las manoletinas cuando le tocaron un aviso. Núñez, con el sexto, inválido, logró estar casi igual de pesado.

Andrés Blanco, por el contrario, instrumentó las suertes con gusto y llegó a ejecutar ayudados y naturales con la suavidad y la precisión de un estilista consumado, mientras Pepe Luis Vázquez, en tono discreto toda la tarde, exhibió variedad y una admirable técnica propia del gran muletero que indudablemente es. Pero tampoco estas bonitas cosas tienen ninguna importancia. Con novillos tipo anchoa putrefacta se puede hacer de todo, incluso el ridículo, y ante este panorama mejor es quedarse en casa. El público va a dar ejemplo. Los detractores de la fiesta están de enhorabuena.

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