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Eusebio Sempere: "Me causa terror contemplar el conjunto de mi obra"

Inauguración de su primera exposición antológica

Esta tarde, a las siete y media, le inaugura la primera exposición antológica del pintor Eusebio, Sempere (Onil, 1923) en la sala de exposiciones de la Biblioteca Nacional. Unas 170 obras figuran en esta muestra retrospectiva, que traza el recorrido creador de uno de los más importantes y secretos artistas españoles. Eusebio Sempere ha confesado a EL PAIS sus personales terrores a la hora de enfrentarse al conjunto de su quehacer.Sin siquiera saberlo, el gran público sabe bastante de la obra de Eusebio Sempere. Por ejemplo, gracias a la gran escultura móvil que millones de telespectadores pudieron ver en la pequeña pantalla, allá por 1971, durante el festival de la OTI. O cuantos han transitado en Madrid por el paso elevado de Juan Bravo, donde la barandilla tiene la marca inconfundible del artista alicantino. Diversas ciudades españolas cuentan con esculturas suyas en plena calle. Pero, naturalmente, museos y colecciones particulares son el más frecuentado refugio de una larga e intensa aventura creadora que, por fin, va a quedar condensada en el marco de una muestra antológica.

Origen de esta retrospectiva

Habla Sempere, levemente tenso, aunque sin perder su cordialidad también a los recuerdos amargos esta hermosa retrospectiva: «La exposición me la plantearon hace muchísimos años. Lo que ocurre es que a mí me ha causado siempre pavor contemplar todas las huellas del pasado. No me refiero solamente al pasado pictórico, sino también a los recuerdos amargos de la vida. Porque, en el momento de mirar los cuadros propios, uno evoca, sin poderlo remediar, aquellos instantes muy precisos y casi siempre ingratos en que fueron creados. Esa remoción me molesta.

Pese a todo, ya ves, ahora me dio por aceptar. Y ni siquiera sé por qué.»

Todas las etapas del creador quedan aquí representadas: « Desde comienzos de los años cincuenta hasta el presente. Ha sido difícil hallar cuadros de los primeros tiempos, porque la mayor parte fueron destruidos. Los iban rompiendo mis familiares, ya que los consideraban un verdadero estorbo en casa. Por otro lado, mi madre nunca dejó que entrasen los desnudos de la primera época escolar. Así que lo que se ha salvado es por pura casualidad.» Para forjar la selección, Sempere ha ido contando con la ayuda de Juan Antonio Aguirre. Ambos consultaron la excelente monografía de Josep Meliá, publicada por La Polígrafa en 1976, donde el estudio teórico va acompañado de abundantes reproducciones. Desde las primeras páginas de aquel libro, Meliá lograba una atinada síntesis de las notas más características de la pintura de Sempere, esbozadas por numerosos críticos desde diferentes posiciones: condición de precursor, reñida, por consiguiente, con cualquier amago de epigonismo; profunda originalidad, punto de enlace de la mejor tradición de la pintura-pintura con las preocupaciones estéticas de nuestro tiempo; latido poético, o sea, el sentido humanista de su trayectoria artística, que nunca es ajeno a la vibración sensorial y que le mantiene distante de un geometrismo frío o maquinal; por último, la absoluta coherencia de su evolución, con unas raíces confusas en el tiempo y en la historia, pero sin gangas ni esnobismos coetáneos.

Le preguntamos al pintor si, a la vista del resumen ejemplar que representa siempre una retrospectiva, puede aventurar un balance personal: «No. Eso me es imposible. Me causa verdadero terror. Se trata del examen de toda una vida. Es, pues, un examen durísimo.»

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