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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Que quiero una cátedra

Que quiero una cátedra, querido Luis Seara, ahora que has tenido la idea general y generosa de poner cátedra a unos cuantos españoles esclarecidos, catedráticos naturales de lo suyo que estarán en el escalafón tan naturalmente como la cigüeña de la torre se incorpora a la bandada que pasa.Que quiero una cátedra, Luis, que quiero una torre, escuela primaria de la vida y de mí mismo, que otra apenas tuve, y donde explicaría, tribunal del viento, cómo un español de infancia masacrada por Franco se hace hombre (tampoco mucho), convirtiendo cada día, a fuerza de imaginación y voluntad, el franquismo en otra cosa, cómo un niño madura mediante el no, crece en la disidencia, hombrea en la virulencia de buenos modales y encuentra al fin -picaresca sempiterna de España- que todo sigue atado y bien atado.

Lo cual que en la lista ilustre de posibles beneficiados con cátedra no he visto a Salvador Pániker, que yo sé que le gustaría y, por otra parte, es catedrático nato de la palabra, el pensamiento, la filosofía y la ironía. Ni me he visto yo, Luis, amor, que no todo ha de ser la física quántica o la escuela de Frankfurt, sino que alguien debe explicar a las nuevas mocedades de qué va este país a nivel de calle, un curso sobre la picaresca explicado por el pícaro que uno ha sido, no a la manera política sino a la manera clásica, niño explotado y golpeado por los ciegos de la Historia, ceguerones del Imperio que no veían más allá de sus condecoraciones. Recadero del hidalgo castellano que se floreaba la barba de migas para fingir comida y decía tener palomares en Valladolid. Yo he sido palomar derruido en Valladolid Y aún me vuelan de dentro palomas con plomo de posguerra en el ala, que aquellos hidalgos no eran sino la media-clase-media española, engañada y enrolada en una causa bélica que quisieron y creyeron suya (como ahora vuelven a creerlo algunos), y qué bien prenden esas palabras tópicas en la frustración pequeñoburguesa de una España burguesa y pequeña. Casi prefiero los atlantismos, la derecha mundial que quiere incluirnos en su juego, a la asonada decimonónica, furriel y cruenta de Valle, Baroja y Galdós. Por miedo de niño insultado.

Tal y como el Movimiento difunde e infunde sus fantasmales Secretarías Generales que yo no sé por dónde vuelven o quieren volver, tal y como la asonada seudorromántica quiere sonar en el aldabonazo de los palacios marciales, uno prefiere ya -cuánta frustración, Señor, cuánta cobardía, cuánto cansancio- que la democracia se consolide en el lado de acá de la guerra fría, aunque nunca será mi democracia, la que ya no espero.

Netos, duros, tiznados por la pena, casi brunos, porque la pena tizna cuando estalla, volvemos a militar con Miguel Hernández entre un pueblo poético y utópico, cuando la izquierda ya no pinta nada, y todo menos el Viva mi dueño y el folklorismo sangriento. Todo antes que eso, a estas alturas de la semana de la vida, cuando al calendario de cocina se le caen las hojas solas en la cocina apagada de mi pecho. Esto es lo que yo, Luis, quisiera explicar en mi cátedra del aire, aula de los masallaés madrileños, Universidad a distancia de cuarenta años. Que si Tuñón, Marías y otros se han licenciado en ciencias extranjeras, Historia nacional y filosofía filosófica, uno se ha licenciado en ciencias de la calle y, como yo, cualquier otro español peatonal que se suba a una tarima a explicar a los chicos cómo se hace en España para vivir sin empleo, para subsistir en la nada, para habitar en el paro y ser libre en la privación de libertad.. Así pasó una vez en este siglo, y por si pasa en el siguiente, que conozcan la intrahistoria los huelguistas.

Una cátedra, Luis, quiero una cátedra para explicar lo que nadie explica. Dirás que aquí la tengo. Cátedra fugaz es la columna, huidizo claustro, pero cómo ejercer las propias facultades sin pasar por ninguna Facultad (igualdad de oportunidades del franquismo), eso sólo yo puedo enseñarlo. Catedrático golfo de la feroz asignatura de España.

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