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Los socialistas acusan a Marchais de ser el mejor aliado del presidente Giscard d'Estaing

La estrategia del Partido Comunista francés, revelada de la manera más espectacular con su actitud prosoviética ante el asunto afgano, y consistente en retornar al lenguaje y a las prácticas de los tiempos de la guerra fría, clarifica, en definitiva, la escena política francesa. La que fue la Unión de la Izquierda, y el eurocomunismo, por otra parte, «son sistemáticamente asesinados por los comunistas», según expresión de los socialistas. Con ello, al presidente actual, Valery Giscard d'Estaing, le queda el campo libre, a un año de las elecciones presidenciales, gracias a su mejor «agente electoral, el Partido Comunista».

Volviendo al ghetto, con un lenguaje, unas prácticas y unas ideas que pertenecen a todo el arsenal revolucionario de los tiempos de la toma del palacio de Invierno, ¿qué buscan los comunistas franceses, en colaboración íntima con su sindicato paralelo, la CGT? No existe una respuesta global y convincente a esta pregunta que se plantean todos los franceses no comunistas. Pero sí existe una razón poderosa y tangible: la estrategia retro de los comunistas, denunciada por todas las fuerzas políticas francesas, ha desatado prematura y agresivamente una precampaña electoral de cara a las presidenciales de 1981 y, «prematuramente también», nos afirma un politicólogo socialista, «es posible que ya haya asegurado la reelección de Giscard d'Estaing». En términos de relación de fuerzas, en el campo de la oposición gala, lo anterior quiere decir que el PCF está haciendo una apuesta delicada: destrozar al Partido Socialista, su enemigo mortal, para intentar superar el monolítico 20% de los franceses que lo votan desde hace veinte años y que, para un partido que pretende encamar la revolución, es decir, el porvenir, representa un fracaso considerable.

Mitterrand, por la vía al poder en solitario

Lo que no habían conseguido aún los comunistas desde que, en vísperas de los comicios legislativos de 1978, Iniciaron su campaña de ataques de toda especie contra los socialistas, lo han conseguido ahora con su campaña revolucionaria propulsada por el asunto afgano: anteayer, el líder del PS, François Mitterrand, esclavo de la unión con los comunistas, porque en ella invirtió todo su capital político, hace quince años, por primera vez desde que es hombre de izquierdas, anunció que, en caso de victoria de la oposición en 1981 «no hay que excluir la eventualidad de un Gobierno homogéneo, es decir, socialista únicamente, ya que el PCF rechaza la unión».

Esta declaración ha desencadenado una relativa tormenta entre los socialistas. Desde que fracasó la Unión, en 1978, el otro líder máximo del PS, Michel Rocard, como el tercer hombre del partido, Pierre Mauroy, han preconizado una vía autónoma respecto a los comunistas.

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La nueva estrategia comunista, consistente en el plano interior en rechazar la posibilidad del poder hasta que ellos no sean ampliamente mayoritarios en la oposición, libera a la mayoría del PS de muchos de sus prejuicios respecto al PCF, pero, al mismo tiempo, esta nueva situación lo deja al descubierto frente a su ambición: llegar al poder sin un programa político, es decir, sin un programa de Gobierno.

Si con quién gobernar el PS la solución de este problema ya era ardua de por sí, choca además con las divisiones y contradicciones graves que aún envenenan la existencia de esta federación de socialistas de procedencia diversa agrupados por Mitterrand en 1970.

El dueño del Partido Socialista, de su aparato, continúa siendo él, pero la opinión pública parece haberse decidido ya por el hombre «diferente» de la política francesa, Michel Rocard.

De un año a esta parte, un mes y otro, los sondeos gratifican al acusado por sus colegas mitterranistas de «socialdemócrata», de «cristiano», con porcentajes que lo colocan a la altura del hombre político más popular del país, al lado de la presidenta del Parlamento europeo, Simone Veil. En el seno mismo del PS, anteayer, al preguntarse por el mejor candidato socialista para 1981, el señor Rocard conseguía el 51 %, y el 27 %, el señor Mitterrand.

Pero, en el momento presente, «el aliado objetivo» del señor Giscard d'Estaing, es decir, el Partido Comunista, reduce a miseria las posibilidades que aún acarician los socialistas de llegar al poder por el canal que el señor Rocard, por ejemplo, considera como el único posible: una elección presidencial, «porque evita un acuerdo previo con los comunistas». A pesar de los diamantes de Bokassa, del suicidio del ministro Robert Boulin, y a pesar de todos los reveses económicos, como de la oposición interna que le prodigan los gaullistas, el presidente, señor Giscard, aparece como el ganador del estallido del asunto afgano y de sus prolongaciones en Francia con la rehabilitación, por parte de los comunistas, del slogan que resume su acción: «Lo único que pretendemos es hacer la revolución», según fórmula del señor Marchais.

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