El desbloqueo de la política italiana
TODO PARECE indicar que en el próximo congreso nacional de la Democracia Cristiana se levantará el veto del partido gobernante a la participación de los comunistas en un futuro Gobierno de «solidaridad nacional». La incógnita está todavía en lo que el presidente de Estados Unidos, Carter, haya respondido al jefe del Gobierno italiano, Cossiga, que llevaba esta cuestión primordial en la agenda de su viaje a Washington. Consideraciones naturales de pudor nacional impiden que el tema del veto o la autorización de Estados Unidos sea presentado tal cual, pero se trata de un hecho. El Partido Comunista, por su parte, ha hecho cuanto estaba de su parte para ser merecedor de esa confianza, condenando de manera enfática la aventura soviética en Afganistán y reiterando esta condena en la entrevista entre Berlinguer y Carrillo. Los dos partidos eurocomunistas latinos quieren desolidarizarse al máximo de su compañero francés, lanzado de cabeza a la aprobación de las actitudes soviéticas y lo que algunos llaman «la estrategia del aislamiento». El PCI y el PCE no pueden permitirse ese lujo: por el contrario, tratan de luchar contra el dictado exterior del aislamiento. La intención del Partido Radical italiano ha sido provocar la caída inmediata del Gobierno monocolor de Cossiga. El tema era dificil: votar en contra de la cuestión de confianza planteada por el Gobierno sobre el tema del terrorismo. El Partido Radical presenta 1.000 enmiendas al proyecto de ley, basadas todas en la filosofía general de que las leyes ordinarias son suficientes para combatir el terrorismo y una ley especial no haría más que atacar las libertades públicas mínimas para llevar adelante la democracia. Socialistas y comunistas no desean comprometerse en esa acción: tienen miedo a ser considerados como cómplices del terrorismo. Pero cualquier otro tema les hubiese parecido también imposible: saben que el techo de lo permisible está en participar en un Gobierno de coalición, con ciertas medidas y bajo ciertas condiciones, pero no en un frente popular, sino bajo un Gobierno presidido por la DC y fruto de un consenso y de un programa previo, donde cuestiones de ideología y de práctica política quedan subordinadas a una cuestión de preferencia en los intereses nacionales.
La DC sabe perfectamente que no puede ya gobernar sola: la tregua abierta va a terminar en el momento mismo en que termine su congreso nacional. Sin el apoyo socialista y comunista no hay Gobierno viable posible, y una disolución de la Cámara y la consiguiente convocatoria de elecciones generales no cambiarían en nada las dosificaciones actuales. Ante la presión de Washington la DC explica esta ingobernabilidad con un argumento que le parece de peso: el Partido Comunista incorporado al Gobierno, participando en un programa común, puede ser un partido «domesticado», que encontraría suficiente compensación con esta «entrada en sociedad ».La DC explica también que ya no basta con el apoyo socialista. El PSI, en su reunión del comité central para proceder a la solución de la crisis planteada por el fallecimiento de Pietro Nenni, ha aceptado todas las peticiones hechas por su ala izquierda; Bettino Craxi pierde su poder omnímodo desde el momento en que Lombardi accede a la presidencia del partido -el puesto de Nenni-, y Lombardi representa el «cartel» de la izquierda. Craxi ha perdido también la dirección del órgano del partido, y queda cercado por un comité ejecutivo fuerte. En el comunicado final, el PSI dice que la situación actual no puede resolverse «más que democráticamente, por un Gobierno influyente, sostenido por una amplia base parlamentaria y popular». Esto significa el apoyo al Partido Comunista. Por su parte, la socialdemocracia, que era más resistente a la entrada de los comunistas, ha aceptado también la participación comunista.
Queda menos de un mes para la reunión del congreso de la DC. En ese tiempo deberían realizarse las presiones para que el PCI siguiera fuera del Gobierno. Sin embargo, no termina de verse cómo podrían tener éxito, aunque la política italiana fuera -como es- el sombrero de copa de un malabarista. Si esas presiones no prevalecieran, si el PCI aceptara las condiciones impuestas -sobre todo, en cuestiones de OTAN, de política internacional, de enfrentamiento con la URSS-, se produciría la paradoja de que, en plena guerra fría, un partido comunista accedería a puestos ministeriales -aun de responsabilidad limitada- por primera vez desde las combinaciones provisionales de la posguerra.
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