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Roma se preocupa por la muerte de sus árboles

El Ayuntamiento de Roma, que es la única capital de Europa occidental con un alcalde comunista, está preocupado porque una de las ciudades más bellas, más admiradas y más preñadas de arte y de historia del mundo está para explotar.El grado de polución y el índice de ruido ha superado el límite en varias zonas de la capital. Crece la delincuencia común; miles de nuevas parejas no se pueden casar y deben quedarse a vivir con sus padres, porque es materialmente imposible encontrar una casa alquilada; el tráfico paraliza continuamente el centro y los turistas tienen cada día más miedo a salir por las noches.

Pero precisamente porque en Roma ha sonado el timbre de alarma la nueva Administración está trabajando sin descanso para devolverle a Roma su rostro.

Por fin, dentro de unos días, se abrirá una nueva línea del Metro que llevaba haciéndose desde hace veinte años. Existe el proyecto de hacer de nuevo navegable el Tíber y de devolverle su antigua vida de medio de comunicación ciudadana. Se piensa en, crear una enorme zona verde, que abarcará desde el Coliseo hasta la Appia Antica. Y se han empezado a «lavar» las calles de verdad, metro por metro y dos veces al mes, con un programa muy riguroso. Pero, mientras tanto, ha surgido un nuevo problema: se están muriendo los olmos de la ciudad, que eran los árboles caracterésticos de Roma.

Basta pensar que acaba de ser arrancado, porque se había secado, un olmo que tenía 180 años, en las faldas del monte Pincio, un árbol, que había visto toda la transformación de Roma de ciudad de provincia a tumultuosa y caótica capital moderna. Los olmos de Roma mueren porque los mata el hongo Graphium ulmi, pero también, afirman los expertos, porque fueron siempre podados mal y porque faltó una política seria para plantar árboles que pudieran servir para Roma. Y en este sentido se ha abierto una campaña pidiendo que la nueva Administración no permita que donde se cae o muere un árbol crezca ni un centímetro de cemento; es decir, que se sustituya por otro árbol. Y, sobre todo, que se escoja un tipo de verde que resista en la ciudad tal como es hoy, muy diversa de hace cien años; que se eviten plantas exóticas y que se entregue el cuidado de estos «pulmones» de la ciudad a verdaderos expertos, y no a manos profanas.

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